martes, 3 de febrero de 2015
NO HAY GUERRA SANTA
NO HAY GUERRA
SANTA
Ojo por ojo y el mundo entero
quedará ciego
Mahatma Gandhi
Más allá de las
convencionales respuestas, la pregunta que se plantea con urgencia a raíz del
atentado de París al Charlie Hebdo, es la que se hace todo pacifista acerca de
la violencia como tal: ¿Cómo enfrentarla?
Sabemos que
responder con más violencia lleva a la guerra y que ésta, a su vez, no conduce
a ningún otro lugar que a la muerte. En la guerra todos pierden y el que pierde
de último se declara vencedor. No se conoce evolución en lo que algunos llaman
‘arte’ de la guerra; las guerras de hoy no son menos sangrientas que las de
ayer ni mejoran en nada la situación inicial de los contendientes. Desde la
Guerra de Troya hasta la Guerra Fría, pasando por la de los Cien Años y la de
los Seis días, o la de Vietnam, la de Corea, las dos Mundiales o la del Peloponeso,
no hay para la especie balance que no incluya muertos, lisiados, desaparecidos
y torturados de uno y otro lado: no hay justificación que no pase por las
elegías a los mártires que dan su vida por algo que los sobrevivientes se
consuelan diciendo que es más importante que esas mismas vidas.
De allí que no
existan guerras buenas y, mucho menos, guerras santas
.
Lo que el mundo
vive en estos momentos como amenaza casi omnipresente de fuerzas antagónicas -
que con dificultad se trata de englobar dentro del concepto de ‘Terrorismo’-
no puede ser superado mediante la guerra. La agresión que proviene de un
fundamentalismo ciego no puede combatirse con otro fundamentalismo ciego de
signo opuesto. Hay, por el contrario, que abrir bien los ojos y ver de
qué se tratan, por qué surgen y cómo se desarrollan los fundamentalismos de
toda clase que parecen volverse endémicos en este siglo adolescente.
El deterioro
generalizado de los parámetros éticos, estéticos y políticos; el endiosamiento
del poder y la riqueza como únicos valores reconocidos por la sociedad; el
desprecio de los débiles y la recompensa a lo que se imponen de manera brutal,
todas estas son otras tantas razones acumuladas que explican por qué, dos mil y
tantos años después de Cristo, se vuelve a sentir el paso de la tropa que deja
en su camino la fila de crucificados.
El
fundamentalismo se impone donde la relativización se hace insostenible. La
religión se manifiesta como fuerza agresora cuando la razón ha vendido su
alma. La enfermedad se presenta casi siempre como protesta del cuerpo
ante el maltrato que quien lo habita le inflige y así también ocurre con las
comunidades y los países. Un gobierno tiránico no surge nunca en un país armónico,
por mucho que la nostalgia lo adorne.
El mundo se
encuentra - en pleno auge de la mayor expansión tecnológica de la Historia - en
la encrucijada entre una Guerra Civil de proporciones globales o la toma global
de conciencia de que la especie es una sola, de que no hay otra raza que la
humana y que no hay más que una religión verdadera: la de quienes ponen al amor
por encima del odio y a la convivencia por encima de la discordia.
Estas son
algunas consideraciones iniciales imprescindibles que no pueden dejar de
hacerse antes de salir a la calle a buscar culpables en la acera de enfrente.
Pablo Brito
Altamira
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Pablo Brito Altamira - No hay guerra santa
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