lunes, 1 de noviembre de 2010

BERNARDO CONDE - LA MUERTE DE UNA SOCIEDAD



A DOS MESES DEL ASESINATO DE FRANKLIN BRITO


Antes de que Franklin Brito iniciara su serie de huelgas de hambre, éstas eran raras en Venezuela. Pocas registraba la historia como recurso de presión extrema por las reivindicaciones, los derechos, la libertad. Eran más frecuentes los pactos de sangre, los labios cosidos, sobre todo entre la población de los penales, los abandonados por la sociedad. Franklin Brito no sólo recurrió a este último procedimiento, sino a amputarse una falange del dedo meñique de su mano izquierda, en acto público. Padeció lo indecible porque se le hiciera justicia en defensa de sus derechos y propiedades, y en su lucha por valores fundamentales como la Libertad, la Justicia y la Propiedad Privada. Desde el año 2003 se mantuvo en huelgas de hambre indefinidas ante varios organismos, como el TSJ, la representación de la OEA en Caracas, en lugares públicos, plazas y por último en el Hospital Militar, a donde fue llevado secuestrado, y recluido contra su voluntad por obra de un régimen arbitrario, ladrón y opresor.

Después vendrían más huelgas de hambre protagonizadas por estudiantes, productores agrarios, sindicalistas, políticos, escritores, cineastas, religiosos, trabajadores pidiendo sus justos reclamos, así como pensionados. Es decir, una amplia representación de toda la sociedad venezolana. De éstas, las más recientes son las de los hermanos Solórzano Samblas, productores del campo, a quienes el gobierno de Chávez les confiscó sus tierras productivas en 2005, y la del jesuita José María Korta, en pro de los derechos constitucionales de los pueblos originarios, la justa demarcación de sus tierras, y en protesta por la división creada entre comunidades de la etnia yukpa, y enfrentamientos fratricidas para vencer sus legítimas aspiraciones. El desastre judicial y legal afecta a todos, sin excepción, en este país.

Franklin Brito fue el primer venezolano que fallecía en una huelga de hambre en Venezuela. La prensa internacional recogió este sacrificio supremo y lo dio a conocer a todo el mundo. Hubo congoja, pesar y preocupación, como eco a su voz ya apagada, más no silenciada. La comunidad internacional alzó su protesta como lo hiciera también con el albañil Orlando Zapata Tamayo, fallecido recientemente en Cuba, como consecuencia de su protesta política y huelga de hambre. Aquí, en la otrora “Patria de las Libertades” no tuvo mayores repercusiones el enorme sacrificio de Franklin Brito. Unos cuantos amigos lo despedimos, el resto del país permaneció sordo, ciego y mudo. Su pregón y el del mundo no era con ellos. Aquí no pasaba nada. El personaje Franklin Brito era mediático. Un invento más de esta sociedad surrealista.



Mientras tanto, una ancianita de nuestros barrios, una viejita de carne y hueso, clama lánguidamente porque le hagan justicia. Ya se cansó. Ya sin fuerzas y sin esperanza, exclama: “Yo ya no le pido nada al Presidente Chávez. Sólo que Dios lo perdone”. ¿Solamente al Presidente o a la Sociedad entera también?

Hoy se cumplen 2 meses de la muerte de Franklin Brito. No hay nadie, ni siquiera iba a haber misa de recordatorio. El día lluvioso había sido indulgente. Se había disipado la tormenta, la vaguada que tanto anunciaban los servicios de meteorología. Algo terrible se cernía sobre Venezuela y su Capital, como consecuencia de la convergencia ciclónica. Olas de hasta 5 metros se pronosticaban para el litoral. Nada de eso ocurrió. El cielo plomizo y la garúa eran las señales del perdón. Nadie vino a acompañarlas en su luto y en su resignada condición de viudas. Su solicitud de ayuda quedaba ahogada por el viento. Una sociedad muerta que ni siquiera oye el doblar de las campanas para ella misma. A las mujeres de esta pasión, desvalidas y abandonadas, no les quedaba otro camino que emprender su propia emigración a Oriente, o más allá, con una tentación muy grande por sacudir las sandalias para no llevarse ni siquiera el agua que lavaba la calzada. No las pude estrechar, me llevaban muchas leguas, las vi o las presentí abrigadas por un velo negro que las cubría hermanadas. Era la hora de la partida, de doblar la esquina y decirle adiós al pasado todavía caliente en medio de una ciudad fría, insensible.

Me encontré al Embajador acompañado por un par de personas. Era uno de los perseguidos del régimen y tenía que cuidarse. Acababan de atentar contra cuatro directivos de la patronal Fedecámaras, y uno de ellos había sido abaleado tres veces. No era precisamente un cariño lo que les querían hacer. La alevosía estaba presente. La cobardía refugiada detrás de un arma. El abuso no necesitaba presentación. El Embajador se acercó de incógnito. Él era otro de los despojados. Venía a solidarizarse con la viuda y su familia, pero no estaban de cuerpo presente. “La Cofradía de los Despojados” estaba dispersa en este día de muerte. Algún día esta misma lluvia haría brotar la justicia, pero nunca la reparación de los sufrimientos y los llantos. Por eso vestirían siempre de penitentes, arrastrando sus alpargatas y sus “pasos”. En este hoy su destino era penar.

Durante su ausencia El Embajador había recorrido instituciones, tribunales, audiencias y parlamentos. Nada de esto le importaba a su ciudad. Nadie en la “MUDA” se interesaba por apoyar su esfuerzo, y mucho menos por defender su caso, que era el de todos. Los mudos no hablan, no preguntan, se conforman con oír los cantos de sirena y seguir el sonido del tintineo de las monedas. Ése es su desvergonzado juego político. Perverso. No dan para más. Se hizo silencio de ausencia y El Embajador se retiró.

El templo estaba repleto pero de otros adioses. Sentí una pena extrema, una congoja en mi atribulada alma al ver nuevamente como Jerusalén se derrumbaba. No quedaba piedra sobre piedra. Esta vez lloré con Jesucristo por mi ciudad.

Bernardo Conde

Caracas, 30 de octubre de 2010 

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