domingo, 21 de octubre de 2018
IDEOLOGÍA, CHAVISMO Y MADURO
Rafal Olbinski
IDEOLOGÍA, CHAVISMO Y MADURO
Humberto García Larralde
Lo
ideológico adquirió un alto perfil durante los gobiernos de Chávez y Maduro. En
términos retóricos, el chavismo se vendió inicialmente como reivindicador de un
Bolívar justiciero que acabaría con las injusticias y la corrupción.
Progresivamente fue predominando la inclinación “revolucionaria” de su ideario
para aterrizar, finalmente, en una profesión de fe en la superioridad del
socialismo como solución a nuestros problemas. En esta última fase su proyecto
societario pasó por distintas etapas: cooperativismo al comienzo, luego
empresas de producción social, fundos zamoranos y otras figuras retóricas
parecidas, para finalmente arribar a un tinglado de entes que conforman el Estado
Comunal.
Pero
precisemos qué se entiende por ideología, antes de profundizar en el tema. En
su acepción más laxa, se refiere al conjunto de concepciones preexistentes a
partir de las cuales abordamos la realidad en que nos desenvolvemos. Qué cosas nos
impactan, cómo las valoramos y qué inferimos de ello para nuestro futuro,
hunden sus raíces en el acervo de valores, experiencias, y referencias
sociales, políticas y culturales que moldean nuestra manera de ser.
Todo el
mundo vería a la realidad a través de un lente ideológico según esta acepción y
todos somos vulnerables a campañas propagandísticas de distinta naturaleza.
Sacudirse de los prejuicios y de las visiones parcializadas para aprehender
mejor la realidad a fin de mejorar nuestras posibilidades en cualquier empeño,
descansaría en la educación, una mente abierta y nuestra capacidad y
disposición para el juicio crítico.
Una visión
bastante más comprometedora de ideología la hallamos en Van Djik, quien la
define como sistema de creencia convalidada por criterios de verdad
interiorizados por el grupo, que sirven para distinguir a un “nosotros” de un
“otros”. Según esta acepción, constituye una representación sesgada de la
realidad, que permite avanzar los intereses y/o las aspiraciones de poder de un
colectivo particular de personas.
Se asume un
compromiso con determinadas posturas que filtran los hechos en razón de su
funcionalidad para con un marco conceptual que identifica la pertenencia al
grupo. La verdad se sacrifica ante el provecho político de asumir tales
posturas y cerrarles los ojos a otras. En su versión extrema, da lugar a
fanatismos excluyentes que desprecian las opiniones de los demás y amenazan sus
derechos. De no ser así, puede todavía existir espacio para el debate y para
los juicios críticos, siempre y cuando no amenace las fundaciones sobre las
cuales se alza el edificio conceptual.
Pero la
mirada más tenebrosa de lo que puede significar una ideología nos la ofrece
Hannah Arendt en su estudio del totalitarismo. Descomponiéndola en sus raíces,
concibe a la ideología como un ideario blindado a partir del desarrollo lógico
de una premisa inicial asumida como verdad. Así, la convicción de que existe
una raza superior permite argüir que su misión es dominar al mundo, sometiendo
a las demás, por “bien” de la humanidad. Que la Historia avance inexorablemente
hacia un mundo sin clases lleva a legitimar la conspiración de un partido de
revolucionarios dedicados a precipitar tal eventualidad, liquidando a quienes
se interpongan.
La consistencia
lógica de una ideología así construida suplanta a la realidad, que se hace
prescindible. Erige un mundo ficticio en el cual los hechos no importan. Éstos
coincidirían necesariamente con las predicciones o con el deber que emana del
constructo ideológico al reescribirse continuamente la Historia. Las mentiras,
aun las más grotescas, son válidas en este montaje, por cuanto el criterio de
verdad asumido no se deriva de su correspondencia con la realidad, sino de si
contribuye a blindar la ideología contra cuestionamientos externos. Es el
ámbito del totalitarismo, del control absoluto de la información y donde toda
disidencia es un delito: el reino de la Policía Secreta.
La
presentación anterior sirve para describir la involución experimentada en el
ideario chavo-madurista. Inicialmente, se nutrió de valores y expectativas
compartidos por muchos, referidos al culto a la figura del Libertador y a la
percepción de que Venezuela era un país rico pero gobernada por corruptos. La
prédica chavista prometía sanear esta situación y redimir al pueblo oprimido,
invocando la epopeya emancipadora como forjadora de nuestra razón como pueblo,
ahora en contra de un nuevo imperio y de la oligarquía corrupta. Se derivó en
una visión patriotera y maniquea de la política, concebida como guerra contra
los traidores, en la que lo militar cobró ascendencia: un cuadro claramente
neofascista.
En la
medida en que se fueron imponiendo los intereses de quienes ocupan hoy los
mandos del Estado, la ideología fue mutando para legitimar la destrucción de
las instituciones democráticas en nombre de una revolución que fue definida
como socialista. En esta fase, la disidencia representaba claramente una amenaza
a la consolidación de su poder excluyente, por lo que se arremetió contra los
medios independientes, las universidades, la iglesia y los partidos opositores.
Con el reparto de la enorme renta que captó el país se enseñoreó un populismo
sectario, con su condena de la naturaleza plural de nuestra sociedad. Pero, al
destruirse la economía y caer los precios internacionales del crudo, la prédica
populista perdió efectividad. Dejó de servir para disputarle los favores del
pueblo al adversario político y pasó a justificar la liquidación de éste. La
represión pasó a ser cada vez más necesaria y, con ello, el imperativo de
aislarse de toda crítica basada en los derechos humanos universales.
A
diferencia de las experiencias totalitarias del siglo XX, los avances en las
tecnologías de comunicación hacen hoy prácticamente imposible el control
absoluto de la información, como ocurría en los campos de concentración.
Difícilmente puede argumentarse que la represión y el terrorismo de Estado que
empieza a instalarse como régimen en Venezuela sea fruto de las ansias de un
megalómano enloquecido con ideas racistas, como Hitler, o de una paranoia
enfermiza, como Stalin. Las motivaciones de la oligarquía militar – civil en el
poder son mucho más mundanas. Su verdadero papel es el de encubrir la
expoliación del país y los crímenes cometidos en su prosecución, con un
discurso justiciero.
La
edificación de una falsa realidad no pretende convencer a los venezolanos (o al
mundo), sino proporcionar una especie de guarimba que resguarda a Maduro y los
suyos de toda increpación acerca de sus verdaderos intereses. La imposición de
controles de todo tipo en la economía, las corruptelas, despilfarros y gastos
irregulares que forjaron los déficits estructurales del sector público y –con
ello-- la hiperinflación que hoy arruina a los venezolanos, así como el
destrozo de PdVSA, obedecerían a la “guerra económica” librada por el imperio y
la burguesía en contra del pueblo. Con inmenso cinismo, enmascaran su
enriquecimiento obsceno en un discurso redentor con el que pretenden la
supremacía moral ante sus objetores. “La Historia los Absolverá” (Fidel dixit).
Hannah
Arendt no veía necesario distinguir entre las experiencias nazi y estalinistas
en su estudio del totalitarismo, a pesar de sus variantes particulares.
Representaban el mismo horror. Tampoco tiene hoy sentido distinguir entre
fascismo y castro-comunismo para ubicar a Maduro. Pero la retórica comunista se
alimenta de mitos más atractivos, entre ciertos círculos, que el discurso racista
que, de paso, si fue utilizado por Chávez al principio. Parece menos repugnante
ser acusado de comunista que de fascista.
Sea como
fuere, es innegable el creciente poder de la Policía Secreta –el SEBIN-- en las
ejecutorias del fascio-comunismo venezolano. Se ha deslastrado de toda
restricción para allanar y apresar opositores sin orden judicial y se niega a
liberar a quienes tienen orden de excarcelación, entre otras arbitrariedades.
Ahora tortura y asesina impunemente a inocentes, como ocurrió con el concejal
Francisco Albán, quien se encontraba bajo su custodia. Pero, como lo haría
Goebbels, Saab y Riverol repiten que fue un suicidio. Se asoman cada vez más
claramente los rasgos totalitarios a que refería la filósofa judeo-alemana. Por
ahí se nos amenaza ahora con aprobar una constitución hecha a su medida.
Humberto
García Larralde
economista,
profesor de la UCV
humgarl@gmail.com
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario