lunes, 12 de julio de 2010
RÓMULO LARES - EL TIRANICIDIO O EL “AUTO SUICIDIO” DEL TIRANO
Algunos maestros de la historia creen encontrar como única referencia de la “revolución bolivariana”, iniciada “institucionalmente” a partir de 1999, la “revolución” del 18 de octubre de 1945. Esta comparación sería un desafío ante las evidencias de que la primera se conduce en sentido contrario de la Historia y estaría desprovista de ideología verdadera, porque sería más bien la expresión directa del crimen organizado transnacional disfrazado de “comunismo”, del que se practicaría en CUBA, sistema alquilado por los eternos mercaderes y por los traidores de la patria, imponiéndolo por la violencia, el terror y la tecnología del engaño-fraude, la manipulación de la expresión social y la censura, en contra de los valores y principios de la independencia y la república, adoptados por el colectivo como consecuencia del debate y la evolución en el Siglo XX y vigentes en el inicio del XXI.
Es razonable sostener que el 18 de octubre de 1945 estaría siendo reivindicado por sus más feroces detractores-historiadores, sin entrar en análisis más profundos, tan sólo observando el balance y los ejemplos de la obra de su líder indiscutible, Rómulo Betancourt, quien ha permitido que el académico Manuel Caballero se enorgullezca de presidir su Fundación, y que el profesor Agustín Blanco Muñoz señale la lucidez ideológica y la calidad democrática del más destacado discípulo de aquél: Carlos Andrés Pérez.
Pero, una cosa es imitar el comunismo y las prácticas de control y manipulación social cubanas y otro es someter a Venezuela a un régimen-Estado extranjero, para actuar en conjunto como un nuevo estado: VENECUBA. Este cambio en el mapa del Mar Caribe y de la América del Sur, podría representar el ejemplo de cómo las potencias mundiales interpretan el concepto de la globalización, despreciando el derecho internacional, la soberanía de otros estados y las libertades de sus ciudadanos, sus derechos humanos, es decir, todo el compromiso planetario desarrollado a partir del fin de la segunda guerra habría sido borrado de un plumazo en el caso de la República de Venezuela.
El interés de la “globalización” prevalece: los activos energéticos, hídricos y minerales quedan en el haber y bajo “control global”. Poca importancia tienen sus habitantes, las leyes de Darwin también prevalecen para asegurar los propósitos de los imperios, los que, como opción, han abierto las puertas de la inmigración. En Venezuela, el régimen, con sus oposiciones colaboracionistas (minorías, pero las únicas reconocidas por el régimen y los medios de comunicación), han sembrado el terror, creado clases y promovido sus diferencias, destruyendo las instituciones y la economía, estableciendo anti valores a la Sociedad Occidental.
Entre aquellos traidores de la patria no se encuentran sólo los responsables-titulares de la usurpación de los poderes públicos, de la representación del Estado, sino también la “corte” que como en los períodos más oscuros de nuestra historia republicana, han sostenido nuestra lista de tiranos y ahora, con el mismo desparpajo, sostienen esta nueva ola de criminales asociados y sostenidos por la común condición del reconocimiento por la comunidad internacional, a su vez, impregnada por estos nuevos anti valores globalizados que avanzan y presagian el cumplimiento de las videncias y premoniciones de los aborígenes de América sobre el fin del mundo, un verdadero “fin de la historia”.
Albert Camus representaría en su obra de teatro “Los justos”, a partir del atentado y muerte (10MAYO1857) del Gran Duque Sergio Aleksándrovich Románov, el análisis de la carga ética del terrorismo como instrumento para la liberación de un pueblo, y en otro ensayo, “Hombre rebelde”, aborda el terrorismo más depravado, aquél ejercido por cualquier Estado, categorización apropiada para el caso venezolanos a partir de 1999.
En todo caso, la similitud en cuanto a los valores éticos y morales de la sociedad venezolana del tránsito entre el Siglo XIX al XX con los de la del XX al XXI, por la complicidad de las élites y de sus medios de comunicación social, abandera las razones para que los líderes responsables del terrorismo de Estado, de la destrucción de las instituciones y del retroceso de la nación a los períodos más oscuros de la formación de la republica, sean protegidos y preservados a fin de que no desaparezcan violentamente y se produzca el juicio, la acción ejemplar de la Justicia como símbolo firme e indispensable de la evolución de una sociedad, como cosecha de la siembra de los valores de la libertad durante siglos, abonados con la sangre derramada por patriotas, y así trascienda como lección imperecedera para las generaciones venideras.
La preservación de la vida del tirano para su juicio, y el de sus socios y cómplices, es indispensable. Se trata de una acción contraria a la necesaria para exaltar los valores del héroe anónimo, cuya muerte violenta es precísamente la que lo rescata para la historia, representado por Antonio Paredes, el de su “Tiempo y drama” en “La caída del Liberalismo Amarillo” de Ramón J. Velásquez.
Pero dejemos que sea César Zumeta quien nos entregue, antes que Camus, un extracto de las implicaciones del destino de los terroristas de Estado, para la conformación de los valores de una Nación digna, muy actual a pesar de haber sido escrito hace más de 100 años:
“La ejecución del Gran Duque Sergio ha renovado la discusión acerca del tiranicidio.
Sostienen unos que los países como Rusia, en los cuales la más moderada reivindicación de un derecho político o individual es ahogado por la censura, la prisión, la tortura, el destierro o la muerte, no tienen otro recurso sino la revolución, y que es a ella, la sentencia, como lo hizo Francia con Luís XVI e Inglaterra con Carlos I. Si un individuo, aisladamente, dicen, o si un reducido grupo radical usurpa esta tremenda función pública, es inevitable el riesgo de que el inocente, el bueno o el grande caigan bajo el puñal del insensato. Ningún pueblo habría condenado a muerte a Carnot, a Humberto, la emperatriz de Austria o McKinley. El puñal de Carujo no fue a buscar el pecho de Bolívar por sentencia de Colombia; ni cayó en Berruecos, Sucre, sino por acto del más miserable de los criminales.
Sostienen otros que si el criterio unánime de un pueblo señala a un hombre como usurpador de todos los poderes, responsable único de la calamidad del despotismo, la revolución debe visar exclusivamente la persona de ese hombre; la revolución debe organizarse sólo para decretar su muerte, hacer ejecutar la sentencia y restablecer las instituciones. Arguyen éstos que es criminal conmover al pueblo, desolarlo, ensangrentarlo, llevar a la muerte millares de sus hijos, cuando una sola vida, la del culpable, basta a la justicia.
La historia, en tanto, dice que los países dignos de la libertad ejecutan esa sentencia liberatriz por ministerio del pueblo en la Plaza de la Revolución o en Querétaro; que los pueblos tocados de servilismo en balde exterminarán a un tirano cuando son ellos los que llevan en la ruindad de su vida la levadura de la tiranía; que hay pueblos que de la antigua tradición heroica sólo guardan como aptitud para el escándalo, cierto espíritu pendenciero de perdonavidas de barrio, y son incapaces individual y colectivamente de la eximia virtud cívica por ministerio de la cual rodó César a los pies de los conjurados. Lobos entre sí y ovejas ante el amo. ¡Manada! Pura manada de lobos disciplinada por un mono.
En esas selvas el tiranicidio sería un crimen inútil, y el vago instinto de su irredimible servilismo hace sacra ante la manada la persona del mono que está fustigándolos.
¡Oh, sí!, realmente, sólo los pueblos dignos tienen ese horrendo derecho de matar tiranos.”(1)
¿Admitiría el escrito de Zumeta al Duce Benito Mussolini? Agreguémoslo nosotros a este ejercicio.
(1) César Zumeta, tomado de recorte de “El Americano”. Nueva York. 1904.
“LA DOCTRINA POSITIVISTA”, Tomo II. Pensamiento político venezolano del Siglo XIX, No. 14. Ediciones Presidencia de la República. 1961. Pág. 236.
09 de junio del 2010
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Rómulo Lares
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