jueves, 17 de diciembre de 2015
CHACUMBELE
Chacumbele
CHACUMBELE
Humberto García Larralde
Es tentador aplicar una matriz FODA
(Fortalezas, Oportunidades; Debilidades, Amenazas) para analizar la situación
en que se encuentra Maduro. Un examen somero arroja lo siguiente:
• Sus fortalezas aparentes
derivan del control de los poderes públicos, su hegemonía sobre los medios de
comunicación, la legitimidad -aunque cuestionada- de origen electoral y el
hecho de disponer todavía de una importante renta de hidrocarburos. Adicionalmente,
cuenta aún con un número no desestimable de chavistas;
• Las oportunidades para
conservar el poder las pone la coyuntura: la ocasión de reacomodar sus bases de
sustento con un acuerdo con las fuerzas democráticas –mayoritarias- en apoyo a
las medidas que deberían tomarse para conjurar las amenazas mencionadas abajo;
• La debilidad más
notoria de Maduro como presidente es la pérdida de apoyo popular puesta de
manifiesto en la votación del 6-D. No menos significativo es la penuria
(relativa) de las arcas públicas, fundamento de su gestión populista y
clientelar. Por otro lado, la pérdida de credibilidad ante el país y la imagen
generalizada de descomposición interna -entre ella, la penetración del
narcotráfico- resquebrajan políticamente al Madurismo;
• La amenaza por
excelencia que enfrenta su ejercicio de poder es la crisis económica que habrá
de agravarse aún más en el corto plazo si no rectifica. Ello puede precipitar un
rechazo todavía mayor de los venezolanos, civiles y militares, con
consecuencias imprevisibles. Luego está la guerra a cuchillos en el seno del
chavismo que corroe su apoyo interno. Por último, está la espada de Damocles
sobre altos jerarcas políticos y militares, señalados de traficar drogas, así
como las cuentas que dejarán muchos de ellos con la justicia venezolana;
Una lectura adecuada de la matriz FODA
debería orientar las acciones para alcanzar el fin perseguido. Pero en esto
incide la perspectiva adoptada, sujeta a los intereses y la “filosofía de vida”
del actor. Es evidente que Maduro y su combo están en un juego muy distinto al
que anima el común de los venezolanos. Y este descalce exacerba sus debilidades
en esta coyuntura.
El “juego” que quiere proyectar la
oligarquía militar–civil en el poder es el de la guerra. Su naturaleza
neofascista la lleva a azuzar temores de una supuesta contrarrevolución por
parte de Estados Unidos y de la burguesía local en contra de las “conquistas de
la revolución”. Paradójicamente, ello se inscribe en un imaginario en el que se
representan como defensores del “Pueblo” cuando ha sido el pueblo el que
mayoritariamente ha repudiado su gestión, en parte por su negativa a introducir
los correctivos que amerita la terrible situación que padece, culpabilizando a
otros con el invento de una “guerra económica”.
En este contexto, la fortaleza que
los Maduristas perciben tener está en el uso del aparato represivo del Estado y
el control de los medios para “justificar” su uso. Los más fanáticos creerán
que los legitima la Historia. No obstante, luego del pronunciamiento
contundente del pasado 6-D existen indicios claros de que una porción
significativa de la FAN no se prestaría para actuar contra la voluntad
mayoritaria de la población.
Lo anterior coloca al Madurismo en una
posición muy vulnerable ante el agravamiento de la situación económica.
Habiendo raspado “el fondo del barril”, han agotado su margen de maniobra: el
balance de divisas será aun más estrecho que el de 2015, con lo que el
desabastecimiento y la inflación van a empeorar[1]. Posturas de bravucón y
amenazas de burlar el pronunciamiento electoral provocan un mayor grado de
irritación en una población desesperada por las penurias padecidas. Ello puede
precipitar su salida del poder.
La gente clama por soluciones, ya.
Desmesuras como la del capitán Cabello de entregarle el hemiciclo del antiguo
Senado a un “Parlamento Comunal”, el criminal llamado de Maduro a la FAN para
librar una “guerra no convencional” contra el pueblo, la retaliación contra
antiguos partidarios que se le voltearon, quitándoles taxis o apartamentos
entregados, despidiéndolos de cargos públicos y amenazándolos con excluirlos de
los programas de reparto, la bofetada al país de nombrar Defensora a la verdugo
Susana Barreiros y la grotesca pretensión de Jorge Rodríguez de impugnar
diputados democráticos que salieron electos, afianzan la percepción popular de
que se está frente a una banda de pillos que intentan trampearle al país para
quedarse, “como sea”, disfrutando de sus chanchullos.
En el seno del chavismo raterías como
éstas, totalmente contrarias a la prédica socialista que supuestamente inspira
la acción de gobierno, sólo contribuirán a reducir aún más su base de apoyo.
Desnudan el verdadero rostro malévolo, desalmado, miserable y vengativo de
quienes han abusado tanto del poder en nombre de ese pueblo que hoy maltratan.
Es una ofensa a la decencia, sentido de justicia y nobleza de muchos
venezolanos.
Una vez vencido el miedo y quedado
patente la ventaja numérica de quienes claman por un cambio, va a ser más
difícil doblegar a la población. Ya cobramos conciencia de nuestro poder y,
como dicen los gringos, el éxito cría más éxitos. Si hay algo que se puso en
evidencia en estos comicios es que el pueblo no es pendejo. No se deja
manipular con engañifas de una “guerra económica” de los “pelucones” para
desviar la atención del saqueo del país emprendido por la oligarquía en el
poder.
Lamentablemente, como buen fascista,
Maduro prefiere precipitar una confrontación final, definitiva, que limpiaría a
la nación de una vez por todas de “enemigos”. La imbecilización de su propia
propaganda y el dogma sectario con que inflama las pasiones entre sus huestes,
los ciega ante los cambios en la correlación de fuerzas que hoy clama por una
rectificación drástica.
Quienes vieron la película “La Caída” no
dejaran de apreciar los paralelos entre la desesperación lunática de Hitler,
convocando batallones inexistentes para derrotar a las tropas soviéticas que
entraban a Berlín y despotricando contra su pueblo porque no estuvo a la
“altura” de sus designios, y la alteración que evidencia las amenazas
destempladas y malcriadeces de Maduro en estos días.
Hannah Arendt señala que el poder emana
de la ascendencia lograda en la dinámica política de relaciones entre
individuos y grupos. La violencia puede destruir el poder pero nunca puede ser
la base sobre la que éste se sustenta. Apelar a la violencia denota que no se
tiene poder. Los arrebatos de Maduro y los suyos revelan patéticamente su
debilidad. Y no podría ser de otra forma pues con su soberbia, tramposería
abusiva, desprecio por los intereses de la gente y descaro en la comisión de
sus fechorías, han entregado toda aspiración de ascendencia, de auctoritas sobre
los venezolanos. Definitivamente, no es el momento de “más revolución”.
“…Chacumbele que ya estaba /
cansadito de vivir / y por culpa de sus celos / el mismito se mató.”
Humberto García Larralde
economista, profesor de la UCV
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