viernes, 14 de abril de 2017
FRANCESCA - José Domingo Blanco
FRANCESCA
José Domingo Blanco
Mingo
Para
romper el silencio, y no darle espacio a la tristeza, bajamos al aeropuerto
diciéndonos cosas cotidianas: palabras cargadas de esa complicidad tan nuestra,
que sólo se logra con la convivencia. Tratamos de que las frases se parecieran
más a un “nos vemos pronto”, que a las que se dicen en una despedida sin vuelta
atrás: esas que no se pronuncian; pero que, tarde o temprano, aparecen entre los
que se van. No es fácil volver a despedir a quien amas. No es fácil tener que
decirle a tu hijita: “cuídate mucho, mi amor. Dios siempre te acompaña.
Recuerda llamarme, de vez en cuando, por Whatsapp”.
Despedí en
Maiquetía a mi otra hija, la pequeña. La que para mí siempre será mi bebita, a
pesar de que ya luce la plenitud de sus tempranos 20. La que ama a Venezuela
tanto como yo; y, sin embargo, no es capaz de reconocerla porque el miedo se la
hizo cada vez más ajena. Un país intransitable, plagado de trampas en sus
caminos. Del que se fue reclamando no poder conocerlo con la profundidad con la
que lo viví yo. Lo intentó por nosotros: quiso permanecer en Caracas, junto a
mí, hasta que la ciudad se le transformó en su verdugo. No es justo para mi
Francesca, ni para ninguna de las Francesca del país, que la juventud se les
vaya entre el miedo, las amenazas, la muerte, la pobreza o la escasez. Que, no
ser víctimas de la violencia, sea lo más parecido a un futuro próspero para
ellos. Mi Venezuela está asfixiando las ilusiones de los más jóvenes. Nuestros
soñadores imperturbables, invulnerables, que ven tambalear su futuro. Mi hijita
se fue del país; al igual que los hijos de quienes, como yo, hoy nos quedamos
sin el beso de buenos días o las caras propias del enojo cuando, para el permiso
que solicitaban, la respuesta era no.
Nos
despedimos, y ella no retrató sus pies en el emblemático piso de Cruz Diez.
Quise tomar ese gesto como una señal de esperanza. Quizá su viaje es, de
verdad, temporal. Tal vez, su partida –y la de todos los venezolanos que se han
ido- es momentánea. Y que el arraigo no desaparece al abordar el avión. Y que,
quizá, un día regresen para ayudar a reconstruir esta patria hermosa, pero
herida. Legiones de compatriotas que hoy viven en otras naciones que, a lo
mejor, regresarán a este suelo cargados de prosperidad para replicar lo que
aprendieron y ayudar a resurgir al país.
Un día,
hija de mi corazón, espero que regreses para siempre a una Venezuela mejor. A
una que sea superior a esa de la que tanto te hablé y la que, con tanto
entusiasmo, te describí. Ojalá en ese futuro que ambos desconocemos, finalmente
pueda llevarte a recorrer Venezuela con la profundidad que deseabas: desde la
Gran Sabana hasta los Médanos de Coro; desde el puente sobre el Lago de Maracaibo
hasta la Península de Paria de donde es el chocolate que tanto te gusta.
Caminar juntos hasta el Panteón Nacional y la Plaza Bolívar, sin que la cara de
un caudillo manche de violencia y politiquería la historia de nuestra nación.
La abracé
muy fuerte, antes de que desapareciera detrás de las puertas de inmigración.
Las palabras que no nos dijimos, las intercambiamos en cartas que nos
entregamos al final. Yo, en la mía, le agradecía por nuestros años juntos. Sus
miradas y sus gestos, tan propios de ella. Le di las gracias por su entrega a
la naturaleza. Por su corazón amplio y lleno de ideales. Le expresé mi gratitud
por su don de gente, rectitud y valores que me enaltecen. Por su forma de
quererme, a su manera, tan auténtica y tan llena de ella…
…Muchísimas
gracias, Francesca, por comprender y ajustarte, por diversos motivos, a los
sacrificios y limitantes de esta Venezuela convulsa que, yo sé, te duele tanto
como a mí. Gracias por ser tan venezolana y caraqueña, con tus aires europeos,
que te hacen tan especial. Gracias por ser una muchacha buena que, desde muy
pequeña, la vida te colmó de retos que supiste muy bien sortear y andas por sus
caminos sin detenerte por cicatrices ni por tormentos. Aun cuando los lleves
adentro, muy dentro, con tus silencios. Yo estoy muy agradecido, hija de mi
alma, y estaré contigo, a tu lado siempre, hasta el final de mis días, en tus
alegrías y tus pesares, contigo de la mano juntos, como en un eterno comienzo…
Esperé
hasta llegar a la casa que compartimos por años para leer sus líneas. Quise
hacerlo en compañía de la soledad que desde ahora habitará conmigo. Te fuiste
de Venezuela reclamando lo que era tu derecho, y el derecho de todos esos
jóvenes que, como tú, no han tenido libertad: “…yo, y me apena decirlo papi, no
conozco la ciudad que me vio nacer. No la viví. Al no tener recuerdos de la
Venezuela de antes, la que tú me cuentas, no puedo aferrarme a algo que jamás
experimenté, y menos esperar seguir viviendo en un lugar repleto de penumbras.
No quiero vivir encerrada entre estas paredes. No quiero crecer y darme cuenta
que no disfruté mis años de juventud. No puedo más con la situación que sofoca
al venezolano cada día más. No quiero ser prisionera del miedo. Quiero saber lo
que es regresar a casa después de la puesta del sol. Me niego a vivir en un
país que no permite realizar mis sueños. Esta situación me aleja de mi derecho
humano de ser libre. A lo largo de mi vida, he estado muy restringida y si sigo
así, no podré formarme ni saber quién soy. Estoy dispuesta a tomar el riesgo de
partir, porque parece que las aguas desconocidas y tormentosas del extranjero
son más seguras que el muro verde y protector que rodea nuestra ciudad”.
13 abril 2017
@mingo_1
Etiquetas:
José Domingo Blanco Mingo - Francesca,
Venezuela 2017
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2 comentarios:
Mi hija también cumplirá sus 20 años el próximo mes de Junio, también es mi pequeña, que ha pernabecido 20 años secuestrada entre las cuatro paredes de nuestra vivienda. También he querido verla afuera de este tormento, de esta tortura. Porque en estos 20 años Venezuela se fue transformando en eso, en una cácel que asfixia y mata, los sueños, las ilusiones, la propia vida. Cómo decirle que no a su deseo de vivir de verdad y a ser libre de verdad, a una joven que en este expais su mayor delito fue precisamente ser joven, pensar distinto y amar la libertad? Dios permita que alcance ese sueño, a pesar de dolerme tanto su partida, saberla libre y feliz me reconfortará. Ellos, nuestros jóvenes, no merecen este presente tan oscuro y vil, que otros eligieron.
Corrijo: "Permanecido"
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