sábado, 14 de octubre de 2017
GABYMAR Y TOTO POZA
GABYMAR Y TOTO POZA
José Domingo Blanco
Amanecí con ganas de añadir una subtrama a mi
Novela Bolivariana. Esa que escribí en julio de 2014 y fue vetada por El
Universal; pero, que fue publicada en otros portales que no temieron las
represalias. La verdad es que sigo sin entender por qué la censura: todo lo que
escribí en aquella oportunidad, si tenía algún parecido con la realidad, no fue
mi culpa. Ciertamente, el país está lleno de cuentos que inspirarían a más de
una Delia Fiallo y serían la delicia de cualquier escritor deseoso de ser
contratado por Univisión. Venezuela está llena de “historias arrancadas de la
vida misma”. Y eso fue, exactamente, lo que me ocurrió a mí.
Me inspiré y escribí el primer capítulo de la
novela. ¿La recuerdan? Celina de La Rosa y Nicomedes Pintón eran la pareja
romántica del momento. Bailaban, se besaban, no sentían pena de mostrar su ardiente
amor. Hoy, tres años después, imagino para este nuevo capítulo, que Celina y
Nicomedes siguen bailando y apareciendo juntos; pero, ya no con esa chispa de
pasión que les encendía las emociones y los ponía a menearse al ritmo de unas
congas y un bongó.
También había otros personajes que, para esa
fecha, gozaron sus horas de popularidad. Disfrutaban el poder y no le temblaban
las manos a la hora de derrochar billetes verdes y lujo. Pero, ¡las vueltas que
dan las tramas! El curso de esta ficción, los ha puesto en segundo plano y
ahora solo hay unas breves referencias, populares por algunos minutos, porque los
compatriotas que viven en cualquier rincón de este amplio globo terráqueo, les hacen
escrache en los restaurantes capitalistas donde se presentan a comer. Así pasa:
hay personajes que, si comienzan a opacar a los protagonistas, los relegan y
les hacen perder fuerza mandándolos de misioneros a otras naciones. ¡Después de
ser, incluso, los zares del oro negro!
La vida de Diógenes Pelambre ha sido otra
cosa. Es un actor de carácter, en mi novela, que ha tomado fuerza. No podemos
ignorarlo porque ha sabido capear las tormentas, los escándalos y las
denuncias. A lo bravucón de barrio. Gruñe, amenaza, azuza y censura. Y sigue
ahí: defendiendo el legado porque no tiene más opciones. No se atreve a ir más
allá de Machurucuto o la Península de Paraguaná; su zona de confort, su arraigo
y su pasión por lo nacional, oculta otras verdades que lo aterran y le hacen
despertar gritando, en medio de la noche, porque en sus pesadillas, el FBI le
pone las esposas y lo obliga a vestir una braga naranja.
Pero hoy estoy inspirado para escribir otro capítulo
para mi Novela Bolivariana. Dentro de esta trama, hay una subtrama de amor: la
de Gabymar y Toto Poza; una pareja que no pegaba ni con cola loca, pero que de
pronto fue trending en las revistas rosas. Aparecían juntos: ella tan morena y
tan criolla; y él tan ojos verdes y caucásico. Él, galán y ella, hija del
intergaláctico. Se hacían selfies, aparecían acaramelados, viajaban; se amaban
ante la mirada recelosa de Celina y Nicomedes quienes envidiaban la juventud y
el desparpajo de la alocada pareja.
Las candidatas al Miss Venezuela lloraban inconsolables
y se preguntaban qué tenía Gabymar, que no tenían ellas; mientras un embelesado
Toto, aparecía en mítines, caravanas y campañas electorales luciendo la franela
del partido que fundó el papá de su doncella.
Una novela no sería melodramática si las
calumnias, las maldades y las vueltas del destino, no pusieran a prueba el
amor… Como la espuma del café con leche, las pasiones se fueron transformando.
Desvaneciéndose lentamente. Gabymar fue designada a una misión de alto calibre
para la que no estaba, ni nunca ha estado preparada. Agarró sus maletas –Louis Vuitton-
y sus vestidos CH. Ordenó que le hicieran unas transferencias y dejó al Toto
bien conectado para que el despecho no le diera por la bebida y las mujeres,
sino por los emprendimientos. Y así incursionara, ya no como galán de
telenovelas, sino como un gran empresario de la industria petrolera.
El divorcio geográfico que ocurre cuando las
parejas tienen que vivir en países distintos, siempre pone a prueba las
promesas de amor. El dolor de las infidelidades, de la distancia y de los
desplantes superó con creces la pasión. Los negocios de Toto no resultaron del
todo como esperaba. Y comenzó a ocupar titulares, ya no por su influyente
novia, ni por el éxito de sus protagónicos, sino por aparecer como el
responsable de unas asignaciones especiales de la moneda más codiciada en Venezuela.
Algo así como dos millones. Nada comparado con los miles de millones que, dicen
algunos, quedaron en las cuentas bancarias americanas -de otros capopersoneros-
congeladas por la DEA.
Su detención, la de mi nuevo personaje en la Novela
Boliviariana, ocurrió mientras él comía en un lujoso restaurante de Altamira,
acompañado de gente vulgar, bulliciosa, mal vestida y con peores modales que,
sin miedo a los precios del menú, “ordenaban sopa, seco y güisqui”, ante la cara
de “vergüenza ajena” de un mesonero - con maestría en Gerencia de la UCV- que
tiene que trabajar atendiendo mesas, y no como gerente de finanzas de una
empresa, soportando la ordinariez de estos nuevos ricos que llegan con su
dinero mal habido, prestos a “chabacanizar” el lugar.
Fin del segundo capítulo, de una novela que
promete continuar…
@mingo_1
Instagram: mingoblancotv
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario