Saludamos esta denuncia, como tantas otras, de hechos que a veces ni siquiera llegan a ser objeto de estudio, consideración o examen. Pasan desapercibidos y se afincan sin trabas en colectivos que muchas veces ni siquiera toman forma, identidad o razón. No tienen dolientes, sino en aquellos que reciben el peso desorbitado de la represión, el exilio, la represión y la muerte.
Como en este caso, muchos hacen silencio. Otros otorgan su beneplácito, de manera callada. El crimen colectivo pocas veces se jacta de sí mismo. Prefiere la complicidad de las puertas o las fronteras cerradas y de una historia que le busca justificación.
Desde este red del colectivo nosotros estamos en contra de toda injusticia, toda masacre, todo acto que atente contra la integridad del ser humano. Promovemos la construcción de una historia sin violencia, capaz de imponerse por la fuerza de la vida, que no por las armas de la muerte.
Y el mundo y la historia actual han demostrado que la acción de exterminio, mortandad y masacre es común a todos los imperios: los de la globalexplotación y los que la enfrentan, levantando banderas de una igualdad inexistente.
En ese sentido, adversamos las cárceles del oprobio, dondequiera que estén. Y pensamos un mundo donde un nuevo modo de vivir permita al hombre alcanzar al hermano hombre que lo circunda, con la capacidad de creación de su pensamiento, la dosis de ternura de su humanidad, y el vuelo de la imaginación que está en la base de toda utopía.
ms
«¿Qué leyes dictarían ya los senadores?
Cuando lleguen las dictarán los bárbaros [...]
Por qué empuñan bastones tan preciosos labrados
maravillosamente en oro y plata?
Porque hoy llegan los bárbaros»
Constantino P. Kavafis
Por Cristina Castello
Es una prisión secreta que se levanta en tierras que fueron robadas a los habitantes originarios del lugar. De su pista de vuelo despegaron los bombarderos de los USA, para invadir Camboya, Afganistán e Irak, a fuego, crímenes e impiedad; para controlar el Oriente medio y... hay más, ya se verá.
«Diego García» es un embrión de la muerte. Es la cueva que eligieron los bárbaros —con la excusa de un supuesto «terrorismo» — para mejor torturar. Es un verdadero tesoro para Norteamérica y el Reino Unido. Es la base militar más importante que el Imperio tiene, para vigilar el mundo; y junto a sus pares — las bases de Guam y Ascensión— son claves para el invasor. Es un sitio ideal para acoger misiles de la ojiva nuclear, aunque estén prohibidos por los tratados internacionales. Pero, ¿acaso esto importa a los bárbaros?
Los bárbaros no viven en el océano Índico, donde está «Diego García», ese atolón que nació con destino de oasis y se convirtió en el infierno mismo. No. Los bárbaros dan las órdenes a bárbaros de la CIA norteamericana, apoyados por Gran Bretaña y por la Unión Europea, que tan bien sabe callar cuando es el Poder la causa del terror.
«Diego García», es el enclave justo, por si a los bárbaros se les ocurriera una acción sangrienta contra Irán. Es el lugar donde la tortura exhibe su mayor sofisticación. Es una suerte de patíbulo —la muerte en vida—, y el primer escalón, la antesala, para merecer el alivio de pasar a Guantánamo: ese cadalso con el que Barack Obama prometió terminar. A «Diego García» nadie la nombra y no figura en las agendas presidenciales, a pesar de ser peor aún que Guantánamo. Está dicho: «peor». Pero comparar dos horrores no arroja claridad: ¿Quién es peor, Drácula o Frankestein?
La tierra del planeta no ha sido suficiente para el Poder imperial. Los Estados Unidos del norte surcan los mares del mundo con entre diecisiete y veinte barcos- «prisiones flotantes». En ellas fueron detenidas e interrogadas bajo suplicio, miles de personas. Pero casi nadie informa sobre esto. No, de eso no se habla.
Habla, sí, y actúa por la justicia, la ONG londinense de derechos humanos «Reprieve», que representa a treinta detenidos no procesados de Guantánamo, a los presidiarios que esperan condenas y a los acusados de supuesto «terrorismo».
Fue en 1998, durante la presidencia de Bill Clinton y la vicepresidencia de Al Gore —Premio Nobel de la Paz— cuando empezaron las detenciones fuera de toda ley y sentido de la existencia humana. Y George Bush los fomentó en progresión geométrica. Cuando todavía era presidente, admitió la existencia de al menos 26.000 personas en prisiones flotantes; pero según los sondeos de «Reprieve», la cifra de quienes pasaron por ellas, es de 80.000, a contar desde 2001. ¿A quién creer? La opción es clara.
Castrar la isla
«Sin miramiento, sin pudor, sin lástima
Altas y sólidas murallas me han levantado en torno»
Constantino Kavafis
Los 44 kilómetros de «Diego García», huelen a ausencia. Bajo su cielo, la gran ausente es la sacralidad de la existencia humana.
La isla es un territorio británico de ultramar, situado en el archipiélago de Chagos, en el océano Índico. En 1966 se produjo un maridaje perfecto entre los bárbaros. El lugar —tan bello, que parece una sonrisa de la naturaleza— fue ofrecido por Inglaterra a Norteamérica, que lo quería para instalar esta base militar. Fue un canje ignominioso: el alquiler por cincuenta años de tierras inglesas, a cambio de catorce millones de dólares y misiles del submarino nuclear «Polaris».
¡Que siga la música, Maestro!
Pero —eso sí, había una premisa a respetar— en aquel momento, más temprano que tarde, había que impedir «problemas de población». Había que desinfectar de seres humanos, el archipiélago.
Castrar la isla. Cortarle las raíces, clausurar la vida. Manos a la obra de inmediato, el Reino Unido le bloqueó toda entrada de alimentos. La vieja y maléfica bruja —el hambre—, hizo sonar un concierto de estómagos vacíos, al mismo tiempo que los habitantes empezaban a irse... o a ser echados. El destino de los desterrados fue, y es, las villas de miseria de la Isla Mauricio.
Allá, a más de 200 kilómetros de la tierra que los vio nacer, los desterrados sueñan tanto con comer, como con volver a su patria despatriada.
Salvajemente los 2.000 habitantes nacidos en la isla, fueron expulsados. Un caso, que sintetiza muchos similares, fue el de Marie Aimee, nacida y criada en «Diego García», quien en 1969 llevó a sus hijos a Port Louis (Mauricio), para un tratamiento médico. El gobierno británico nunca le permitió subir al barco para regresar y nunca más pudo volver.
Su marido, quedó dos años en la isla y después llegó a reunirse con su esposa, sólo con una bolsa y en un estado lamentable. Había sido arrojado de su tierra. Las historias de los otros miles de isleños abandonados, es escalofriante; desterrados y humillados, fueron reunidos en conventillos, donde vivían en cajas o chozas de hojalata. De muchos se habían librado, con mentiras de vacaciones gratis, en lugares de ensueño. Había que barrerlos de la isla: esterilizarla de la presencia de los paisanos.
La gran mayoría de los chagosianos fueron detenidos, expulsados de sus hogares, literalmente «empacados» y depositados en las bodegas de las embarcaciones, entre gritos y llantos; antes, habían visto exterminar a sus animales domésticos y a su ganado. Así, podían bombardear más fácilmente Vietnam, Laos y Camboya; amenazar a China cuando la Revolución Cultural, para seguir con el Golfo Pérsico, Afganistán, Irak, y... hay mucho más. Estos bárbaros no tienen corazón.
¡Y vaya que no! Muchos murieron de tristeza, se suicidaron, o se hicieron alcohólicos, mientras soñaban con la tierra prometida. Pero nadie abandonó la idea de volver a su isla de corales y palmeras; a la isla que —hasta que ellos la vieron— no estaba contaminada por armas ni maldad. En el «Times» de Londres del 9 de noviembre de 2007, una de las lugareñas sintetizó: «Era el paraíso, éramos como aves libres, y ahora estamos igual que en una prisión».
La Alta Corte británica primero, y la Corte de Apelaciones después, sentenciaron que la expulsión fue ilegal y dieron a la población el derecho a regresar; pero ningún gobierno quiso cumplir esas sentencias. Y la Oficina de Asuntos Internos e Internacionales del Reino Unido, en cambio, dijo que no habría población indígena. El único derecho a ciudadanía se concedía a las gaviotas.
Hoy, de los 2000 expulsados originariamente, conservan la vida menos de 700. ¿Juegan los bárbaros a la extinción final?
Los USA alquilaron la isla hasta 2016. Y hasta entonces, y después, ¿qué?
Drácula, Frankestein y los eufemismos
«¡Ay, cuando levantaban las murallas, cómo no me di
cuenta!/Pero nunca oí ruido ni voces de albañiles.
Desde el mundo exterior –y sin yo percibirlo- me encerraron»
Constantino Kavafis
¿Y qué, con la prisión de «Diego García»? «Diego García» es el mayor centro de torturas —les llaman eufemísticamente «interrogaciones»— para los presos considerados más «importantes» por el Imperio. Fue allí que el prisionero Ibn Al-Sheikh Al-Libi tuvo que mentir, pues no resistía el suplicio a que era sometido. Dijo, para evitar que siguieran lacerándolo, que Saddam Hussein era aliado de Al-Qaeda, y que tenía las famosas armas destrucción masiva, de las cuales tanto se ha hablado.
Por cierto que se demostró que esas armas no existían. Pero eran los argumentos que George W. necesitaba, para la guerra del petróleo: la que el lanzó, hambriento de dólares, con la excusa del «terrorismo»; como si hubiera sido un salvador del mundo, al que aniquilaba y por lo cual hoy se intenta juzgarlo. Desde todo el planeta, se levantan cada vez más voces que demandan, precisamente, llevarlo frente a la justicia como un reo que cometió crímenes contra la humanidad.
La mazmorra de «Diego García» se conoce como «Campamento de Justicia». Seguimos con los eufemismos. Y las seis mil bases militares mundiales de los USA, se mencionan como «huellas» en la jerga castrense estadounidense. Entre ellas, «Diego García» tiene un nombre que suena a burla: «Huella de la libertad». Las palabras perdieron su significado.
Mientras tanto, los traslados de prisioneros drogados, encapuchados, y fuertemente torturados, desde allí hasta Guantánamo, ha sido lo habitual. Personas cautivas trasladadas de un horror, a otro. De «Diego García» a Guantánamo. De Drácula a Frankestein, estaba dicho.
Los bárbaros niegan todo, pero las evidencias y pruebas existen. Por ejemplo, las de ex prisioneros que, por algún milagro lograron la libertad, y cuentan cómo fueron trasladados a Guantánamo, así como el espanto de las torturas, imposibles siquiera de imaginar por cualquier mente humana.
Por ejemplo, el testimonio fundamentado del historiador británico Andy Worthington, autor de «The Guantánamo files: the stories of the 774 detainees in America's illegal prison» (Los archivos Guantánamo: las historias de los 774 detenidos en la prisión ilegal de América).
Worthington relata que «una honrada persona con acceso a información privilegiada», Barry McCaffrey, general norteamericano en retiro y profesor prestigioso de estudios de Seguridad internacional, reconoció en dos oportunidades que en «Diego García» se retienen personas acusadas de terrorismo; de la misma manera, aceptó que lo mismo ocurre en Bagram, Guantánamo, por cierto, e Irak.
Por su parte, Clive Stafford Smith, director de la ONG «Reprieve», de cuya seriedad nadie duda, aseguró a «The Guardian» que es categóricamente cierta la existencia de los prisioneros en la isla.
También el senador suizo Dick Marty, confirmó en 2006 las «entregas extraordinarias» de detenidos, desde allí hacia Guantánamo. En un informe que entregó al «Consejo de Europa», certificó que los USA, bajo la responsabilidad legal internacional del Reino Unido, utilizaron este atolón del Índico como prisión secreta para «detenidos de alto valor». El relator especial sobre la Tortura de la ONU, Manfred Novak, lo ratificó.
Guantánamo parece ser prioridad en la agenda de Barack Obama. ¿Y «Diego García»? Es verdad que el flamante presidente de la Casa Blanca tiene demasiados desafíos, rompecabezas y crisis a resolver, así como una oposición conservadora que no le hace fácil gobernar. Pero, ¿tiene la voluntad política para terminar con esta abyección? ¿Podrá —y sobre todo querrá— ir contra la siembra de muerte de los bárbaros?
La libertad, la justicia y los desterrados de «Diego García» esperan su palabra y la de la Unión Europea. Esperan, «como cuerpos bellos de muertos que no han envejecido/ y los encerraron, con lágrimas, en una tumba espléndida/ —con rosas en la cabeza y en los pies jazmines» (Constantino Kavafis).
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