jueves, 2 de junio de 2016
EL LENGUAJE DE LOS ECONOMISTAS
EL LENGUAJE DE LOS ECONOMISTAS
Luis Marín
Yo, tú, nosotros; pero nunca ellos. El
economista le espeta al entrevistador: Si tú te pones a imprimir dinero
inorgánico y a la vez destruyes el aparato productivo vas a tener un montón de
dinero corriendo detrás de unos pocos productos. Aumentaste la demanda,
disminuiste la oferta, ese es el disparo de partida para la carrera de precios.
Muy didáctico, pero no hay un solo
interlocutor que detenga al economista respondiendo: Un momentico, yo no
imprimo dinero, ni estoy destruyendo nada, ni dirijo la política monetaria de
éste país.
El economista dice que nosotros nos
bailamos un millón quinientos mil millones de dólares durante el boom
petrolero; otro, más audaz, que nosotros le entregamos el país a una
banda de asaltantes, ahora tenemos que pagar las consecuencias.
Apenas una oyente llama a la radio para
aclarar tímidamente que “nosotros” es mucha gente y que ella no se ha bailado
nada, serán los del gobierno los que bailaron y siguen bailando, según se
exhiben en las pantallas. Nadie se atreve a decir que sería mucho más
plausible reconocer que la banda nos arrebató al país a mano armada.
Los argumentos de los economistas
oscilan de la victimología a la responsabilidad colectiva, dos falacias que
tienen como denominador común exculpar a los verdaderos responsables. Cargar la
culpa del lado pasivo es descargar al activo, al que está perpetrando el hecho.
Esto nos conduce a la sospecha de si
procuran comunicarse con la gente sencilla mediante ejemplos ilustrativos o si
no será más bien que deliberada y conscientemente tratan de evitar represalias
y censuras, sobre sí mismos o sobre los medios que les prestan audiencia.
Un profesor argentino replica a quien le
reclama que declaró a una entrevistadora de TV exactamente lo contrario de lo
conversado en privado que: “Sí, es verdad, pero te aseguro que yo voy a salir
en el noticiero de esta noche y tú no”.
Oyendo en la radio las declaraciones de
un economista que después de un diagnóstico de la situación actual del
país concluye, a la pregunta de qué podemos hacer, diciendo: “Hay que sentarse
con el gobierno a conversar, para que rectifique”, etcétera, de pronto se
produjo un gran clamor en el carro: “¡Eso es como pedirle a un psicópata que no
sea psicópata!”
Pero si un niño puede darse cuenta,
¿cómo no, profesionales informados y competentes? Este incidente doméstico
conduce a una interesante discusión: Si dicen la verdad pueden ir presos,
que suspendan el programa, cierren la radio o simplemente no los inviten más; o
bien dicen tonterías con la esperanza de que al menos algo del mensaje saldrá
al aire, aunque conlleve un costo en credibilidad imposible de estimar.
Es casi un lugar común decir que el
lenguaje construye la realidad, pero también la destruye; con las palabras se
revela, pero también se encubre; asimismo se repite que la primera víctima de
la tiranía es el lenguaje, al punto que la forma oficial de expresión se
denuncia como una “neolengua”.
El lenguaje de los economistas es
omnicomprensivo y exculpador, opera con totalidades abstractas e
irresponsables, puesta en marcha, la fatalidad económica es absoluta e
inescapable.
Su variante de la responsabilidad
objetiva es la del que no pudo prever o no supo defenderse.
EL MODELO FRACASADO
Otro leitmotiv de
los economistas es la diatriba contra el modelo fracasado, que ni es
modelo ni ha fracasado. Ciertamente, para los no-economistas un modelo
es un tipo ideal, algo digno de ser imitado. Como mínimo debe tener la
suficiente coherencia como para ser reproducible. Desde este punto de vista
algo improvisado, desatinado o absurdo no puede ser un modelo para nada ni para
nadie.
Si unos haciendo disparates ganan poder,
dinero, fama, ponen en fuga a enemigos muy superiores en número y fuerza, no
puede decirse que hayan fracasado, al contrario, bien podría decirse que han
tenido éxito porque logran lo que se proponen.
Es un error común evaluar el desempeño
de comunistas y socialistas tomando como referencia sus discursos exteriores,
esto es, lo que dicen para la galería, su propaganda; no lo que fraguan en los
comités del partido, en cenáculos internos, lo que serían sus verdaderos
propósitos que no pueden ni siquiera confesarse en público, incluyendo sus
proyectos personalísimos.
Por supuesto, si se considera que los
socialistas quieren la emancipación de la clase trabajadora, la justicia
social, un reparto equitativo de la riqueza, la igualdad y un larguísimo
etcétera y luego se observan los resultados de sus políticas que son
exactamente lo contrario, si alguien creyó aquellas supercherías y no en los
resultados reales, puede concluir: “Ah, han fracasado”.
Pero, ¿por qué han fracasado? Entonces
viene la lista: porque han reducido el parque industrial a la mitad;
destruyeron la agricultura con la confiscación de tierras productivas; arruinan
al comercio volatilizando las mayores fuentes de empleo; se robaron los
recursos públicos en corrupción y otro largo etcétera.
Ahora bien, ¿qué pasa si se considera
que eso es precisamente lo que querían? Destruir a la industria privada;
confiscar a los terratenientes a quienes consideran explotadores de los pobres
campesinos; acabar con el comercio, porque tienen a la mercancía como pecado
original y a la sociedad de consumo como su Sodoma y Gomorra.
Esto en cuanto a los fanáticos
ideologizados, pero si se incluyen los arribistas cuyo único móvil es
aprovechar la oportunidad para enriquecerse con el saqueo a costa de lo que
sea, entonces, estos sí que no son modelos ni han fracasado en absoluto.
Los que fracasaron fueron los que
creyeron en el sistema y ahorraron, los que se pasaron la vida poniendo su
dinero en fideicomisos, los que financiaron fondos de retiro, para que el régimen
con su política inflacionaria asaltara sus cuentas para dilapidarlas en
misiones.
Frente al asistencialismo cuartelario de
Chávez y compañía, la impresión de dinero doblemente inorgánico porque no tiene
respaldo en oro, divisas, ni en ningún músculo productivo y además se le
reparte a personas sin contraprestación alguna, poniendo a millones a chupar
del sistema sin poner nada, ¿por qué nadie preguntó?: Y esto, ¿quién lo va a
pagar?
La cuestión es lo gratuito.
En verdad, la gratuidad es una falacia tanto más notoria cuanto difundida. El
caballo de batalla de la socialdemocracia precisamente en los rubros en que la
gente común está más dispuesta a gastar y de hecho gasta más: educación y
salud.
Pero la propaganda socialdemócrata
difunde a los cuatro vientos desde hace siglos, sin que nadie la contradiga,
que ellos van a dar a todo el mundo educación y asistencia médica gratuita.
Ahora agregan también las viviendas; pero, cuando se ofrece algo gratuitamente
la traducción tiene que ser “lo va a pagar otro no el que lo recibe”, o el
Estado, que es un mediador entre el que recibe y el que paga al final de la
cadena.
Ahora bien, ¿sería posible la
confiscación de la mayoría y la riqueza súbita e inusitada de la nomenklatura
sin la destrucción de todas las instituciones y del país en general? No, en
absoluto. En un país con Instituciones es imposible lograr lo que han hecho en
Venezuela en los últimos diecisiete años.
Por esto los nacionalsocialistas
alemanes y los comunistas soviéticos celebraban la guerra como una bendición,
porque sin ella, sin la abolición práctica de toda garantía legal, les hubiera
sido imposible realizar los proyectos que tenían antes de provocar las
hostilidades que les brindarían contexto y justificación a sus
atrocidades.
En verdad, en las mismas concepciones
originarias nacionalsocialistas y comunistas ya estaba la idea de aniquilar las
razas inferiores y las clases moribundas según las ideologías respectivas. La
guerra simplemente presta el marco oportuno y conveniente para la realización
de sus profecías que presentan como designios de la Naturaleza o de la
Historia, que para ellos son potencias universales e invencibles a las que
todos estamos sometidos, querámoslo o no.
La justificación preferida de los
criminales masivos es presentar sus decisiones políticas como si fueran
fatalidades naturales o históricas, sea por la selección de las especies o la
lucha de clases.
Los demás son parásitos oportunistas
que, como corresponde a su naturaleza o a su historia, se alimentan de los
despojos.
DESMONTANDO LA GUERRA
ECONÓMICA
Por guerra económica se entiende el
tratamiento de la población civil no combatiente de la potencia enemiga durante
una guerra convencional; también acciones hostiles no militares, previas,
simultáneas o posteriores a las acciones bélicas propiamente dichas.
Estos conceptos no son aplicables a
Venezuela que no se encuentra en ningún conflicto externo; pero que tampoco se
encuentra, al menos formalmente, en un estado de guerra interna, por más que
haya confiscación e incautación de alimentos, vehículos, inmuebles y otros
bienes, por fuerzas no siempre uniformadas ni identificadas como combatientes.
Un hecho ilustrativo es la campaña de
propaganda del régimen con la que trata de darle alguna plausibilidad a su poco
creíble slogan de la “guerra económica” y en la que pretende desgranar el
concepto para darle algún contenido real.
Las propagandas serían cómicas sino
fueran insultantes: un sujeto explica que si una industria en lugar de producir
diez envases de un litro de champú produce sólo uno de diez
litros, está haciendo guerra económica; otro, que si se opta por producir
dentífrico en lugar de jabón se está conspirando contra la revolución, contra
el pueblo, etcétera.
Dejando de lado que en el país no haya
envases de plástico, ni de vidrio, porque el régimen expropió a la Owens
Illinois, ni materias primas importadas por lo que la especialización que
denuncian es más bien impuesta por el régimen, lo que resulta chocante a
primera vista es: ¿Por qué carajo se meten en eso?
Si una empresa tiene éxito o fracasa es
problema de sus directivos, propietarios o accionistas; la orientación de la
producción depende del target a que se dirige, si
peluquerías, amas de casa o señoritas; la especialización se atiene a costos y
beneficios, a todas estas: ¿Qué tienen que ver los militares, que son los que
deberían ocuparse de la guerra, con el jabón de tocador?
La cuestión de fondo es cómo se convence
a un comunista de que no se meta en algo, si ellos tienen que ver con todo.
Este es otro punto en que no se distinguen de los socialdemócratas. Para ellos
la producción es un hecho social, por tanto, todo lo que tenga que ver con
industria, comercio, consumo se traduce en tierra, trabajo, capital, luego, cae
bajo su dominio absoluto.
La idea de un único sistema económico en
cada país e incluso global, es totalitaria en sí misma. Hace desaparecer al
individuo, a toda iniciativa individual y a los intereses individuales, a favor
de algo que podríamos llamar por comodidad la “economía de servicio público”
según la cual toda actividad que pueda definirse como económica es a la vez de
interés social y de allí a convertirse en actividad política no
hay ni un paso.
Hoy, para conseguir un caucho o una
bolsa de leche en polvo hay que tener poder o contactos con el poder, así, el
abastecimiento se ha convertido en un problema político: la política se tragó a
la economía.
Como para los comunistas la política es
guerra tanto como la guerra es política, dependiendo del instrumental y si hay
o no derramamiento de sangre, se ve claro que la “guerra económica” es un
presupuesto ideológico, un prejuicio y no una constatación que se deriva de los
hechos.
Los economistas no hacen crítica de la
guerra económica, como no se ocupan de la economía del crimen que le acompaña.
No se necesita ser uno de los 60 economistas para advertir que el crimen
organizado tiene un móvil económico, aunque nadie calcule el impacto de la
apropiación de bienes mediante la violencia o la amenaza, es decir, por medios
extraeconómicos.
A pesar de que este procedimiento
introduce una desconcertante distorsión en el presupuesto básico del cálculo
económico que es el intercambio. Aquí se enfrentan quienes
se descapitalizan abruptamente sin posibilidad de recuperación y sin incentivo
para hacerlo y quienes adquieren bienes sin contraprestación alguna.
En Venezuela, mientras desaparecen
empresas, cada vez son más los que se asocian para perpetrar actividades
delictivas que superan a quienes lo hacen para generar honestamente bienes y
servicios obligados a sortear todo tipo de obstáculos impuestos por el Estado.
Los cálculos más conservadores estiman dieciocho mil bandas operativas, la
mayoría organizada y armada por o con la connivencia del régimen.
Los economistas, sus gremios e incluso
la Academia hacen recomendaciones tan sensatas y racionales como inútiles:
ninguno advierte que este régimen es profundamente irracional y antiutilitario.
¿Qué racionalidad permite comprender que se alíen con Cuba para hacer la guerra
a EEUU, qué utilidad que maldigan a Israel mientras celebran tratados con
Palestina, un Estado económicamente inviable que antes de nacer ya vive de la
beneficencia pública internacional?
Si la primera víctima del totalitarismo
es el lenguaje, la última debe ser la economía.
29 de mayo del 2016.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario