EL LEGADO DE OBAMA
domingo, 19 de febrero de 2017
EL LEGADO DE OBAMA
EL LEGADO DE OBAMA
Los venezolanos recordaran a Barack
Hussein Obama II por haber decretado que este país es “una amenaza inusual y
extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de los Estados
Unidos” por lo que declaró “una emergencia nacional para hacer frente a esta
amenaza” y luego no haber hecho nada al respecto.
Salvo las medidas dictadas inicialmente
contra siete funcionarios, lista que se ha ido ampliando más por presiones del
Congreso que por iniciativa de la Administración, pero aquellas siguen siendo
las mismas, que no son sanciones propiamente dichas, porque si privar de visa
fuera una sanción entonces la mayoría de los pocos venezolanos que las
solicitan estarían sancionados; como el bloqueo de bienes, que presupone
tenerlos en EEUU y que no impide que, por ejemplo, si alguno falleciera, sus
herederos pudieran reclamarlos, por no decir que con toda seguridad los tienen
a nombre de terceros.
Luego la Administración terminó casi que
disculpándose por haber dictado el Decreto, ante el escándalo del Foro de Sao
Paulo, aduciendo que ciertamente Venezuela no es una amenaza creíble para EEUU,
pero tenía que hacerlo así porque es un requisito exigido por leyes de
emergencia que permiten aplicar sanciones económicas, o sea, que es una
cuestión de mera forma.
La disculpa es más bien una confesión,
porque si se decreta que es amenaza quien en verdad no lo es, sólo por cumplir
requisitos establecidos para la aplicación subsecuente de normas concatenadas,
en español eso se llama fraude a la ley, esto es, modificar
deliberadamente los factores de conexión establecidos en las leyes para
conseguir la aplicación de aquellas que sean más favorables a la realización de
los propios deseos, burlando una restricción legal.
La motivación del Decreto es la violación
de DDHH, corrupción pública significativa y la inexistencia de un mínimo
democrático en Venezuela y si bien es necesaria una alta elucubración para
entender cómo es que esto amenaza la seguridad nacional y la política exterior
de los EEUU lo más arduo es hacerlo compatible con la política de apertura al
régimen de Castro, responsable directo de todos aquellos desmanes.
Si hasta la Conferencia Episcopal de
Venezuela ha llegado a la conclusión de que la causa de este desastre es la
imposición de un modelo totalitario, plasmado en el llamado Plan de la Patria,
que no es otra cosa que la implantación del castrocomunismo en este país,
cabeza de puente para su expansión a todo el continente.
Así sacaron a Cuba de la lista de países
patrocinadores del terrorismo porque hacía seis meses que no participaba en
esas actividades y, según el New York Times, renunció a sus relaciones con
organizaciones terroristas; aunque es público y notorio que el secretariado de
las FARC vive a cuerpo de rey en La Habana, junto a los Panteras Negras, los
Macheteros de Puerto Rico y cualquier otro terrorista de ranking mundial.
Ni por asomo aparecen las palabras
comunismo, guerrilla, islamismo, yihad, que no calzan en la retórica de Obama;
pero lo más inquietante es que no perciba violaciones de DDHH, corrupción
pública significativa e inexistencia de un mínimo democrático, en Cuba.
Todo el cambio de enfoque de su política
hacia Cuba se basa en el supuesto de que las de diez administraciones
anteriores “no funcionaron”; alguien debería decirle que la suya hacia
Venezuela no solo no funciona sino que resulta payasesca.
Los funcionarios sancionados han sido
todos recompensados por el régimen, elevados a la categoría de héroes de la
patria y no parece que ni siquiera la exposición pública internacional haya
disminuido un ápice la saña criminal con que siguen actuando.
En cambio, sirve para la campaña
propagandística más ridícula y falsaria de la historia, en la que se muestran
pescadores de Margarita, indios del Amazonas, campesinos de los llanos,
ancianos, niños (pero ni uno solo de los corruptos sancionados) clamando:
“¡Obama, deroga el Decreto ya!”
Cuando se hace una falsificación, lo que
queda en el mundo es lo falso, no lo que pretenden los farsantes. Ese es el
legado de Obama y otros legados.
AUTORRETRATO HABLADO
En su discurso de despedida de la
presidencia el 10 de enero, Obama ofreció una oportunidad como pocas para hacer
una condensada interpretación de contenido de la retórica izquierdista que es
parte indisoluble de su mensaje.
En general, el común denominador es la
incongruencia entre la proclamada adhesión a una tradición fundamentada en “los
principios de quienes crearon esta gran nación” y las proclamas
revolucionarias, clasistas y racistas, que obviamente no tienen nada que ver
con los “Padres Fundadores”, blancos, anglosajones, protestantes.
En particular, habría que ir desgranando
las frases dejadas caer aquí y allá como al pasar que son groseramente ambiguas
y vagas, que no dicen lo que dicen, de manera que cada quien puede
interpretarlas como convenga o según se ajusten a sus prejuicios, mezcladas con
medias verdades y francas mentiras.
Valgan unos pocos ejemplos: Si les
hubiera dicho hace ocho años “que abriríamos un nuevo capítulo con el pueblo
cubano”. ¿Qué significa eso? No parece ni bueno ni malo “un nuevo capítulo”;
pero, ¿con el pueblo cubano? Es una flagrante falsedad. Obama nunca se reunió
ni pactó nada con el pueblo cubano sino con Raúl Castro. Los afiches con los
que empapelaron La Habana lo exhiben con el tirano, respaldándolo, ante ese
pueblo oprimido que quizás haya sentido tanto o más desencanto que el
venezolano.
Y continúa: “que cerraríamos el programa
nuclear de Irán sin disparar un tiro”. Esta sí que es una mentira
escalofriante. El programa nuclear de Irán nunca ha sido cerrado, ni siquiera
suspendido. Si acaso recibió una tregua por diez años, lo que es significativo
porque como se han cansado de advertir los expertos israelíes, sin que nadie
escuche, es exactamente lo que hizo Mahoma en su canónica “tregua con la tribu
de Quraish”.
Un hecho histórico que se remonta al año
628, conocido como Tratado de Hudaybiyyah, que estableció una tregua por diez
años entre Medina y Quraish y que Mahoma rompió tan pronto como tuvo la fuerza
suficiente para aplastar a los infieles. Desde entonces los musulmanes hacen
rutinariamente lo mismo “cuando el enemigo es duro y fuerte”, sólo mientras no
puedan vencerlo.
“Que íbamos a conseguir la igualdad en
el matrimonio”. ¿Y esto qué es? ¿La igualdad entre marido y mujer? No puede ser
que Obama consiguió eso. ¿O será su respaldo al llamado matrimonio Gay? Pero no
lo dice claramente, sino que suelta algo de contenido difuso, muy propio de su
estilo pero para nada puritano.
Si al principio dijo que el país se basa
en “la idea de abrazarlos a todos y no sólo a unos pocos”, reitera que “unos
pocos prosperan a costa de la clase media”, y que “nuestro comercio debe ser
justo y no sólo libre”, deslizando la vieja contraposición socialista entre
justicia y libertad, olvidando que quien sacrifica la libertad en aras de la
justicia se queda sin ninguna de las dos.
“Darle a los trabajadores el poder de
fundar sindicatos para tener mejores salarios” es una posición ideológica que
presupone que el nivel salarial es un problema político, de poder, y no
económico, de productividad, que haya más torta que repartir y no más poder
para quedarse con un pedazo mayor de la misma torta e incluso de una menor, que
es lo que ocurre cuando se grava excesivamente la actividad productiva.
Pero la verdad histórica es que los
capitanes de empresa que “hicieron la grandeza de este país” tuvieron que
luchar contra los sindicatos y derrotarlos a veces a sangre y fuego, porque la
mentalidad sindicalista gira sólo en un ritornelo: reducir la jornada laboral
(trabajar menos) y aumentar el salario (ganar más); y esto ha sido denunciado
por los mismos marxistas: no en balde lo primero que hacen los comunistas
cuando llegan al poder es desmembrar los sindicatos e imponer los propios.
Si el clasismo de Obama es repugnante,
su racismo es una burda impostura. No sólo porque sea hijo de mujer blanca y
padre transeúnte que volvió a Kenya sin mayor nexo con EEUU, sin antecedentes
de esclavitud, discriminación, participación en luchas por los derechos civiles
o que haya nacido en Hawái, donde jamás hubo segregación racial o educado en
Chicago, muy lejos del Sur y de plantación alguna; sino porque es el niño
mimado de Harvard, que goza del favoritismo de la élite y del aplauso clamoroso
y sostenido de la izquierda más exquisita, sofisticada, frívola e irresponsable
del planeta.
No obstante, puede articular su diatriba
contra “los poderosos” desde el podio de la Presidencia, decir que después de
su elección “se hablaba de una nación post racial. Esa visión, por bien
intencionada que haya sido, nunca fue realista”.
“Si cada cuestión económica se
enmarca como una lucha entre una clase media blanca trabajadora y las minorías
indignas, entonces los trabajadores de la más diversa índole terminarán
luchando por migajas mientras los ricos se retiran aún más en sus enclaves
privados”. “Para los norteamericanos blancos significa reconocer que los
efectos de la esclavitud y (las leyes) Jim Crow no desaparecieron
repentinamente en los años 60”.
El espíritu americano, la fe en la Razón
y en la empresa, la primacía del Derecho sobre la fuerza, es “lo que nos
permitió derrotar al fascismo y la tiranía durante la
Gran Depresión y construir un orden posterior a la Segunda Guerra
Mundial”. Es inevitable observar aquí un salto histórico interesado: lo
que se conoce como Gran Depresión fue el crack económico de 1929 y entonces el
desafío a la democracia lo planteaban el comunismo y el anarcosindicalismo.
EEUU no entró en la II GM sino en diciembre de 1941, bien lejos de la Gran
Depresión; pero el antifascismo es una obsesión izquierdista.
En la actualidad el reto está planteado
primero “por violentos fanáticos que dicen actuar en
nombre del Islam” (sólo lo dicen), a los que habría que combatir desde una
posición de principios, para no dejar de ser lo que somos.
“Por eso hemos terminado con la tortura,
trabajado para cerrar Guantánamo, es por eso que rechazo la discriminación
contra los musulmanes estadounidenses (ovación, la más larga de todas). Aquí, a
punto de extenuación, cabe advertir que no son los musulmanes quienes
discriminan a los que llaman infieles, degüellan cristianos, ejecutan atentados
suicidas, dicen que los judíos no pueden profanar el Monte del Templo “con sus
sucios pies”, ni permiten a nadie siquiera pisar en Tierra Santa, que es toda
Arabia, no, éstas son invenciones islamófobas: La verdad, de Obama, es que los
musulmanes son los discriminados, doblemente, si son musulmanes negros.
El discurso de Obama es el exacto
retrato de sí mismo.
LA LISTA DE TRUMP
Es abismal la diferencia entre el inicio
del período de Obama y el de Trump, aquél recibido con regocijo por los poderes
mundiales al punto de que le adelantaron un premio Nobel de la Paz, no por lo
que había hecho sino por lo que se supone que podría hacer en el futuro;
éste, con una rechifla universal que le anticipa un impeachment,
algo sorprendente porque se supone que procede por actuaciones atinentes al
cargo y para entonces todavía ni siquiera había tomado posesión; lo acusan de
loco, amenazan con asesinarlo y hay quienes solicitan que sea depuesto por un
golpe militar.
La virtud hasta ahora inigualada de la
democracia americana es la transferencia pacífica del poder de un presidente a
otro libremente electo. Obama dice que “le prometí al Presidente Trump que mi
administración garantizaría una transición sin problemas”; pero ¿es eso lo que
está ocurriendo?
Todavía antes de que asumiera el cargo
ya había violentas manifestaciones en las calles de varias ciudades,
generosamente replicadas en los medios, contra un gobierno que ni siquiera
había comenzado, sin señal de que vayan a detenerse sino de todo lo contrario.
Esto sí que es un gran cambio en la
concepción de la democracia porque implica que las políticas de la
Administración anterior no van a poder cambiarse por la siguiente, de signo
contrario, porque eso terminaría con la paz de la República, ignorando así el
voto de la mayoría, que antes era el estandarte de la democracia en América.
El cambio lo marcó Obama al decir que la
Constitución no es más que “un pedazo de papel”, que es la tesis de Ferdinand
Lassalle, fundador y más influyente ideólogo de la socialdemocracia alemana,
para quien “la esencia de la Constitución de un país es la suma de los factores
reales de poder que rigen en ese país”.
De manera que no tiene ningún valor
inmanente, ni sagrado, sino que es la expresión del crudo balance de los
poderes fácticos de una sociedad histórica concreta; bueno, eso no es lo que
creían los “Padres Fundadores”, ni los Presidentes juran sobre una conjunción
real de poder, sino sobre aquel venerable “pedazo de papel”.
En Latinoamérica ya lo hemos vivido y
observamos cómo se han establecido dictaduras perpetuas mediante el expediente
de desestabilizar en la calle cualquier otro gobierno de modo que nadie pueda
mantenerse en el poder sino el autócrata insurgente.
Es el caso de Bolivia, Ecuador,
Nicaragua; pero éstos son los últimos de la fila, nadie podía imaginar que esta
táctica pudiera aplicarse a tan gran escala y en la primera potencia del mundo.
Sin embargo, la izquierda ha comprobado que la temeridad rinde frutos
inesperados en un mundo que premia la “post verdad” y donde la manipulación de
las conciencias no parece tener límites.
En verdad, ya lo hicieron cuando se
lanzaron en una arriesgada campaña contra el establishment a
favor del “Vietnam heroico”: todo el mundo se escandaliza por la conspiración
de Nixon en Watergate; pero nadie repara en la conspiración contra Nixon
que llevó a su derrocamiento, orquestada por el New York Times y el Washington
Post. Algo semejante vimos en Venezuela con el derrocamiento de Carlos Andrés
Pérez.
De manera que es muy pertinente el
aserto de Trump de devolverle el poder al pueblo, que ha desatado la furia de
los poderes facticos, que pretenden aniquilarlo antes de que pueda hacer algo.
Prometió revertir la apertura de Obama
hacia el régimen comunista de Castro y ajustar cuentas con su filial en
Venezuela, restableciendo el orden de lo principal a lo accesorio. Obama nunca
dijo lo más importante: Que el Partido Comunista Cubano tiene que abandonar el
poder como prerrequisito para cualquier transición en la isla.
Lo que está por verse es si Trump podrá
llevar a cabo siquiera uno de los puntos de su lista de promesas: si manda el
pueblo o el New York Times.
Luis Marín
19-02-17
Etiquetas:
Luis Marín - El legado de Obama,
Obama,
Trumpp,
USA 2017,
Venezuea 2017
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario