lunes, 21 de septiembre de 2015

¿QUIÉN HACE LA LEY Y CÓMO?




¿QUIÉN HACE LA LEY Y CÓMO?
Miguel Aponte

La felicidad humana no consiste en la mera realización del deseo. Si así fuera, la sociedad se haría imposible, pues, cómo hacer con los deseos perversos o incluso aquellos buenos pero imposibles o que conducen a efectos contrarios a lo deseado, ¿debemos realizarlos todos? ¿Cómo discriminar? Un mundo movido solamente por los deseos sería el verdadero infierno; aceptemos esto: los límites son indispensables y la realidad no basta, es preciso que el ser humano admita la necesidad de su autolimitación.

Ahora bien, lo anterior se encuentra en el ámbito de “lo privado”. ¿Qué ocurre en el campo de “lo público”? ¿Existe lo público? ¿Qué es? Respuesta corta: es el “nosotros” de una manera que no podemos eludir y que excede lo privado. Lo público es lo que nos atañe a todos. En la política todo es del orden de lo público, pues en el fondo se trata de una sola cosa: quién hace la ley y cómo. Cuando no aceptamos que la ley sea para siempre –y es fácil mostrar que una ley eterna es imposible– es inevitable toparse con el problema: ¿quién debe hacerla, modificarla, eliminarla? Este es el problema nuclear de la democracia.   

Ahora bien, a menos que aceptemos “iluminados” de la política, debemos reconocer que estrictamente nadie tiene el monopolio del saber en este campo. Entonces, la conclusión directa es que de la política debemos, tenemos, que ocuparnos todos y el dilema central de las democracias modernas es precisamente resolver el problema de cómo volver a la política después de que se negó a la comunidad su derecho a actuar en tal ámbito y se redujo esta gestión a los “profesionales” y “representantes”: falsos gurúes que terminan secuestrando el asunto y matando la democracia en nombre del resto. Ejemplos sobran: un vicepresidente cualquiera no es votado por nadie y se encuentra a un paso de la presidencia: basta un golpe de suerte o la trampa correspondiente. ¿Esto es democrático? Esta “democracia”, sin duda, está sobrevalorada y es, en realidad, una estafa.   

La democracia representativa cuando funciona es deficiente, debemos aceptar esto si queremos superarla y superarla es indispensable si creemos que la libertad es un requisito humano; por eso, cuando, por el contrario, nos conformamos con que la democracia sea sólo asunto de representantes, abrimos el camino para su degradación y terminamos dejando a los gobernantes sin mecanismos de contención; servimos, entre otras cosas, la mesa para que a la vez se permita la reelección, con lo cual abrimos las puertas al despotismo y el destino de ese país será siempre la servidumbre. Por eso es imprescindible limitar a quienes gobiernan, no sólo en el ejercicio del poder sino en el tiempo y los plazos que deba ejercerlo. Todo venezolano sabe hoy que el precio pagado siempre será la libertad.

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