miércoles, 9 de marzo de 2016

LA CEGUERA

Rafael Olbinski


LA CEGUERA
Miguel Aponte

El chavismo, en casi 18 años, sirvió para darnos cuenta de que todos los vicios de la práctica gubernamental y la gestión de los asuntos públicos anteriores a él, efectivamente eran no sólo mediocres sino que, llevados hasta sus últimas consecuencias, serían muy destructivos: una estafa.

La tragedia del chavismo es que habiendo anunciado la muerte de aquella “tradición”, sólo fue capaz de llevarla precisamente hasta sus últimos e insoportables extremos.

Una prueba viva de cómo lo imaginario es más real que lo real, más fuerte que las teorías y los manuales políticos y de cómo es imposible evitar la repetición institucional, tanto a nivel individual como social, si no se lleva a cabo antes un verdadero proceso de autocrítica y sin buscar el origen de todo aquello que criticamos en la propia institución.

Es fácil enumerar, aunque sea difícil aceptar por las partes, una incompleta lista de identidades en las ejecutorias desde 1958 hasta el día de hoy. Veamos.

Todos denunciaron la dependencia de la renta petrolera, pero ninguno supo ni sabe explicar qué ha sido y es el petróleo dentro de la vida venezolana, y lo más importante, ¿cómo manejarlo y superarlo? Pero las repeticiones, tanto de aquellos como estos, no se quedan sólo en materia petrolera.

Añada usted la falta endémica de coherencia en la gestión administrativa, la ausencia de continuidad, creer que distinguirse en una gestión es negar al gobierno anterior, paralizar obras, cancelar proyectos para iniciar otros, siempre en permanente etapa de inicio, creerse a sí mismos como “la salvación nacional”, y culpar siempre a un “otro” imaginario para cuando se fracasa o comienzan las dificultades.

Así, culpándose entre ellos, pasaron todos los primeros 40 años de democracia alternativa y 18 que llevamos de chavismo, diciendo que si no fuese por los otros todo habría sido excelente para el país y que si algo marchó mal nunca fue por culpa del gobierno de turno.

Esta ha sido la experiencia. La falta de continuidad. Por eso los planes nunca han resultado, porque ninguno tomó con verdadera seriedad a la nación, ni asumió las consecuencias de lo hecho o dejado de hacer. No resultaron los Planes concebidos de la democracia y tampoco los pomposos, publicitados y supermilitarizados Planes elaborados del chavismo.

Cada gobierno hizo “su” Plan y todos se quedaron en el papel, sin lograr sus objetivos nunca. Decir que el chavismo repitió y empeoró todo lo malo que ya se había hecho en el periodo democrático es verdad, pero no exonera a nadie.

Al contrario, todo lo realizado por el chavismo-madurismo, sirve sólo para subrayar que todo este largo ciclo hasta hoy, ha sido parte de la misma ceguera que terminó arruinando a Venezuela y que hoy, en este 2016, entre escombros, y lamentos de los venezolanos, exige un liderazgo político verdaderamente diferente y democrático.

06 de marzo 2016

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