miércoles, 6 de marzo de 2013
RÓMULO LARES - HA SIDO ANUNCIADA LA MUERTE DE UN DICTADOR.
ESCAPARÍA IMPUNE UN
CRIMINAL Y VIOLADOR
Las tres características referidas y
destacadas del hombre en vida, no modificarían el sentimiento de pesar que, en
diverso grado, sientan sus padres, hijos, nietos, hermanos y demás familiares y
amigos, así como miles de venezolanos, latinoamericanos y de otras latitudes.
Esta sería la natural reacción estimulada por el amor, la admiración y el
respeto por un hombre poseedor de inmensas cualidades personales, muy
carismático, figura nacional, continental y mundial.
Pero este difunto que usurpaba la
presidencia de Venezuela despierta pena e incertidumbre entre los beneficiarios
del régimen y sus admiradores, al mismo tiempo despierta sentimientos de
esperanza y de alivio en las multitudes hostigadas, maltratadas, perseguidas,
atemorizadas y aterradas, ambos grupos de manera equivocada creen que sólo por
su muerte, la situación de su país podría cambiar, porque se abrirían nuevas
perspectivas, que para muchos conducirían a restablecer el imperio de la ley en
un Estado de Derecho, que detuviese y revirtiese la sistemática e
industrializada violación de los derechos humanos de los nativos y residentes a
partir de 1999.
Algunos cientos de miles de víctimas
sobrevivientes, familiares y amigos, de tantas violaciones, atropellos y abusos
de todo orden, sólo podrían contener la expresión de alivio o alegría y hasta
los deseos de celebrar, como consecuencia del temor y del terror, que miles
atribuirán también a la justicia de algún dios. Otros ya tienen muy claro,
después de 13 años de la tragedia de Venezuela transformada en VENECUBA, el
alto costo de las consecuencias que podría sufrir cualquiera al expresar con
libertad sus opiniones, sentimientos de indiferencia o de desprecio por el
difunto.
Tales sentimientos opuestos que
generaría en esos extremos de la sociedad el anuncio de la muerte de Hugo
Chávez, estarían respaldados en uno y otro, por la creación simultánea de un
mito, percibido por un lado como héroe, demócrata, buen gobernante, un dios, y
por otro como mal gobernante, dictador, traidor a la patria, criminal, violador
y diablo, ambas perspectivas aderezadas por la ilusión-síndrome permanente del
jugador de lotería, “ganador” o perdedor potencial de alguno de los beneficios
o dádivas directos que reparte el régimen, o también ante la amenaza de ser
“molido” por las diversas oficinas públicas cuando su nombre fuese resaltado en
otra vergüenza más, la lista del “apartheid criollo” bautizada “Maisanta” en
“homenaje” al bandolero y antepasado del difunto y al diputado aliado “Tascón”,
recordada todos los días por el colectivo al verse reflejado en el “espejo” de
alguna víctima cercana a la familia, vecino o amigo.
Tales matrices de opinión y sensaciones
fueron construidas mediante una inmensa asignación petrolera en “premios”,
“castigos”, aliados y propaganda, además de la censura y autocensura de los
medios y de las instituciones en general, determinando la mayor sofisticación
de la manipulación de la opinión pública hasta niveles desconocidos y sólo
comparables, quizás, con otros horrores documentados en la historia de la
denominada “humanidad”, aquellos originales del nacionalsocialismo nazi. Sin
embargo el asombro es paralizante cuando observamos las cadenas de noticias
internacionales que promueven una versión absolutamente falsa y pervertida de
nuestra realidad.
Entre 1999 y 2012 pasamos
progresivamente de 2800 asesinatos a más de 20 mil por año para totalizar más
de 160 mil. Los expedientes de la fiscalía no alcanzarían el 6% y se estimaba
en 2006, cuando se rebasaban los 100 mil asesinatos, que el 6% de los
indiciados fuesen policías y militares, mientras se evadía el debate sobre la
eliminación sistemática de “delincuentes”.
Es decir, el mayor índice de crímenes del planeta frente a una total
impunidad.
Al caer la tarde, minutos después de
anunciado el fallecimiento, se percibiría con claridad en las calles el
silencio y temor expresado en distintas zonas de Caracas. El natural murmullo
de las tertulias en el mercado se había ahogado y transformado en silencio. La
radio del automóvil ofrecía en sus emisoras dos opciones: música clásica sacra
o loas al difunto.
Mientras los transeúntes y choferes
se apresuraban a retornar a sus hogares, recorríamos en automóvil, durante
varias horas, diversas zonas de la ciudad, en medio de un tránsito diferente,
aunque conservando los embotellamientos tradicionales de los días de “rumores”
en los alrededores de las estaciones de combustible. No habría diferencias
entre los paisajes del centro o del este de la ciudad, mientras los comercios
cerrarían más temprano y los nocturnos no abrirían.
Un volumen inusual de peatones en
vías y zonas que habrían sido abandonadas por el transporte público. En pocos
minutos se iban vaciando progresivamente las calles y avenidas, la noche de la
ciudad estaría aún más desierta que de costumbre.
Colocarse de manera firme, al frente
solitario, entre estas dos mareas humanas visibles impregnadas de fanatismo
podría considerarse un desvarío, y probablemente lo fuese, a pesar de la
evidencia de que aún la adición de ambos grupos que se desenvuelven por
completo al margen de la Ley siguen conformando una minoría muy ruidosa, por
las razones referidas, frente al silencio obligado de las verdaderas mayorías
nacionales.
Sin embargo, determinado a cumplir
con el deber de ciudadano y de hombre, por un profundo e irrenunciable sentido
de responsabilidad con la vida y con Venezuela, ya desparecida, insisto, y
transformada en VENECUBA y adicionalmente, por la pasión personal por iluminar
y encontrar la verdad hasta el último segundo de la vida, produzco este
testimonio, para denunciar y alertar sobre los aún mucho mayores peligros por
los que transitamos como sociedad, que demandan la reacción seria de cada uno
de los habitantes para impedir el retorno a las cavernas y la extensión de una
esclavitud aún más sangrienta.
Quienes nos manifestamos de esta
manera “estaríamos solos pero no estaríamos solos”, porque también percibimos y
observamos el sentimiento oculto de una inmensa mayoría de venezolanos. Porque
si esto no fuera así, ¿qué sentido entonces tendría el fraude, el engaño y la
manipulación sistemática y escandalosa de los actos electorales en lo que se
embarcaron desde 1999 los fanáticos de ambos polos?
La verdad para quienes aman y para
quienes odian al difunto de hoy, así como para quienes permanecen como
observadores, es que habría dejado organizada la continuidad. La de la
perpetración de los crímenes cuya ejecución él mismo dirigía.
La verdad es que habría escapado de
la justicia, sentando el precedente y el estímulo de todavía una mayor
impunidad para el resto del colectivo.
La verdad, trágica, es la de que
todo este desvarío no se habría logrado sin la colaboración de las instituciones
que deberían y proclaman defenderla y protegerla.
Una otra verdad es la de que,
quienes no amamos pero tampoco odiamos al difunto y desconocemos ambas
banderas, conformando las inmensas mayorías sometidas por el régimen
totalitario y por sus “oposiciones”, ofreceríamos el testimonio imparcial de
las prácticas modernas de la organización del crimen organizado transnacional
que se apoderó de Venezuela, siendo al mismo tiempo la única porción no
fanatizada y por lo tanto con capacidad para guiarnos a todos hacia la
libertad.
Es indispensable denunciar la
criminal burla que practican las denominadas “oposiciones” afiliadas a la
“mesas” y al régimen desde 2003, que podría ser derrotada y revertida en paz
con la firmeza de la Sociedad Civil, y que explicaría la impune versión
escandalosamente falsa que difunden las cadenas internacionales de noticias.
No sería posible seguir pretendiendo
restablecer el Estado de Derecho mientras que el verdadero objetivo fuese
favorecer su longevidad cuando: 1) Llaman a los usurpadores del poder público
“presidente”, diputado”, “gobernador”, “alcalde”. 2) Promueven o participan en
el fraude-CNE. 3) No denuncian como socios a los
empresarios y comerciantes que medran del tesoro público ensangrentado. 4)
Censuran la opinión independiente, diferente y libre de la Sociedad.
Tampoco sería posible someter bandas
de delincuentes enquistados dentro del mismo estado y de la sociedad mediante
consultas electorales, pretendiendo de manera absurda que fuesen las
“conciencias” de los criminales las que los obliguen a entregarse. Las bandas
criminales despreciadas por las mayorías, deben ser sometidas o capturadas en
operaciones cuyo balance de fuerzas debe ser abrumadoramente superior a las
propias apoyadas por el Estado, de tal manera de que dejara la decisión de
entregarse sin violencia y vivos al garantizarse sus derechos, o de enfrentarse
y perecer, en las manos de los propios delincuentes.
Tenemos la obligación, quienes
mantenemos una postura ajena a todo grupo de fanáticos, de explicar a unos y a
otros la verdadera y trágica realidad, tarea que se facilita al desenmascarar y
enfrentar conjuntamente a los capos que se reparten nuestras vidas y
patrimonios, contribuyendo a documentar la sistemática violación de todos
nuestros derechos humanos, civiles y políticos, preparándonos para los tiempos
en que restablezcamos la justicia en el imperio de la Ley.
Mientras tanto, debemos dar el
primer paso recuperando la DIGNIDAD, rechazando cualquier pretensión oscura,
venga de la ignorancia, del fanatismo o de ambas, para promover caminos
absurdos tales como los del “Templo de la ignominia y el horror” del CNE, o como los que denigran
y satanizan la violencia necesaria para que la Policía Constitucional cumpla
con su deber supremo, como única vía pacífica y estable para capturar y someter
a la justicia a los miembros del crimen organizado transnacional, sus cómplices
y socios, dejando en sus manos también la decisión táctica del uso de la
violencia.
Sin libertades plenas para abordar este
debate no será posible ofrecer paz a los difuntos, ni mucho menos a quienes
permanecemos todavía y por ahora en el planeta.
Rómulo Lares Sánchez.
5MARZO2013
Miembro del Poder Electoral de
Venezuela en el “exilio”
Caracas, 5 de marzo de 2013
Etiquetas:
Muerte de Chávez,
Rómulo Lares
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