domingo, 30 de agosto de 2009

DOMINGO GUZMÁN - ¿QUE ME HAGO CON EL PERRO?

Profesor Agustín Blanco Muñoz:

Muchas gracias por haberme hecho sentir menos solo…
Le adjunto un pequeño artículo, escrito por mi y publicado en El Universal... el 8 de agosto del 2002... Ya usted entenderá, cómo le entiendo.

Domingo Guzmán


Necesito un consejo...

Empezamos a alimentar al perro para que nos protegiera y después nos encontramos dándole de comer para que no nos comiera a nosotros (ahora él se lo coge todo sin que se lo demos).

La cosa empezó hace como tres años, cuando aceptamos a este perro callejero para que cuidara la casa. A mí nunca me gustó (tenía cara de loco) pero los demás se empeñaron, ya que los otros perros de dudoso pedigrí que hemos tenido, no han servido para nada.
Así, el bicho entró en la casa, se le dio absolutamente todo lo que quería y comenzó a engordar. Pero de cuidar la casa nada, más bien todo lo contrario, empezó a moverle la cola a los malandros y, cuando le exigimos que cumpliera con su deber, ¡empezó a mordernos a nosotros!

Aliándose con los perros callejeros del barrio (y con otros que ladran con otro acento y hasta en otro idioma) la bestia nos tiene acorralados... Hace casi cuatro meses, ¡MATARON a dieciocho de nosotros!

Irónicamente quienes más son mordidos son quienes todavía albergan esperanzas de que el perro funcione (es cierto que ya no son muchos) conformándose con un hipócrita meneo de cola, sin darse cuenta de que estos perros se están comiendo hasta a sus hijos que todavía no han nacido...

A todas estas la casa, que ya venía derrumbándose, ahora sí es verdad que se nos está cayendo a pedazos ¡y no podemos hacer nada! El perro no nos deja movernos y, si le gritamos, mete el rabo entre las patas y chillando como si le fuesen a matar sale corriendo a esconderse, sólo para reaparecer en otro rincón después de que el resto de su jauría se ha hecho presente.

Inmersos en esta pesadilla Kafkaiana ya nadie tiene ánimo de nada. La alegría de vivir parece un cada vez más borroso recuerdo. Las conversaciones de pasillo, como tratando de agarrarnos de un chorro de agua, se debaten patéticamente en absurdas esperanzas: “¿Viste? ¡Creo que el perro me meneó la cola! ¿Crees vaya a rectificar?”, “Seguro que después de esto último, ahora sí que “alguien” va a hacer “algo”...

Nunca antes, en nuestra larga historia de equivocadas elecciones, nos habíamos metido en un problema como este. Nos aferramos a soluciones actualmente irreales basadas en tecnicismos ilusoriamente esperanzadores para poder seguir viviendo aunque, en el fondo, sabemos que no van a funcionar.

Creí que existía una esperanza ya que en la casa, aunque estén calladitos, hay unas personas a quienes hemos encargado de nuestra seguridad. “Ustedes metieron el perro en la casa, ahora vayan a ver como salen de él” me dijeron. Justo cuando les iba a contestar escuche, del otro lado del teléfono, un gruñido grave y amenazador... Pobrecitos, muchos tienen miedo y otros, peor aun, están vendiendo nuestra casa por las sobras que el perro insultantemente les echa, traicionando así no solamente a todos nosotros, sino a sus familias, a todos sus principios... a ellos mismos.

Mucha gente, desesperada, ya se ha ido de la casa. Pero a mí me cuesta, me cuesta mucho. Esta casa la construyeron nuestros padres y no me resigno a verla derrumbarse... aún sabiendo que el perro quedaría sepultado bajo los escombros.

¿Será que vamos a llegar a eso? (muchos en su desesperación están ya deseándolo).

Cada hora que pasa, el perro se hace más dueño de los amos, la jauría aumenta, se hace más fuerte y, peor que todo, nosotros nos vamos acostumbrando a aceptar lo inaceptable, a vivir como única realidad esta insólita y surrealista pesadilla... esta vida de perros.

Necesito un consejo:

¿Qué me hago con el perro?

Domingo Guzmán de Frutos Arismendi

VenezuelaEnSerio@hotmail.com






No hay comentarios: