domingo, 21 de septiembre de 2014

HUMBERTO GARCÍA LARRALDE - A CONFESIÓN DE PARTE



A  CONFESIÓN DE PARTE
Humberto García Larralde

El lenguaje del fascismo es la guerra. Por su intermedio invoca luchas épicas contra enemigos de la Patria, siempre al acecho. En este imaginario romantizado, el pueblo deja de ser una conjunción heterogénea de individuos procurando intereses particulares o colectivos, para elevarse en una voluntad general única dispuesta a sacrificarse en defensa de la noble causa patria. Lo militar cobra preeminencia en esta gesta, tanto en la subordinación de lo civil a lo castrense, como en la imposición de códigos militares entre los adeptos. Su regimentación como tropa uniforme presta a cumplir las órdenes del Comandante supremo se escenifica como si fuese el “pueblo” que aplasta al enemigo.

Tal fue el caso de los fascii di combattimento que seguían a Mussolini, como de los Sturmabteiling o S.A., brigadas de choque del terror hitleriano. Mantener la sociedad en tensión permanente, ingeniando conspiraciones que amenazan las “conquistas del pueblo”, era  menester para galvanizar a los fieles detrás del Líder. Como es de imaginar, bajo tales condiciones desaparecía la política o ésta se trastornaba –invirtiendo a Clausewitz- en “la prosecución de la guerra por otros medios”. La apacible convivencia en sociedad se postergaba indefinidamente hasta la ansiada conflagración final que liberaría para siempre a la patria de sus odiados enemigos.

Chávez peroraba incansablemente contra una “guerra mediática” al verse criticado públicamente. Asimismo, no dejaba de recordar que su “revolución” era armada –con cañones y poder de fuego- por si el pérfido imperio y sus secuaces internos atentasen contra ella. Su sucesor, mucho menos habilidoso para defenderse en público y habiendo heredado el inmenso desastre urdido por aquél –con su complicidad y anuencia-, apela al calificativo de “guerra” para encubrir su incapacidad para enderezar tamaño entuerto. Haciendo gala de un cinismo insólito y desafiando el sentido del ridículo, Maduro insiste en la existencia de una “guerra económica” para explicar las penurias –increíbles en un país con los ingresos petroleros como el nuestro- que plagan hoy la vida de los venezolanos.

Ahora, cuando los niveles de destrucción evidencian la vulnerabilidad del sistema de salud ante males como los que ocasionaron la muerte de varios pacientes en Maracay y Caracas, no se le ocurre otra cosa que aludir a una “guerra biológica” y hasta a una “guerra bacteriológica” de la “derecha” como justificativo. Y para no dejar piedra sobre piedra en la gesta bélica con que identifica su gestión, invoca también una “guerra sicológica” por parte de aquellos que exigen al gobierno informar con la verdad sobre estos casos.

Lamentablemente, tales desvaríos no son para despacharlos, hilarantes, por absurdos. Expresan la única forma en que encuentra Maduro y la oligarquía en el poder para perpetuar el régimen de expoliación –de saqueo- en que han convertido esta “revolución”. Es la confesión más palmaria de que no les interesa buscar los consensos necesarios para superar la actual catástrofe. Su problema no es obrar por el bien del país. El modelo ha sido exitoso –afirman- y el país está en vías de lograr la máxima felicidad social. Y procuran creerlo en un intento por sepultar su culpa en el envilecimiento de la vida de los venezolanos. Pero de ello no tienen escape.

De ahí la repetición incesante de contraposiciones maniqueas que pretenden que los “buenos revolucionarios” están defendiéndose legítimamente de las “guerras” libradas en su contra por traidores aupados por el imperio. Y debe reconocerse que el fascismo venezolano en esto ha sido habilidoso, ataviándose con un ropaje de izquierda, justiciero y bendecido por las ruedas de la Historia, para encubrir un régimen militar represivo, excluyente, con vocación totalitaria. Esta metamorfosis llega al extremo incluso de acusar a los luchadores por la democracia de “fascistas” (¡!) como forma de justificar, de acuerdo con esa cosmovisión comunista que se empeñan en ser expresión, el atropello de sus derechos más básicos. De ahí el llamado a estrechar anillos de seguridad por parte de la militancia del PSUV, agrupada en unidades de batalla chavistas (UBCh) y colectivos armados, confirmación de la naturaleza claramente fascista de esa agrupación política.

Hubo una época, no tan lejana, en que ser de izquierda significaba defender la búsqueda de la verdad y el avance del conocimiento para desenmascarar al oscurantismo que impedía avanzar a estadios de mayor justicia y libertad. Significaba reivindicar la civilidad y la ciudadanía activa, de conciencia crítica y libertaria, frente a los intentos de su sojuzgamiento bajo la bota militar. Hoy, quienes se autoproclaman “revolucionarios” y de “izquierda”, promueven activamente la ignorancia para ampararse detrás de fanatismos de secta como último refugio ante la implacable evidencia de su fracaso. Con ello amparan a los Carvajal, Cabello, Ameliach, Rodríguez Torres y demás especímenes pinochetescos que se han “cogido” al país -en ambos sentidos de la palabra- en connivencia con los Jorge Rodríguez, Aristóbulo Istúriz y Jaua. Pero es que ante la alternativa de abandonar los frutos del régimen de expoliación que ha construido, la oligarquía militar / chavomadurista no va a ceder.

Con los ingresos petroleros más altos de la historia y ante un sistema de precios controlados que no reflejan el costo verdadero de bienes y servicios, una gasolina regalada y un dólar oficial artificialmente barato, ingredientes para transformar en multimillonarios a quienes tengan los contactos adecuados, ¿van a rectificar? ¿Para qué han convertido el Poder Judicial en instrumento “revolucionario” si no es para garantizar un manto de impunidad ante tanta vagabundería “bolivariana”? ¡“Se trata de enfrentar una guerra”, viva la “revolución”!

Las imbecilidades que a diario repite la oligarquía a través del control hegemónico que ejercen sobre los medios representan un intento desesperado por la absolución ante tanta maldad y perversidad. Igual que la hipocresía, la invocación de una mitología justiciera de “izquierda” representa el tributo que le hace el vicio a la virtud.

Humberto García Larralde
economista, profesor de la UCV



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