domingo, 7 de diciembre de 2014

GOBIERNO QUISLING


GOBIERNO QUISLING
Luis Marín

La expresión se popularizó a fines de la II Guerra Mundial en el sentido de gobierno traidor, sirviente de una potencia extranjera, referido al Reino de Noruega bajo la administración de Vidkun Quisling, durante la  ocupación alemana, de 1942 a 1945, mucho antes que “gobierno títere” (puppet regime) con que se designaban los regímenes bajo imperio de la Unión Soviética.

Condición en la que estuvo Cuba durante casi 40 años, de 1959 a 1989 cuando, más que la emancipación de los países vasallos, fue Rusia quien se desembarazó de una carga de alianzas que había exacerbado su estancamiento económico y el parasitismo político de lo que hoy se llamarían “países chulos”.

La mayoría de los crímenes, persecuciones y atropellos de las dictaduras socialistas del este de Europa fueron perpetrados por los mismos nacionales, según la experiencia importada de las repúblicas socialistas soviéticas; reservándose la intervención de los tanques rusos como ultima ratio, sólo en caso de resultar insuficientes los mecanismos de represión internos.

De este largo período de oscuridad proviene la experiencia y maestría que el régimen cubano exhibe en el manejo soterrado de los hilos del poder que es característico del neocolonialismo socialista.

La expedición militar cubana al África a mediados de los años 70 fue una operación neocolonial en que los soviéticos pusieron el capital, el transporte, las armas, la logística y los cubanos la carne de cañón.

Quizás nunca se sepa el número de muertos, heridos y desaparecidos en esta aventura; pero lo que sí se sabe es que oficiales y tropas veteranos del África sobresalen en el cuerpo expedicionario que hoy ocupa a Venezuela, a donde han importado los brutales métodos africanos.

No hay que ser antropólogo para advertir que la implacabilidad con que se llevan las cosas hasta sus últimas consecuencias no son propios de la manera de ser de los venezolanos, especialistas en que la sangre no llegue al río, en el guabineo y en, tú sabes, una mano lava la otra; por no hablar de la espeluznante crueldad de ciertos crímenes o el pasmoso descaro de la fiscalía y los tribunales.

Hoy deslumbraría la nitidez, la falta absoluta de ambigüedad con que las potencias occidentales identificaban a los gobiernos que llamaban “Quisling”, más en editoriales periodísticos que en comunicaciones oficiales, lo que significa que no había discusión incluso en la opinión pública con respecto a la naturaleza de estos gobiernos que eran llamados por el nombre exacto que les correspondía.

Al contrario, un rasgo característico del neocolonialismo cubano es que se oculta tras una propaganda patriotera y mientras más genuflexos sean sus agentes, tanto más fácil se les puede identificar por la repetición viciosa de las palabras “Patria” y “bolivariano”.

Una vez expulsadas las fuerzas de ocupación VQ fue fusilado el 24 de octubre de 1945, con la vergonzosa suerte de haber dejado su nombre como sinónimo de alta traición.

LA CONJURA DE LOS NECIOS

Conjurar significa “jurar juntos” (por ejemplo, bajo el Samán de Güere) y jurídicamente equivale a conspirar, que es el concierto de voluntades para delinquir, conservando el secreto, por supuesto, porque sería inconcebible hacerlo a la vista del público, como que pueda perpetrar el delito una sola persona, por lo que siempre se debería demostrar con quien o con quienes se ha conspirado.

Irónicamente, el código penal venezolano restringe el delito de conspiración a destruir la forma política republicana que se ha dado la Nación, vinculándolo a quien solicitare la intervención extranjera en los asuntos de la política interior de Venezuela, con lo que hace el retrato hablado de los conspiradores que han asaltado el poder, destruido la República e invocado la intervención cubana para consolidar “un país, una revolución”.

Es evidente que los únicos que tienen explícitamente inscrito en su programa político la destrucción de la forma republicana, a la que llaman despectivamente “Estado burgués”, son los chavistas.

El Estado Comunal, cualquier cosa que sea eso, no es una República en el sentido de la Constitución, dividida en Estados y Municipios, con separación de poderes, Estado de Derecho y alternatividad; sino  un Estado Patrimonial con un solo poder al que llaman Poder Popular, al estilo cubano, con autoridades vitalicias y hereditarias, antiliberal y antiparlamentario.

Esta distorsión radical es la madre de todas las otras distorsiones: acusan a otros de lo que ellos proclaman y están haciendo.

EL DESENCANTO DE LA BURGUESÍA

Originalmente burgués significa “habitante del burgo”, termino apropiado en Alemania donde los nombres de las ciudades llevan aparejada la partícula “burgo”, o bien se dice  burgomaestre por alcalde. La oposición es entre el habitante de la ciudad y del campo.

Con la revolución francesa comenzó a llamarse así a un estamento de industriales y comerciantes adinerados, para oponerlos a la nobleza y al clero. Finalmente, los socialistas se engarzaron en esa tradición para denominar su clásica división entre capital y trabajo, expresada socialmente en burgueses y proletarios.

Quizás el test más infalible de pedantería intelectual sea el tono con que se pronuncia la expresión “Estado burgués” como si se estuviera diciendo algo. Antes eso era cualquier cosa salida de la revolución francesa cuya culminación fue la dictadura de Napoleón III.

Ahora no hace falta presionar mucho a un socialdemócrata para constatar lo elusiva que puede ser esa expresión. ¿Es un Estado burgués el nacido de la constitución de 1821? Sí, por supuesto. ¿De la de 1830? Sí, también. ¿La era de Guzmán Blanco? También. ¿Juan Vicente Gómez? Ídem. Y así sucesivamente hasta hoy: todos los Estados en Venezuela han sido Estados Burgueses o es el mismo y único Estado desde el principio.

Pero si en lugar de un corte temporal hacemos uno espacial veremos que son Estados Burgueses desde la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua hasta la de Evo Morales en Bolivia, pasando por cualquier país del continente desde Alaska hasta la Patagonia.

Resulta más provechoso preguntarse qué Estado no es burgués, porque hasta la Rusia de Putin parece inspirarse en unos  principios que lucen más universales que clasistas: Constitución, Asamblea Nacional, ciudadanía; libertad, igualdad, fraternidad.

¿A qué viene todo esto? A una especie de abuso, de vicioso atropello del lenguaje, en la aborrecible repetición de palabras carentes de sentido con la única finalidad de atizar el resentimiento e incitar al odio contra personas o grupos indefinidos; pero que pueden encarnarse en cualquiera que le apetezca al auditorio.

La palabra burgués es tan infelizmente utilizada como la palabra proletario. Otra manejo desmañado del lenguaje, porque proletario significa tener prole, descendencia, hijos. En todo caso, no expresa ninguna relación de producción sino una condición generativa.

Es otra metáfora, parte de un lenguaje mágico que no tiene nada que ver con la supuesta ciencia social e impide la comunicación de ideas ciertas. Hoy todos los comunistas prescinden de la palabra “proletario” y prefieren hablar de “pueblo”, es decir, dieron el mismo paso que dio Mussolini en su momento para romper con el socialismo y fundar el populismo fascista.

No existe ninguna definición específicamente comunista de la palabra “pueblo”, lo que deriva en un concepto extraordinariamente elástico que se adapta perfectamente al discurso de Fidel Castro como al de Adolfo Hitler.

El referente más cercano que tenemos es de carácter religioso, quizás por eso al mascullar “nuestro pueblo” puede traducirse tan fácilmente a la palabra “rebaño”.


Luis Marín
07 de diciembre del 2014

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