sábado, 9 de julio de 2016
CRUELDAD
CRUELDAD
Humberto
García Larralde
Es aborrecible la
crueldad con que los jerarcas del chavismo se niegan a cambiar sus políticas, no
obstante el terrible sufrimiento causado a sus connacionales. No les importa las
inmensas colas que se forman a diario frente a supermercados en espera de uno
que otro alimento a precio regulado, ni el tormento provocado por el hambre, que
lleva a muchos a tomar carreteras o a acciones aun más desesperadas. Tampoco
levantan la ceja ante los relatos documentados, cada vez en mayor número, sobre
niños (u otras personas) fallecidos que hubiera podido salvarse de existir los
medicamentos y/o las disponibilidades de tratamiento en hospitales y clínicas.
Les tiene sin cuidado
robarles años de vida a jóvenes inocentes que condenan a prisión con juicios
amañados, ni la humillación y la tortura a que han sido sometidos en manos de
sus captores. La única respuesta que obtenemos ante tanta injusticia es la represión
con saña a quienes la protestan.
El chavismo pretende
absolver su criminal responsabilidad ante esta tragedia con la estúpida excusa
de una “guerra económica” que ni ellos mismos creen. Además, se burlan de los
sentimientos y de la inteligencia de los venezolanos con declaraciones cínicas como
la de que aquí “no hay ninguna crisis humanitaria” (Bernardo Álvarez), que
Venezuela importa alimentos suficientes “para abastecer tres naciones” (Delcy
Rodríguez), que la escasez de medicamentos es culpa de los venezolanos porque “los
usamos irracionalmente” (Luisana Melo) y con otras manifestaciones de desprecio
a nuestra dignidad y condición humana, que nos hace hervir la sangre.
Para mayor provocación,
el presidente Maduro niega la ayuda humanitaria de organismos internacionales
como Cáritas, para no dejar entrever el fracaso de su “revolución” en atender
los padecimientos de sus gobernados.
En cualquier régimen
democrático, la profundidad de una crisis como la que agobia hoy a la familia
venezolana hubiera obligado al gobierno a enmendar sus desastrosas políticas y a
buscar ayuda. Pero Maduro permanece inmutable. ¿Por qué tanta maldad? Su
gobierno no es democrático, pero esta observación, por sí sola, no responde
satisfactoriamente la pregunta. Claro está, el fascismo no se caracteriza por
ser precisamente humanitario, pero queda la interrogante respecto a qué cosa
hace que los fascistas, como individuos, exhiban tanta crueldad al provocar el
sufrimiento de sus congéneres. ¿Por qué tanta sevicia de parte de quienes
detentan el poder?
Una primera
explicación estaría en la “selección adversa” de los que terminan conformando
la estructura de poder en este tipo de regímenes. Cuando se destruyen las instituciones
y el manejo personalista y discrecional de la cosa pública desplaza las reglas
de convivencia basadas en el respeto a los derechos humanos, la rendición de
cuentas y el equilibrio de poderes, y cuando todo se subordina a la
concentración de tal poder, cobra peso la lealtad para con el líder y la
disposición por cumplir de manera implacable sus órdenes a la hora de ocupar
posiciones de mando, por encima de toda consideración ética, moral o humana. Los
“incentivos” en tal hervidero premian a los más inescrupulosos, a las mentes verdaderamente
enfermas. Jorge Rodríguez pues, quien se deleita provocando a los venezolanos y
manifestando gozo por los atropellos a que son sometidos.
Una segunda explicación,
no incompatible con la anterior, estriba en la defensa de las enormes fortunas y privilegios acumulados, que se ven
amenazadas por el avance de las fuerzas democráticas. Es la conducta despiadada
del mafioso, dispuesto a actos de violencia para preservar su exclusivo “coto
de caza”. Ello conecta con las pasiones violentas con que, en sociedades primitivas,
se dirimían los conflictos entre personas. Es el reino de la barbarie, en el
que sobresale un Diosdado Cabello, pero también aquellos generales señalados de
traficar drogas y otras pillerías.
Pero quizás la
explicación que viene más al caso está en lo que Hannah Arendt denominó la “banalidad
del mal”, refiriéndose al caso de Adolf Eichmann. Este funcionario nazi fue
responsable de la logística de envío de los judíos a su muerte en los campos de
concentración a través de las redes ferroviarias europeas. Capturado en
Argentina, es llevado a juicio en Jerusalén en 1961. Arendt, enviada a cubrir
el proceso para la revista The New Yorker,
encuentra, no al monstruo sanguinario y demoníaco que esperaba la opinión
pública, sino a un hombre gris que alegaba que simplemente cumplía con su
trabajo. Registra a un sujeto totalmente carente de criterios morales con los
cuales distinguir entre el bien y el mal, quien admitía que volvería a cumplir
con sus deberes si las circunstancias se repitieran. Pero la “banalidad” con
que fue ejecutado tanto horror contra el pueblo judío expresaba una perversidad
diabólica, la de estar alienado a un mal profundo, absoluto; el que justifica el
aplastamiento y liquidación del ser humano en nombre de un supuesto fin trascendente,
superior.
Lo espantoso de la
observación de Arendt reside en que cualquier persona insulsa que tomamos como
apacible vecino podía sucumbir a convencimientos ideológicos que lo impulsaran
a cometer este tipo de crímenes, ¡con la conciencia “limpia”! Se impone la
razón de secta, llámese Inquisición, Islamismo radical (ISIS) o “revolución”
fascio-comunista, sin consideración alguna por el sufrimiento de la población.
Maduro, escasamente
capacitado para conducir un país, puede sentirse reconfortado por no tomar
decisiones y evadir los cargos de conciencia ante tamaña irresponsabilidad al
repetir ad nauseaum los clichés
malamente aprendidos. Es el poder balsámico de la ideología sobre la mente de quienes
cometen estas transgresiones. Lo insólito es que la autocomplacencia así
construida, manipulando de forma maniquea símbolos patrioteros a su favor, hacen
sentir a Maduro y su combo poseedores de una superioridad moral sobre sus
detractores (¡!).
Cabalgando el proceso
corrupto que forjaron, se burlan de las aspiraciones legítimas de cambio de las
mayorías, violando el espíritu y la letra de la Constitución, para entorpecer,
con triquiñuelas de la más baja estofa, la realización del referendo revocatorio.
Carecen absolutamente de los criterios éticos y morales que llevarían a respetar
al otro, a sus aspiraciones, y a sentir alguna empatía para con sus padecimientos.
Pero todo esto los
tiene sin cuidado, ¡porque ellos obran en nombre de una revolución que defiende
al “pueblo” y asegura la justicia a los más humildes!
Humberto García Larralde,
economista, profesor de la UCV
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