Luis Alejandro Contreras es un poeta. Un joven que lee y se pregunta, que busca respuestas no en la intrincada selva de un discurso vacío, sino en el interior del hombre del que forma parte. Un poeta que procesa el dolor y alerta ante la toma creciente que hace de cada una de nuestras vidas. Un poeta que no declama sino que trabaja. Que no se regodea en la estética de palabras inútiles, sino que busca sembrar en ellas algo del futuro del que carecemos.
Un poeta que piensa y vive el drama de una historia que tiene ya demasiadas décadas de devastación y miseria material y espiritual, con raíces en males que no hemos podido o querido desmalezar sino que, por el contrario, hemos ido abonando hasta llegar al grado de sobre-descomposición que hoy prevalece en este expaís.
Alguien empeñado en anteponer el bien común a los intereses personales, en busca de crear conciencia de relación y consensualidad. En procura de creer, como lo expresara Albert Camus, que ‘el hombre, contra todo pronóstico, en el invierno del mundo logra preparar el fruto, tal como lo hacen esos árboles para germinar a pesar de los avatares del tiempo. Que así lo hagamos posible.’ MS
Yo siempre dije de los años de la guanábana (en los que la nación y sus tesoros fueron repartidos entre el verdor de los socialcristianos y la blancura de los socialdemócratas) que lo que en Venezuela vivíamos era una dictadura democrática. ¿Qué coterráneo que haya sido testigo de aquellos años no recuerda aquella propaganda del Consejo Supremo Electoral que apelaba al chantaje psicológico para obligar al “pueblo” a que votara por gentes en las que ya no tenía fe?
En ese micro del CSE (hablo de los años setenta) un actor amenazaba al televidente con dedito censurador, mientras le decía: si no votas, no podrás hacer negocios con el estado; si no votas, no podrás salir del país, si no votas, bla bla bla… Claro que la tan anhelada democracia post-dictadura de Pérez Jiménez no nació así, pero lo que al principio fue promesa, muy rápidamente se fue degenerando entre los espejismos de una riqueza malversada en conciliábulos y los enroques de una clase gobernante que no avizoraba el peligro de imponer liderazgos de papel maché.
Con tales artimañas, los adoradores del poder y, por sobre todo, los de la cosa pública, seguían las pautas marcadas por sus ancestros políticos, los fundadores de una patria por siempre escamoteada, por siempre postergada, cuya primera prédica de hermandad fue la de entregar al General Francisco de Miranda a un gobierno español que le había perseguido por décadas. A mal principio no parece haber buen fin.
La historia de ese fingimiento de país que llamamos Venezuela no ha dejado de moverse, como un péndulo, entre tontos y caudillos o -para decirlo más descarnadamente- entre perversos y pendejos. Y al parecer, con muy pocos perversos se logra subyugar a los pendejos. Venezuela tuvo una oportunidad inmensa de crecer hacia sus adentros luego de la caída de Pérez Jiménez, de echar las bases de una nación culta en la que se predicara el humanismo, tal como postulara Briceño Iragorry en su Hora undécima..
Pero los actores políticos, a la usanza de sus antepasados, siguieron anteponiendo sus intereses personales al bien común. La tan cacareada democracia se devoró a sí misma mordiéndose la cola. Y lo que de allí brotó fue esa pústula caudillista y autocrática que se autoproclama de altruista izquierda y que dirige los destinos del país, como si de los hilos de un teatrino se tratara, esto es, una más execrable aberración. Lo que hoy vivimos es consecuencia de lo que ayer hicimos o dejamos de hacer. Y es por ello que dos temas me conmueven en la sucinta reflexión del comisario Simonovis.
Uno: que de plano y sin mojigaterías afirme que lo que aquí se vive es una dictadura. ¿Qué importa si está disfrazada de democrática o si usa tales o cuales afeites de humanismo? ¿Qué importa que diga una y mil verdades sobre las falencias y desatinos de Mr. Bush, sobre el capitalismo, sobre el imperialismo, si se arroga la perversidad de su poder para avasallar ciudadanos en formas similares o tan execrables como las perpetradas por tales sistemas?¿Qué importa que estemos de acuerdo en que la pobreza es una injusticia, si a ella le importa tan poco la pobreza en que se postra más de media Venezuela? ¿Qué importa tanto golpe de pecho y el que se siga a Dios rogando, si con el mazo sigue oscuramente dando?
Esta es una dictadura melindrosa, que utiliza el subterfugio, el amedrentamiento y el chantaje para subyugar a todo mundo; incluso a sus parciales, una de las claves para mantener aceitada su maquinaria autoritaria. Ahí les va un mensaje con el recientísimo encarcelamiento de unos de los héroes de esta revolución bonita, tan del S. XXI y del mar de la felicidad. La revolución del amor nato.
Y otro: el llamado que hace el comisario Simonovis para que despertemos del marasmo en el que estamos sumidos. Comparto que es necesario un despertar. Pero aquí sí habría que acotar que albergo algunas diferencias de grado. El habla de reacción y de actuación. Está bien. Pero paso previo a actuación y reacción (que nada tiene ésta que ver con reaccionarismo y regresión en la arena política), de lo que se trata es de crear conciencia de relación y de consensualidad.
Hay que insistir en la capacidad que tiene el ser humano para el trabajo en equipo, aquel atributo sobre el que llamara la atención Bertrand Russell, para diferenciar a la especie humana del resto de la creación. Pero cuán hacedero es para los hombres el operar en contrario a este atributo. Por tanto, la ciega actuación a nada nos conducirá sino al bochinche, siempre tan bien aprovechado por los sempiternos oportunistas, de gobiernero u oposicionista bando.
Así que voy a decirles algo que puede parecer terrible a quienes adversan la autocracia, no sin antes aclarar que no soy un hombre sin esperanzas. Tengo fe y esperanza en el hombre común, en su futuro. Pero en lo que toca a Venezuela, en el futuro inmediato de nuestro colectivo, no tengo muchas esperanzas de un verdadero despertar, mientras ese colectivo viva bajo el dominio de una epidérmica vocinglería, agitando mudables banderas.
La perversidad ha hecho mella en los corazones de los débiles de espíritu. Es por ello que vemos cómo un segmento de nuestra población se regodea cuando es testigo de la desgracia en que caen quienes no concuerdan con sus prédicas. Así pues, el trabajo va mucho más allá de la necesidad de sembrar conciencia política.
El gobierno puede conformarse con hablar de ideología, y ello es natural, pues detenta el poder y lo usa de la manera más campantemente absolutista de que se tenga acá memoria. Cosa rara, en ello no parecen reparar los más moderados defensores de esa entelequia que llaman socialismo del siglo XXI. Lo cierto es que si realmente deseamos que nuestra patria avance en lo colectivo, tendrá que trabajar en algo más que ideología.
Hasta ahora, gran parte de los actores políticos que adversan el modelo paternalista, despótico y autoritario de gobierno han adolecido de un tanto de falta de brújula y otro tanto constancia y a ellos les pediré perdón si les parezco implacable en esta afirmación, pues muchos han puesto dedicación en esa difícil vocación que es el protagonismo político; pero la realidad es que no todos parecen haber asimilado que el compromiso político debe ir aunado a una labor de pertinaces hormigas.
Algo similar ha acaecido con el talante psíquico del ciudadano común que tampoco se identifica con ese modelo mandón, abusivo y arbitrario. En realidad, me parece que el absolutismo nos tomó desprevenidos. No estábamos preparados para lidiar con el fanatismo de quienes, a la fuerza, pretenden imponernos su noción de un Paraíso que no todos profesamos, un Paraíso de cielo raso en el que se reparten las estrofas que todos debemos entonar, so pena de ser ejemplarizantemente corregidos en caso de contrariar la ordenanza celestial. Un Paraíso empobrecido para el vulgo tan necesitado de buen padre. Un Paraíso con su Olimpo y su mampara, en la que unos abnegados y desprendidos bienhechores hacen la comedia de representar a enaltecidos dioses.
Pudiera yo estar o no equivocado en lo que respecta al factor tiempo para que se consume ese despertar. En realidad, no importa. Porque, como expresara Camus en una conmovedora y poética glosa titulada Los almendros, el hombre, contra todo pronóstico, en el invierno del mundo logra preparar el fruto, tal como lo hacen esos árboles para germinar a pesar de los avatares del tiempo.
Luis Alejandro Contreras
2 comentarios:
Querido Luis Alejo, ¿el texto es tuyo o de Simonovis? Pues el título crea ambigüedad.
Por otra parte qué ocurrió con Simonovis pues aquí nada sabemos. Excelente texto.
Un abrazo, Gonzalo
Querido Gonzalo
Me disculpo si hay alguna ambigüedad, aunque el texto del comisario Simonovis viene anexo en un email debajo del mío. Yo escribí prácticamente sobre la marcha esa noche, cuando recibí el email que adjunté.
El texto de Simonovis no está muy bien escrito y puede que contenga alguna que otra imprecisión (p ej, esa tarde marchó casi un millón de personas, corroborado fotográficamente desde tomas aéreas. Cuando el comisario habla de 100.000 personas, probablemente habla sólo de la cantidad que se atrevió a ir hasta el palacio de gobierno) pero refleja un poco de lo que ha sucedido en Venezuela desde que se ha reinstaurado el caudillismo.
¿Qué te parece? han sentenciado a éste y otros dos comisarios de la policía metropolitana a 30 años de presidio, amén de otros efectivos policiales, en un juicio –el más prolongado de nuestra historia y, aparentemente, uno de los más extensos del planeta- que no pudo demostrar la culpabilidad de los imputados. Se les ha sentenciado en un juicio que tomó en cuenta la muerte de tan sólo tres de las víctimas del 11 de abril de 2002.
El resto de la víctimas (unas 16 o 17), sencillamente, no existen para el gobierno. En realidad, no les interesa desempolvar lo que realmente sucedió: la colocación de francotiradores en el área de seguridad alrededor del palacio de gobierno. El gobierno ha insistido en afirmar que la CIA y la oposición tenían tomado ese cordón de seguridad y que fueron ellos los que masacraron a una serie de ciudadanos que acudieron a Miraflores a solicitarle la renuncia al presidente Chávez. Ese cuento no me lo creo yo, ni ninguna persona que tenga dos dedos de frente.
Prueba de ello es que, visto el peligro en que estaba su gobierno, el presidente Chávez tenía listo un contundente plan militar conocido como Plan Caracas o Avila (no recuerdo bien el nombre de tal plan, pero se puede corroborar), para reprimir a la población. Esta información fue filtrada por un General que estaba en desacuerdo con una medida represiva de tal naturaleza, un par de días antes de los sucesos del 11 de abril. Te cuento que ese plan estaba confeccionado para combatir a fuerzas extranjeras en un hipotético caso de invasión, así que te imaginarás el poder de fuego que Chávez pretendía sacar a la calle con sus convoyes, esa aciaga tarde de abril, con un fin muy distinto al contemplado por el plan militar.
Uno sólo de los comandantes que tenían a su cargo la división blindada sacó tanquetas a la calle el 11 de abril, pero visto que todos los demás comandantes de tropa resistieron la orden de sacar tanques a la calle para reprimir la manifestación, tales blindados fueron regresados al fuerte Tiuna. Lo que en realidad generó el retiro de apoyo de los generales de Chávez la noche del 11 de abril fue la masacre que se suscitó en el centro de Caracas por francotiradores y pistoleros durante la tarde.
Una de las declaraciones más importantes en torno a estos sucesos, podría ser la que hizo uno de los generales que estuvieron apoyando a Chávez hasta ese día, el (para entonces) vice-ministro de seguridad ciudadana Camacho Kairús, quien le reportaba al famoso Ministro Rodríguez Chacín. Camacho alegó en la interpelación de la Asamblea posterior a la masacre, que Rodríguez Chacín fue uno de los que montó y coordinó la operación de francotiradores. Hoy de Camacho nadie sabe su paradero, al igual que de un montón de generales que se llenaron de dineros mal habidos mientras acompañaron a Chávez.
Este tema da para mucho y no quiero agobiarte, pero te aseguro que acá lo que se vive es una farsa. Solo te agregaré un comentario para corroborar lo que dije en mi escrito. La prueba de que vivimos bajo un absolutismo autocrático es que uno de los líderes de la “revolución”, el general Baduel, quien fue quien salvó a Chávez, con su cuerpo de paracaidistas y otras tropas que se le sumaron, hoy está prisionero y será sentenciado por corrupción, según se informo en la orden de captura.
Lo extraño es que de ese general el gobierno nunca supo de manejos turbios, sino luego de su apostasía a la pseudo revolución que comanda el caudillo del siglo XXI. La misma semana en que sentencian a los policías, sin pruebas, ponen preso al otrora bastión de la revolución. Aunque casi me atrevo a aseverar que las pruebas que consignen en el caso del general Baduel probablemente serán más fehacientes.
Un abrazo fraterno.
Luis Alejo
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