domingo, 15 de julio de 2012
MIGUÉL ÁNGEL CAMPOS - LOS NIÑOS BORRADOS
Son muchos,
demasiados, los niños borrados en este expaís. Los que no llegan a nacer, los
que apenas nacidos son dejados sin albergue ni asistencia, los que crecen
heridos de toda suerte de muerte hasta que finalmente desaparecen en
la inútil lista de las estadísticas.Los que después se convierten en disparo
para borrar a otros niños. Los desahuciados, los suicidados por esta sociedad,
los que el lápiz se los cambiaron por un revólvero los convirtieron en
mensajeros de alguna droga ajena.Los que le boran su vida, su memoria y sus
engranajes con una fuente y una raíz inexistentes. Los que no han conocido la
risa.
Agradecemos a Miguel
Ángel este texto que refiere la tragedia y soledad de quienes un día
fueron festejados como los primeros quintillizos sobrevivientes, porque en
ellos es posiblever un fragmento de lo que somos, como sociedad,como
individuos, como gente.
Sobrevivieron el
nacimiento y no pudieron sobrevivir la vida que contenían.
Clamamos, una vez,
por la restitución de la vidasobre la muerte, la alegría sobre la tristeza,el
logro y el hacer colectivos por sobre todo atropello, abandono y
violencia.
Lo hemos difundido
en el siguiente enlace:
http://redinternacionaldelcolectivo.blogspot.com/2012/07/miguel-angel-campos-los-ninos-borrados.html
mery sananes
En los primeros
días de septiembre del año pasado falleció en el Hospital Universitario de
Maracaibo el segundo de los quíntuples Prieto Cuervo, las circunstancias
de su muerte ratifican la penuria en que han vivido estos hermanos que en su
momento conmovieron a los cinco continentes. Fueron el primer caso en el mundo
de varones sobrevivientes, el hecho ampliamente difundido de los cinco
hombrecitos hermanados en un abrazo raigal, mereció páginas destacadas de la
revista Life. Nacieron el 8 de septiembre (1963), día que se
conmemora la fundación de Maracaibo. La estampa de aquellos adolescentes en una
fotografía de periódico que conservo era la viva promesa de la salud y un
futuro conjurado.
El espectáculo
convocó a todo el país, personalidades variopintas se hacían fotos a su lado,
de la farándula y la política llovía toda clase de promesas y ofrecimientos,
desde la garantizada leche hasta lencería fina para los cinco cachorros. Hasta
hubo una providencia del presidente de la República, mediante la cual se
les amparaba en los básicos aspectos materiales, sólo hubiera bastado que uno
de esos comités se pueblo se hubiera constituido en especie de albacea para ejecutarla
en el inmediato porvenir.
Pero tras la fiesta
de los borrachos sólo quedan los estropicios y la mala conciencia. El concierto
a beneficio con donación de la taquilla del naciente grupo “Los Blonder” debió
ser sin embargo el gesto menos oportunista. Sin más cuidados que los de la
propia familia al poco tiempo estaban sumidos en el discreto abandono, pronto
acecharon las carencias. Ni educación tuvieron, menos amparo y afecto de la
comunidad que los celebró, la gratitud de los padres quedó estampada en los
nombres que eligieron para los cinco: los del equipo médico. Menos mal que
estos no se llamaban Killer, Yonalber, Kendri, insólitas aberraciones que luego
se hicieron costumbre entre el chicherío citadino.
Trate usted de dar con la historia médica del caso,
hurgue en los ruinosos archivos de la Maternidad Castillo Plaza o del
Hospital Universitario. Busque la ficha de indicaciones y anotaciones del
obstetra, ni rastros hay de lo que ha debido ser un documento invaluable de la
ginecobstetricia venezolana, de una paciente que no tuvo control desde el
comienzo del embarazo, también de conocidos antecedentes de fertilidad y otros
partos múltiples. La ciudad ufanosa de sus hitos médicos de cirugía y
transplantes, presuntuosa de su centenaria universidad, vanidosita de sus
médicos pensarosos, es incapaz de acunar a cinco perfectos ejemplares venidos
de la cuarta dimensión. Heraldos de la alegría superan todos los pronósticos de
compresión, prematuridad y nutrientes, menos el medio dispuesto sólo para la
depredación, filicida, indiferente.
Me pregunto cuales
pueden ser los blasones de una ciencia o profesión ruidosa en sus ejecutorias
de mostrador, muy sensible a la publicidad que la exalta como un saber
misterioso de sujetos menos eficientes que pretenciosos. Aunque todavía no se
hayan dado cuenta que la medicina es una ciencia social, más antropología que
fisiología, y en estas sociedades atrasadas su grandeza deberá dirimirse no
tanto en los quirófanos como en los escenarios civiles, donde los clientes
antes que pacientes debieran ser ciudadanos.
No veo de que deba
enorgullecerse un pediatra que sólo se limita a salir en los periódicos y desde
su preeminencia social no vela por el destino de cinco maravillas en un medio
devastador, o unos obstetras que no vuelven a tener más noticias de la madre, y
de unas instituciones hospitalarias que no resguardan los documentos forenses
de un suceso por varias razones excepcional. Seguramente el destino de este
país sería otro si estos cinco niños hubieran ido a la escuela, a la
universidad y amparados por una profesión llegado a ser emblema del bien y de
una Venezuela hacendosa, herencia de la responsabilidad en un tiempo de drama social.
Pero fueron pasto de la incuria, del desconcierto en medio del prevenido
desdén, pronto la pobreza los deprime y se exponen a la miseria. Deben ganarse
la vida como jornaleros, obreros de lo que caiga, cinco más en una prole ya
numerosa, el prodigio pronto se desvanece y el país muestra su nula
capacidad de asombro.
Durante años
desaparecen de la crónica periodística, para los medios ya no son noticia, sólo
miembros más de una familia pobre y sin distinción. Pero ellos seguían estando
allí, creciendo en años y uniformados por la indolencia de los olvidadizos, sin
plan para el futuro ni para el orden del día, debían sucumbir a la fatalidad
del desempleo y las carencias. Sin orientación y librados a la indiferencia los
cinco son unos encandilados en medio de la dura calle, los días del conjunto
gracioso, arrancador de miradas tiernas entre viejecitas y señoras de recao
de olla, de la pandillita llena de gracia y mohines (aunque parece que
siempre tuvieron un aspecto doliente), habían quedado atrás.
Hasta hace 24 años,
cuando vuelven a ser noticia, las páginas de los periódicos acogen nuevamente
el espectáculo, esta vez de sangre y tragedia. Uno de ellos, Fernando Ramón
queda tendido, despedazado por un disparo de escopeta, en una empresa de Ciudad
Ojeda: en un cambio de guardia, a su hermano se le escapa un disparo. Sobrevivían
como guachimanes nocturnos en alguna contratista de la Costa Oriental, lugar de
donde son y vive su familia hasta el día de hoy. La escueta nota de la noticia
de esta segunda muerte habla de un accidente. Una caída, al parecer en el lugar
de trabajo en el ya conocido oficio de vigilantes, acabó con la vida de Juan
José.
Le produjo una
hemorragia intracraneal cuyas consecuencias no pudieron ser contenidas por los
médicos que lo operaron en un segundo momento y tras permanecer dos días en el
Hospital de Ciudad Ojeda. Rindió su vida de origen prodigioso a los 47 años, el
otro lo había hecho a los 23, cortísima expectativa al parecer para los que en
este país vienen al mundo hermanados, que mima a su muchedumbre y se vanagloria
de que esta vive hasta más allá de los setenta y cinco años, uno de los
indicadores de desarrollo humano, según la fórmula de certificación de
bienestar del PNUD.
Publicado el 13 de julio de
2012
Por Miguel Ángel
Campos
Revista República
Etiquetas:
Miguel Ángel Campos,
Quíntuples Cuervo Prieto
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Miguel Angel, sabio amigo, nada que sumar ni restar, es asi. tal lo describes, excelente articulo. Un gran abrazo.
Publicar un comentario