martes, 27 de diciembre de 2016

VENEZUELA, ¿HONOR O TRAICIÓN?





 

VENEZUELA, ¿HONOR O TRAICIÓN? 
EXCOMUNIÓN Y PERSECUCIÓN DE LAS IGLESIAS
 JUDÍA Y CRISTIANA

Rómulo Lares Sánchez


La tragedia actual en las tierras herederas de la Gran Colombia renueva la presencia de las del Siglo XX en la Europa del choque entre las religiones e ideologías hacia las revoluciones, guerras, bombardeo atómico y la locura de la “solución final”, determinando la creación de las Naciones Unidas y del Sistema Penal Internacional, entre cuyos frutos se encontrarían conceptos extraños o contradictorios para el “humanismo”, tales como la necesidad de definir el “Derecho Humano” y tipificar “crímenes contra la humanidad”.

Ernesto Mayz Vallenilla, discípulo de Martin Heidegger, impuso la condición no demócrata de la Universidad durante su muy exitosa gestión como primer rector-fundador activo de la Universidad Simón Bolívar (1969). Disertaba con severidad sobre la necesidad indispensable de la misma condición fundamental dentro de las otras dos instituciones de su categoría: la Iglesia y la militar.

Nuestra tragedia venezolana en el tránsito hacia el siglo XXI estaría empapada con la sangre inocente derramada bajo los auspicios y complicidad de esas tres instituciones, sus hombres, hasta desaparecer el Estado y el Derecho. En todas ellas se reconoce y “honra” a sus miembros por el dominio de la teoría y de la técnica del engaño y la manipulación del otro, que se estudia y practica dentro de sus claustros, promoviendo a sus más destacados discípulos hacia el tope de su escala jerárquica.

Provistos de estas armas miembros, discípulos y amigos de la CIA de Jesús en la región habrían obtenido gran influencia y coordinación en el desarrollo de nuestra tragedia. Su prestigio nacional e internacional, desde los púlpitos y por intermedio de la innegable importancia de la “obra social” y de la “liberación” de las masas, que les habría provisto de una magnífica “piel de cordero” para colocar en el “mercado político” un mismo proyecto “ideológico”, ¡una vez más!, obteniendo el respaldo devoto, encegueciendo el mundo y sus feligreses para la atención y respeto por cómplices tales como: Fidel Castro, Bergoglio-Francisco Papa, Arturo Sosa, Luis Ugalde y Hugo Chávez.

Ramón J. Velásquez, obispo de la amistad y del diálogo, conduciría brevemente a Venezuela como Presidente de la República (1993) durante otra etapa de tránsito inestable crucial de nuestra travesía contemporánea. Habría experimentado en el breve ejercicio la traición de su propia sangre perturbada, que mancharía su obra en pleno regocijo de Pascuas, indultando al capo del narcotráfico internacional y enemigo público número uno del momento y, pareciera haberse equivocado antes al promover a un miembro de la CIA de Jesús para que abandonase los hábitos por la Presidencia de Venezuela, convencido de que sería el “hombre” que necesitábamos.

En las lecciones de filosofía del maestro J. R. Guillent Pérez (1923-1989), tanto para sus alumnos del Pedagógico de Caracas como de la Universidad Central de Venezuela y en sus artículos de prensa, promovía la tesis según la cual el hombre de Occidente habría tomado el camino equivocada a partir de Sócrates, Platón y Aristóteles al abandonar el ser, “el olvido del ser”, cultura que marcha durante más de 2500 años, de la que formaríamos parte progresivamente a partir de 1492 incorporando las tres instituciones referidas, rumbo que explicaría alguna de las contradicciones y “resultados” no deseables de nuestra “civilización” así como el “holocausto criollo”.

Y en aquel camino, Hannah Arendt, especialista en “la banalidad del mal”, asombraría hasta el desprecio a la comunidad neoyorkina, judía y norteamericana en general, cuando el “New Yorker” publicase sus artículos como enviada especial al juicio de Eichmann en Jerusalem (1962) por crímenes contra la humanidad durante el “holocausto”.  Concluiría que sólo sería posible explicar la programación y ejecución de la “solución final”, tal empresa industrial transnacional para el exterminio humano, cuando el hombre renuncia a la condición fundamental, aquella que nos hace diferentes del resto de los seres vivientes conocidos, de los animales, nuestra conciencia de que somos, no de qué somos, es decir, nuestra renuncia a pensar.

Para Arendt, habría quedado establecido que la matemática del exterminio hubiera sido de alrededor de entre 100 a 200 miles incinerados, jamás los 6 millones y medio de seres humanos, de no haber sido porque la comunidad Judía, sus líderes, con su altísima capacidad organizativa y su poder económico planetario, habrían tomado el camino del “diálogo” con el Estado nacionalsocialista, con los Nazis, desde el primer día que Adolf Hitler se instaló en la Cancillería de Alemania, tomando la vía de la contemporización que impediría o neutralizaría sistemáticamente la reacción planetaria determinante ocultando la locura del Reich, otorgando a cambio la longevidad al régimen para garantizar el “business as usual” de Occidente, moderno industrial, comercial y financiero, mediante la compensación con el sacrifico industrial humano.

Luis Beltrán Prieto Figueroa ordenó al asumir la Presidencia del Congreso de la República de Venezuela (1962) la eliminación de “Dios” del texto sobre el presidium del Hemiciclo de Sesiones. Habría sido una ratificación del sentido de la separación de la Iglesia de los asuntos del Estado, y probablemente, de la alusión a una institución incompatible y contraria a la práctica de la democracia, al debate entre iguales, representantes elegidos de manera directa por la voluntad de los ciudadanos y razón de ser de un Palacio Legislativo.

La solemne excomunión (1656) de Baruch de Spinoza por las autoridades judías por “abominables herejías las cuales practica y enseña a sus alumnos”, así como la decisión de la Iglesia Católica de colocar en la lista de libros prohibidos su obra, constituiría un honor para la bandera de “la libertad de filosofar y de decir lo que se piensa”, lo que “no puede ser destruido a menos que la paz y la piedad del Estado fuesen así mismo destruidas”.

Aquella bandera de de Spinoza habría sido una señal, una luz para denunciar el camino equivocado que nos trae hasta Venezuela hoy, una postura de honor, mientras que la de la CIA de Jesús y la de la Iglesia de Roma ahora bajo el control de hispanoamericanos, venezolano y argentino, tendrían que ser señaladas como traición. ¡ Traición a la Humanidad !
 
Una traición que tendría que tener consecuencias más allá del más allá espiritual que promueven sus autores, precisamente en el ámbito de la banalidad del mal y del olvido del pensar que determinarían la creación de la Justicia Penal internacional.

Someto tres referencias como muestras de tanta evidencia, de manera pública, notoria y comunicacional, a pesar de la censura y la clandestinidad del pensamiento libre, de la verdad. Primero, las declaraciones del representante de San Pedro condenando la libre voluntad del pueblo colombiano en el Plebiscito insólito, aún más grave, porque pretendía legitimar constitucionalmente en el Estado colombiano al crimen organizado trasnacional representado por las FARC, terroristas también ocupantes del territorio de Venezuela; el segundo ejemplo, las declaraciones del “prepósito General” de la CIA de Jesús a una “comunicadora social” de otro diario de la farsa de prensa local, “EL NACIONAL” y publicadas el 23/DIC/2016 (http://www.el-nacional.com/politica/Arturo-Sosa-Venezuela-profunda-politica_0_963503708.html) y finalmente, la in-postura institucional de la Iglesia Católica de Venezuela.

Pidamos también a los dioses que iluminen el planeta y concedan otra, quizás inmerecida, oportunidad al humano para rectificar nuestro camino, en particular el de los venezolanos, entendiendo que tal concesión sólo sería posible mientras que para estructurar y elaborar tal petición, cada individuo y en colectivo retomemos el ser y rescatemos el pensar. Con tal propósito acompaño también un ejercicio reciente de la “conciencia militar” excluida de Venezuela.

25DIC2016.

 

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