Ocurren hechos extraños en la vida de las naciones en pleno siglo XXI. Una gran cantidad de ministros de Relaciones Exteriores, salidos de la espectacular e improductiva Río+20 , el aterrizaje de otra ola de imponentes aviones oficiales en la madrugada de un invierno poco común, y ─estimulado posiblemente por la baja temperatura─ se comportan con la misma frialdad con la que la " Triple Alianza "diezmó cientos de miles de guaraníes en una guerra que devastó a la potencia industrial más desarrollada de América Latina.
¿Sorprendidos? No es para menos. Éramos ricos, muy ricos, industrializados, avanzados, educados, cultos, europeizados, amantes de las artes, de los libros, de las óperas, del desarrollo. Nuestros antepasados brillaron en la Sorbona y firmaron tratados académicos, descubrimientos científicos y refinados ensayos literarios. La mención de nuestros orígenes no provocaba burla o ironía, como es habitual en los días sombríos de hoy, sino la profunda admiración y curiosidad de los que siguieron nuestro camino como nación triunfadora.
La reina Victoria, quien no le brindó al resto del mundo la misma sabiduría con la que gobernó y marcó para siempre la historia del Reino Unido, armó a tres mercenarios quienes arrasaron, con su ambición desmedida y su eficiente espíritu pionero, tomando el mercado de la antigua potencia colonial por debajo del Ecuador; Brasil, Argentina y Uruguay nos arrasaron. Nuestros campos fueron fertilizados con los cuerpos en descomposición de nuestros hermanos, decapitados a punta de espada y con sádico refinamiento. El Conde D'Eu, esposo de quién liberaría a los negros de la esclavitud y entraría en la historia del Brasil, dirigió en persona y con donaire la masacre. Los historiadores, esa gente chismosa y necesaria, registraron su puntilloso esmero y su inocultable placer. El nefasto delegado Sergio Fleury tuvo un precursor casi con un siglo de anticipación.
Nuestras ciudades terminaron habitadas en su mayoría por mujeres y niños; pocos hombres sobrevivieron al genocidio perpetrado. Pedro II, quien marcaría la historia de Brasil por su honradez, se comportó de manera impresionante en esa página oscura de la historia del Brasil la que es inversamente conocidísima en relación con la historia de mi país y en la que, sin embargo, no se movió una paja ni se dijo una palabra sobre el sadismo de su yerno criminal. Documentos revisados por mí en el Archivo Nacional, en Río de Janeiro, muestran la firma del viejo emperador autorizando- la compra de naves, barcazas, caballos y todo lo que se necesitaba para una cacería de vida o muerte (más de muerte, por supuesto) contra López. No bastaba con derrotar al déspota esclarecido, al republicano que los humillaba, al que había desafiado a los imperios de Inglaterra, Brasil y España... Había que hacerle el epitafio y esculpirle su lápida. Y así se hizo.
Derrotados, nunca más fuimos los mismos. Pasamos a ser conocidos como una República ya bicentenaria pero atrasada, en comparación con los vecinos. Enfrentamos una cruel guerra con Bolivia, en la primera mitad del siglo pasado. Nos robaron la importante franja territorial del Chaco región paradójicamente inhóspita y riquísima. Ganamos la guerra. Nuestros soldados mostraron el valor y el patriotismo que brasileños, uruguayos y argentinos conocieron más de medio siglo atrás. Nuestra incipiente aviación militar y sus jóvenes pilotos asombraron a los expertos estadounidenses por su técnica refinada y por el éxito de sus acciones contra el agresor.
Salimos mal de la Guerra del Chaco y experimentamos la misma y acostumbrada crónica, tan rigurosamente común, de todos los demás países latinoamericanos. Golpes y contragolpes, instantes de democracia e hibernaciones bajo férreas dictaduras. Los presidentes se sucedieron, siempre despachando desde el hermoso Palacio de López y viviendo en la antigua mansión de Mburuvicha Roga ("La casa del gran jefe", en guaraní); algunos fueron aceptables, otros deplorables. Ninguno, sin embargo, recuperó la gloria perdida de los años de la riqueza, la opulencia y la abundancia. Un héroe de la Guerra del Chaco se convirtió en dictador y nos oprimió por más de tres décadas. Un hombre duro, pero de hábitos espartanos y por demás interesante, el multifacético Alfredo Stroessner no rechazó el papel menor de tirano, pero construyó con Brasil la estupenda planta hidroeléctrica de Itaipu, la obra de ingeniería más grande de su tiempo, salvando al Brasil de una predecible catástrofe energética. Fue socio y amigo de todos los presidentes de Brasil desde JK hasta Sarney. Con los militares post-64 se llevó de las mil maravillas, pero fue de sus manos que el exiliado Joâo Goulart recibió el pasaporte con el que viajaría para tratar su salud con cardiólogos franceses. Depuesto, el viejo dictador murió exiliado en Brasil. Aquellos que lo combatíamos (nací en Buenos Aires, donde mi padre, hombre de negocios exitoso pero opositor de la dictadura, sufría su exilio) jamás supimos de ninguna acción, ni siquiera una, del Brasil durante sus gobiernos democráticos, contra la dictadura del general que les dio Itaipu.
El turno de Fernando Lugo
Después de dos décadas del derrocamiento de Stroessner, se nos aparece Fernando Lugo. Su historia es peculiar. Fue obispo de San Pedro, simpático e izquierdista, quien predicaba a los sin tierra y que parecía no molestar a nadie, ni a los agricultores de la zona. En el año 2007 el entonces presidente Nicanor Duarte Frutos, un joven periodista elegido por los colorados, decide seguir el pésimo ejemplo de Menem, Fujimori y Fernando Henrique, dejando claro su deseo de cambiar la Constitución y permanecer en la presidencia, valiéndose del inexistente instituto de reelección. Su gobierno era más que sufrible, y —excusen la inmodestia anclada en nuestra historia— nosotros, los paraguayos, no somos dados al disfrute de cambiar nuestra Constitución para complacer la voluntad de ningún presidente.
El país se levantó contra la aventura y él, obispo bonachón, precisamente por no ser político y garantizar que no alimentaba alguna ambición de poder, fue escogido para ser el orador en un gran acto público, con decenas de miles de personas reunidas en el centro de Asunción. Pastoral, atractivo, preciso, el Obispo de San Pedro cautivó a la multitud, se encargó de la tarea y catalizó la inmensa indignación de la ciudadanía. La aventura continuista de Nicanor no tuvo éxito, pero con la sutileza de un príncipe de la Iglesia en los intrincados cónclaves que preceden la salida del humo blanco en el Vaticano, se nos presenta un fuerte candidato a la presidencia de la República: ´Habemus candidatum!´ Sin embargo, el hábito vestía más que a un pastor, escondía un hombre frío, ambicioso, ingrato y profundamente amoral.
Su primer problema fue con la Santa Madre Iglesia. La Santa Sede, sin duda sabiendo algo que nosotros desconocíamos, vetó su inclinación política. No, él nunca podría ser un candidato. La Iglesia católica combatió la dictadura del general Stroessner con inmenso coraje y acciones firmes, pero no quería ocupar la presidencia del país. "Roma locuta, causa finita" ("Roma habló, asunto concluido").
Candidato sin partido, favorecido por la clara simpatía de la mayoría del electorado, se afilió al centenario y respetable PLRA de los liberales, con más de 60 años fuera del poder y con el bagaje de una valiente oposición a la dictadura de Stroessner. Como un Jânio Quadros, Lugo se unió al Partido Liberal Radical Auténtico y usó su bandera, su historia y su estructura capilarizada en toda la sociedad paraguaya. Y después le dijo adiós con el puño, frío e indiferente.
Una vez elegido, se deshizo de todos los compañeros de viaje. Uno a uno. Stalin no borró a tantos en las fotos oficiales del Kremlin como lo hizo el ex obispo. Por cierto, despidió a los más calificados. Quedaron los compinches, los facilitadores de negocios y fiestecitas íntimas, los "operadores" y algunos izquierdistas incautos para colorear con las tintas de un risible "socialismo Guaraní" el gobierno de un hombre que llegó como el Mesías y que terminaría como un Judas Iscariote.
Lugo podría prestar su nombre y su vida política (y personal, también) al maestro Borges y convertirse en uno de los impresionantes personajes de la "Historia Universal de la Infamia". Un infame, no más que eso! Apenas fue elegido y juramentado, ocurrió una sucesión de escándalos y se revela su conducta moral. Hijos inconcebibles para un obispo supuestamente casto. Varios. Ninguno reconocido o protegido; engendrados con las mujeres más pobres y sin instrucción alguna, del medio rural, humilladas después de utilizadas, una de ellas de apenas 16 años cuando la embarazó. Si traicionó a su Iglesia ¿por qué no nos traicionaría?
El veto de Itaipu
Su afecto por los aviones y los jets llegó a rayar en el fetichismo: gran parte de su peculiar mandato lo pasó a bordo de ellos. Eran fletados a las compañías de taxis aéreos de otros países, enviados por amigos como Hugo Chávez y Lula, mientras otros eran prestados por misteriosos amigos. Chocó con el brasileño Jorge Samek, fundador del PT y gestor competente, cuando éste, como presidente de la parte brasileña de la compañía Itaipú, resolvió vetar el capricho juvenil del delirante ex obispo presidente: la poderosa binacional compraría un jet para su uso. Un Gulfstream tendría buen tamaño, tal vez un Falcon, o incluso un muy brasilero Legacy, pero necesitaba ardientemente tener su avión.
¿Obras viales? Imagínese. ¿De infraestructura? Nada ¿La modernización del país? No pensaba en eso ¿El crecimiento económico? Sí, pero a través de una agricultura fuerte, de empresarios jóvenes y ambiciosos, de una industria en auge y de un ministro de Economía, Dionisio Borda, quien se desligó de la regla general del gobierno de Lugo: competente y austero, inmune a la voluntad del presidente y alejado de la escoria que lo rodeaba. Cada día, en el parlamento, en las redacciones, los sindicatos, los foros empresariales, en las reuniones con amigos, un comentario nuevo, una nueva historia sobre otra componenda de los asesores y compañeros de Lugo.
El juicio político
Su proceso de "Juicio Político" –algo así como un proceso de remoción presidencial– está previsto en la Constitución del Paraguay. No era una travesura histórica de parte de media docena de dirigentes políticos o parlamentarios, ni una reacción por los desaires de Lugo a los partidos, los empresarios, a todos los paraguayos. ¿Qué tipo de Jefe de Estado era ese que tuvo 73 diputados que votaron por su caída contra un solitario voto? ¿Qué tipo de jefe de la nación era ese, que tuvo 39 votos en contra en el Senado contra sólo cuatro senadores leales a su desgobierno?
Fernando Lugo fue un accidente en nuestra historia. Necesario, pero doloroso. Sus defectos superaron sus virtudes; aquellos eran muchos, las otras pocas. Nosotros que votamos deseando un Estadista, nos tocó un sibarita. Su legado fue uno de decepción y fracaso. No llorarán por él dentro de nuestras fronteras, y quienes lo defienden fuera de ellas lo hacen pensando mucho más en lo que les podría ocurrir a ellos que por solidaridad con el agradable gobernante y el despreciable homúnculo que cae.
El final de su gobierno le duele más a un ya dolorido Chávez que a nosotros. La señora Kirchner, radical en la condena que nos impone, se olvida de nuestra asociación en la gigantesca e importante usina hidroeléctrica de Yaciretá, y amplía su lucrativa viudez acogiendo en su seno lloroso al decaído amigo. ¿Solidaria? No tanto, simplemente oportunista y consciente de que se abrió el precedente para que los parlamentos expulsen a los incapaces. En Bolivia, el sentimiento popular en relación con el sectario e igualmente bolivariano Evo Morales no es diferente al sentimiento de los paraguayos por Lugo en el otoño de su aventura presidencial. Es peor. El reloj de la historia repicará las campanadas del final de una aventura improductiva, iracunda, racista y liberticida.
No entendemos la posición de Brasil. O no queremos entender por lo mucho que lo queremos. Brasil nos arrasó como sicario de la reina Victoria. Nosotros lo perdonamos y juntos construimos el coloso de Itaipu. Lo tratamos bien y ahora apoya la continuidad de una de las peores etapas de nuestra historia ¿En nombre de qué? Nos niega el derecho a la auto determinación, pero se olvida del papel ridículo que hace en defensa de un cretino igual a Zelaya, un corrupto ligado a grupos de exterminio somocistas y que era tan izquierdista como Stroessner y tan demócrata como Pinochet.
¿Que quiere el gobierno de Dilma? ¿Pasar por el mismo vejamen de Lula en la paupérrima Honduras? Nosotros estamos totalmente dispuestos a mantener una asociación que ha resultado positiva y digna para ambos países. Pero la austera presidenta no nos inspira el mismo terror-miedo-pánico que nos infunde su personal y sus ministros. La fealdad no hace la historia, sólo erosiona las biografías. Dilma llamó a su embajador en Asunción, Cristina hizo lo mismo. Las matronas radicales simplemente ignoraban que el embajador brasileño es un ausente total que pasaba más tiempo en Pindorama que aquí.
(*) Chiqui Avalos es un conocido escritor y periodista en Paraguay. Luchó contra la dictadura de Stroessner y apoyó la candidatura de Fernando Lugo. Es el editor de "Prensa Confidencial", un influyente boletín digital que se edita en Asunción.
1 comentario:
Que llanto patetico de perdedor. Que retahila de disparates historicos. Que resentimiento por generaciones. Por suerte lo firmaste, Chiqui, y los que sabemos que siempre fuiste solo un borrachin ventajero, respiramos aliviados: "Es solo Chiqui diciendo pavadas para sacarle alguna platita a alguien, como siempre"
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