jueves, 10 de noviembre de 2011

MANUEL RODRÍGUEZ MENA - A DOMINGO FELIPE MAZA ZAVALA


MI HOMENAJE AL MEJOR DE NOSOTROS

Al leer el programa de actos de homenaje al profesor Domingo Felipe Maza Zavala, se advierte que están completos los diversos campos de acción en los cuales destacó como figura eminente.  Por lo tanto, no haré  referencia a ellos, porque equivaldría a llover sobre mojado.

En cambio me referiré, aunque sólo sea mencionándolos y comentándolos brevemente,  a rasgos  de su personalidad que sustentaban su perfil de altísima calidad humana,  haciendo de él un ser realmente excepcional:

Integridad.  Quizás su cualidad más resaltante. Íntegro en todo su decir y actuar.  Integérrimo cabal.  Nunca conocimos de él  --sencillamente porque nunca existió--  una palabra o acción suya que quebrantara esa digna condición. Integridad sostenida frente a tentaciones o amenazas.  Integridad cumplida sin esperar compensación ni aplauso, porque la única motivación interior era ser él mismo.  Integridad mantenida como manera de ser natural, sin necesidad de exigencia ni propósito especial de su parte.   Él era así, y punto.

Coherencia permanente con sus principios,  que se manifestaba en su cotidianidad familiar y universitaria, su inquebrantable ética profesional, su amor profundo hacia su pareja de toda la vida,  Alicia Franky.

Modestia y humildad, porque así se lo dictaba su natural índole y, quizás también, porque la noción cierta de su condición  eminente le daba la seguridad de no necesitar de alardes.  

Generosidad, que es una de las mejores expresiones, acaso la mejor, de la grandeza de espíritu. Era generoso en todos los aspectos en que se puede serlo. Siempre dispuesto al gesto y a la acción de solidaridad y afecto.  Nadie a quien él creía que podía ayudar se quedaba sin su ayuda. 

Sobriedad, que suele ser tan escasa en quienes llegan a cualquier posición, por muy visible que sea su medianía.

Prudencia para comedir sus palabras y sus actos.  Su comportamiento nos hacía ver a todos que su anhelo permanente era el de  llevar sus relaciones en un tono de cordialidad respetuosa, de  comprensión y tolerancia mutuas, de sana amistad basada en valores y principios,  de sosiego  y solaz para conversar y discutir.

Ecuanimidad. Con él se podía conversar de cualquier tema y tener precisas diferencias, en la seguridad de que nunca   se llegaría a  brusquedades ni destemplanzas.  Al contrario, él daba la impresión de haber creado dentro de sí mismo un mecanismo automático mediante el cual mientras más áspero era el tema más afable y distendida se tornaba su participación. Siempre tuve la impresión de que discutir violentamente con él era postgraduarse de intransigente e intolerante.  Hasta el más grosero ofensor y más agresivo buscapleitos que ha parido esta tierra,  tuvo que contenerse --no obstante su enorme poder agresor--  cuando reaccionó ante sus ponderadas críticas.  

Comprensión, sobre todo con el manejo inadecuado de situaciones,  por inexperiencia más que por mala fe, por parte de quienes teníamos menor recorrido de oficio.  Aprendí mucho a este respecto participando con él en jurados de concurso de oposición o de trabajos de ascenso. Solía darle primacía, por encima de otros factores, a las aspiraciones de los concursantes o aspirantes, siempre que fueran legítimamente fundamentadas y honestamente manejadas.

Serenidad, que mantenida aún en las situaciones más tensas, le ayudaba a mantener claridad de pensamiento para tomar decisiones.

Cabría señalar otras  virtudes personales,  pero en aras de la brevedad éstas pueden ser consideradas suficientes.


Tales cualidades son un acervo inestimable para la convivencia en cualquier agrupación humana, más aún cuando se trata del ámbito universitario. Por eso su carrera universitaria estuvo signada por el respeto, el aprecio y el afecto de quienes trabajamos  a su lado, de quienes lo trataron o simplemente lo conocieron. A todas partes llevaba consigo un clima de humildad, modestia, discreción, sobriedad, serenidad, tolerancia, ecuanimidad y don de gentes.  Así fue el ambiente del cual disfrutamos sus compañeros en la cátedra de Economía  IV  de la Escuela de Economía.

Mi aprecio y respeto por él  comenzó en el aula de clase. Fue mi profesor, al final de la carrera, en la asignatura Dinámica Económica (rebautizada como Economía Política IV en el proceso de Renovación Académica). 

El requisito de la firma de dos profesores en los títulos de graduación es una de las más hermosas instituciones de la vida universitaria y, sobre todo, del quehacer docente.  El graduado lo utiliza para ofrendar una sublime deferencia a los dos profesores que más se ganaron su respeto y su aprecio durante su carrera. De las dos firmas que reglamentariamente debía tener mi título de economista, una es la de Domingo Felipe Maza Zavala.

Desde que me inicié en la carrera docente, le asigné el lugar principal de los modelos a seguir. Me propuse guiar mi actuación emulando sus cualidades como docente y, sobre todo, las virtudes de su condición humana, porque desde muy joven, esas virtudes son lo que más aprecio y respeto en toda persona.

Yo he hablado de la generosidad del profesor D.F. Maza Zavala, no por disponer de referencias de terceros, sino por experiencia propia.  Podría citar varios ejemplos, que fueron consolidando entre nosotros una amistad digna, mutuamente respetuosa y cordial, enmarcada en valores y principios intelectuales, espirituales y morales, que es como debe ser la amistad universitaria.  Pero mencionaré sólo una por razón de brevedad y por parecerme suficiente.

El profesor  Maza Zavala fue elegido decano para el período 16 de junio 1972--15 de junio 1975, cargo que exige dedicación exclusiva dada la carga de trabajo que  supone.  Por lo tanto el  profesor Maza Zavala debía renunciar a la jefatura de la Cátedra de Economía Política IV (la cátedra de toda su vida docente en la Escuela de Economía) y a la jefatura del Departamento de Economía Política, el departamento más importante  de la Escuela de Economía, que por algo estaba bajo su jefatura.

Llevábamos un buen  tiempo siendo compañeros en la cátedra de Economía Política IV, conjuntamente con  otros seis profesores.  Yo colaboraba con él en  las labores funcionales de la cátedra, en  una suerte de condición informal de asistente, pues tal tipo de cargo no existía formalmente. 

En los días finales del mes de julio de 1972, me convocó a una reunión con él en su  oficina de Decano.   A poco de comenzar nuestra reunión, muy a su estilo, me lanzó de improviso una pregunta: "¿Ud. estaría dispuesto a asumir la responsabilidad de la jefatura de la cátedra de Economía Política IV y la jefatura del Departamento de Economía Política?”
La pregunta no me tomó por sorpresa, pues ante la posibilidad de  su renuncia, tal expectativa estaba en el ambiente  entre los profesores de la cátedra.

Con la confianza de buen tono que él me permitía, le respondí, palabras más palabras menos: "Si Ud., conociéndome bien como me conoce,  tácitamente me lo está proponiendo, es porque  confía en que yo puedo hacerlo. Como yo también confío, por lo tanto mi respuesta es sí" 

Días después, a proposición del profesor Maza Zavala, fui elegido por unanimidad, primero Jefe de la Cátedra de Economía Política IV (el 30 de julio de 1972),  y después, de modo similar,  Jefe del Departamento de Economía Política.

Es decir, que al retirarse de la actividad docente en la Escuela de Economía, el profesor Domingo Felipe Maza Zavala dejaba en manos de uno de sus alumnos la cátedra de toda su vida docente en esa escuela y el departamento más importante de ella. Rendía así tributo de acatamiento a los términos y condiciones que rigen el relevo generacional.

Esa elección de jefatura, tanto en cátedra como en  departamento, sobre todo por la condición ilustre del proponente, fue un momento culminante de mi servicio docente y tuvo en mí el efecto de un poderoso estímulo para seguir adelante. Y todo se debió en gran parte a la mil veces probada generosidad del profesor Maza Zavala.

He significado todo lo anterior aspirando a que, con ello,  se me comprenda cuando digo que el profesor Domingo Felipe Maza Zavala, que llegó a nivel de eminencia en varios campos del saber y del actuar, sin embargo, fue en el ámbito de sus virtudes como ser humano donde llegó a alturas de excelsitud  y excepcionalidad.  Y eso es, en mi criterio, lo más difícil y lo que más importa.       

 Manuel Rodríguez Mena

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