domingo, 14 de octubre de 2018
EL AVIADOR, UN ANTECEDENTE
EL
AVIADOR, UN ANTECEDENTE
SEBASTIÁN
DE LA NUEZ
LOS MARXISTAS DE corazón, que
los hay, han dicho que el idealismo es una filosofía reaccionaria. Rodolfo
Pedro González fue un idealista, tan ingenuo y tan idealista que votó por Hugo
Chávez en 1998. Ese voto, junto con el
de otros como él, le costaría la vida.
Rodolfo era un hombre
vulnerable, que se exasperaba fácilmente, tradicionalmente adeco y con molesto
aparato de ortodoncia metido en la boca. Esa noche que va del 12 al 13 de marzo
de 2015 llamó a sus dos hijas, Ivette y Lissette, a su mujer Josefa y a su
hermano Domingo, quien había permanecido muy cercano a él durante el proceso
(murió el año pasado). Rodolfo se encontraba azorado, estresado, perturbado:
necesitaba urgentemente, dijo, que le llevaran su cédula de identidad al día
siguiente a las 7:00 am porque unos funcionarios del Ministerio de Prisiones le
habían dicho que probablemente lo trasladarían a un recinto de presos comunes,
quizás Yare.
Todos trataron de
tranquilizarlo. En vano.
A cierta hora de la madrugada
algún reo en el Helicoide, del mismo pasillo donde el aviador pernoctaba,
escuchó un ruido extraño y dio la voz de alarma. En su propia casa no se
enteran si no es por unas primas que viven en Filadelfia (Estados Unidos):
llamaron a Ivette y ella fue donde Lissette a decirle; miraron en Twitter a ver
qué estaba circulando por allí y, en efecto, se encontraron con una primera
declaración del jurista José Vicente Haro. Haro defendía a personas presas en
el mismo lugar donde pernoctaba González y por ellas, seguramente, se enteró.
No se le ocurrió llamar a los familiares sino meterse en Twitter directamente.
En realidad, no lo conocían personalmente.
Viuda e hijas no fueron
informadas oficialmente hasta el día siguiente, a las puertas de ese paquidermo
que alberga entes oficiales y donde caben todo tipo de encierros. No las
dejaban pasar, en principio, pues no era día de visita. Estando allá abajo les
entró la llamada de la Fiscalía, cuya representante ya se encontraba dentro.
Fue esta funcionaria quien les informó. Al fin accedieron al recinto. Solo
Ivette, la hermana menor de Lissette, quiso entrar a ver el cuerpo de su papá, tirado
todavía justo donde había caído puesto que todavía debían llegar los
investigadores a tomar nota. Ni Josefa ni Lissette quisieron verlo. La fiscal
informó del procedimiento: ir a la morgue, ir a declarar, firmar esto y
aquello. En casos así, cuando fallece una persona custodiada por el Estado, la
Dirección de Derechos Fundamentales de la Fiscalía se encarga de la
investigación. Pero nunca, luego de ese día, los familiares del aviador han
sabido nada acerca de las conclusiones. Tampoco han sabido quiénes fueron los
funcionarios de Prisiones que hablaron con Rodolfo González la tarde anterior
ni qué le dijeron ni si, en todo caso, era cierto que recibió la amenaza del
traslado a Yare o donde fuera.
Rodolfo Pedro González murió
porque supo que le tocaba, que no tenía escapatoria, que su condena era
irreversible. Murió porque en alguna ocasión, o en varias, había comentado
abiertamente, en el comedor donde recibía visitas, que si le metían tantos años
de cárcel no aguantaría y se mataría.
Para ese momento una parte de
él ya había muerto, su mejor parte, esa porción del alma o de la psiquis que lo
había impulsado desde pequeño, aquella en que se soñó pilotando un avión.
El mismo espíritu que se quedó
con la boca abierta ante La guerra de las galaxias. Lissette recuerda que
cuando se estrenó el primer capítulo de la saga, Rodolfo estaba allí, a las
puertas del cine, primer chicharrón, arrastrando a su hija de 8 años. Él no se
ocupaba de las calificaciones escolares ni de asuntos similares, era el terreno
de Josefa. Se ocupaba, más bien, de llevar a las hijas al mar. Las enseñó a
nadar, a lanzarse del trampolín en Morrocoy o Margarita. Coleccionaba primero
las películas de George Lucas en VHS, luego en DVD. Desde chiquito quería ser
piloto pero su madre se había negado en redondo a subvencionarle ese capricho,
por los peligros que entraña. Después de que la buena señora falleció, y tras
sacarle rentabilidad a un local que había heredado en el centro de Caracas, se
montó en el primer avión que le dejaron. En el sillón del piloto. Era el
Aeroclub Caracas y le dieron su licencia.
“Era un hombre muy impaciente,
pero alegre”, dice de él Lissette. “Le gustaba ayudar a todo el mundo,
solidario. Él no regañaba por notas en el colegio, pero sí cuando uno se iba a
una fiesta y regresaba dos horas más tarde de lo establecido. Ese peo te
esperaba era con mi papá”. Lissette es hoy en día una solvente investigadora y
docente universitaria en Sociología.
Lo único que tiene la familia
sobre la visita de los funcionarios del Ministerio de Prisiones es el
testimonio de él: lo iban a trasladar. Oficialmente no se ha admitido nada ni
hay documentación sobre tal visita. Lo cierto es que él había dicho más de una
vez aquello de que no aguantaba una condena a largo plazo, que prefería
matarse. La familia no le creyó. En diez meses solo había salido del Sebin para
verse en un par de ocasiones con su odontóloga, por lo del tratamiento de
ortodoncia. Una concesión francamente graciosa.
Hay tres jóvenes en el mismo
expediente que comenzó a forjarse el día en que lo fueron a buscar a su casa de
Macaracuay, en abril de 2014. Allí mismo está incluida Josefa, no debe
olvidarse que ella fue a llevarle algo al Helicoide y allí mismo la dejaron
encerrada, los benditos del Sebin, saltándose cualquier procedimiento legal.
Los otros tres fueron puestos en libertad luego de que murió el aviador. Renzo
Prieto, el último, en mayo de 2018. El juicio no ha empezado, seguramente nunca
empezará. Lo que hubo, cuando Rodolfo vivía, fue una audiencia preliminar,
aquella en la cual un juez de control decide si hay motivos para la acusación y
con cuáles cargos. Esa audiencia terminó en octubre de 2014, es decir, seis
meses después de que lo encerraran. Y desde ese entonces hasta que murió no
había pasado nada; ni siquiera un tribunal asignado. Después de su
fallecimiento sí hubo cierta prisa: fue asignado un tribunal. Sin embargo, las
primeras audiencias se suspendieron. Una porque uno de los detenidos pidió que
el juicio fuera grabado y, como no había cámaras disponibles, se suspendió el
acto. En la siguiente no se presentó la Fiscalía; después, no pudieron ser
trasladados los muchachos implicados en el caso. Luego, algo de última hora… En
fin. Desde noviembre del año 2017 no se han convocado más audiencias.
Josefa sigue metida en ese
expediente, nada ha prescrito. Josefa no anda tranquila de los nervios. Si le
toca ir al tribunal, se pone mal; incluso algunas noticias la han afectado
mucho. A Josefa, por cierto, no le han devuelto ni las computadoras ni nada de
lo que se llevó el Sebin de su agencia de viajes en Chacao. Como tampoco han
devuelto las PC que decomisaron en dos casas familiares, ni las tabletas, ni
los teléfonos móviles, incluyendo el de la señora que limpiaba donde Ivette.
Así de cleptómano es el Estado madurista.
Lissette lo admite pero
enseguida reacciona: “Sí, esto nos destruyó la vida que teníamos. Pero la vida
sigue. No nos quedamos en estado de postración, gracias a Dios. Yo creo que al
gobierno no le importó lo sucedido. Es mi impresión. Creo que al Estado
venezolano le importa bien poco los derechos de los opositores. Le importa
menos incluso cuando son gente desconocida, como mi papá, que no era una
persona influyente.”.
Al menos, Diosdado Cabello no
se metió más con el aviador en su programa de televisión. Era uno de sus temas
favoritos.
A veces, bajo algunos
regímenes, la muerte se convierte en un asunto administrativo, una especie de
abstracción. Si la muerte es una abstracción, la vida también lo es. Solo es
concreto el poder, su engranaje y su mecánica. Lo demás es prescindible, ya que
es tan abstracto. Un cinturón o correa que pasa los controles usualmente
estrictos en el Helicoide. Un señor mayor que habla pendejadas en la calle y
que ahora dice que él no aguanta una condena larga, que preferiría matarse.
Abstracciones de un medio desquiciado.
Cuando los reos traspasan las
puertas de las dependencias policiales en Venezuela, ya han perdido la mitad de
su vida, probablemente la mitad que valía la pena vivir. A partir de entonces
se las verán solos con su lado oscuro. Hubo unos bidones de gasolina en un
patio. Lo de los bidones fue la coartada perfecta para que Diosdado Cabello y
Nicolás Maduro —en ese orden— armasen una histérica campaña contra este
idealista torpe y ciclotímico. Apoyó a los guarimberos de su zona en 2014.
Habló lo que no debía, probablemente locos planes para tumbar al gobierno, y lo
escuchó en mala hora quien no ha debido escucharlo.
Después de todo, seguía siendo
un iluso, un idealista, un individuo propenso a exasperarse.
Eso pudiera ser un común
denominador. Aprovechar las debilidades de quienes entran en esas sombras,
explorarlas a conciencia, sacarles partido hasta límites insospechados. Si eres
un experto en la materia o estás debidamente asesorado por gente con sesenta
años de experticia en estas lides, tienes el éxito garantizado. Puedes hacer
que el idealista se cuelgue o que el buen cristiano se tire por la ventana. La
muerte es, nada más, un asunto administrativo.
La familia del aviador nunca
olvidará el funeral multitudinario. El liderazgo democrático se hizo presente
y, sobre todo, el liderazgo del movimiento estudiantil y de eso que después se
llamó la resistencia en las protestas de 2017. Gaby Arellano (que aún no era
diputada) dio un discurso al lado del féretro. Rodolfo la había conocido, la
había apoyado. Había quien se presentaba de este modo: “Usted no me conoce,
vine desde Barquisimeto a mostrar mi solidaridad”. Era una sensación rara, dice
Lissette, pues sentía como si el acto no perteneciera a su propia familia sino
que era algo mucho más extenso, más abarcador.
Algo semejante deben haber
sentido los familiares de Fernando Albán en estos días. La solidaridad del
venezolano deberá resistir y superar este atroz esperpento que administra
muerte.
13 de octubre del 2018
sdelanuez@gmail.com
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