miércoles, 4 de marzo de 2015
MISIÓN MASACRE
MISIÓN MASACRE
Luis Marín
Que la violencia sea consustancial a la
revolución es algo que nadie duda, al contrario, los ideólogos revolucionarios llenan
extensas cuartillas no ya para justificar una brutalidad que juzgan inevitable,
como fatalidad histórica, sino en cómo organizarla e instrumentarla para que
sea más eficaz y eficiente, una “economía de la violencia”.
A partir de la proverbial partera de la
historia, que está preñada de una nueva sociedad, como decía Marx para
santificar las atrocidades de la Comuna de París, se puede hacer una larga
lista de revolucionarios exitosos sin encontrar ni uno sólo que sea pacífico.
Todos, sin excepción, son profetas
armados: Lenin, Stalin, Tito, Mao, Ho Chi Min, King Il Sung, Pol Pot, Yaser
Arafat, Fidel Castro, Che Guevara, Daniel Ortega, sin olvidar al héroe de
Amnistía Internacional Agostinho Neto y podría continuarse con los que han
fracasado, pero ya la lista sería interminable.
Tampoco puede discutirse que desde su
irrupción pública en 1992 hasta el día de hoy, la revolución chavista ha estado
signada por su carácter militarista y sanguinario, por lo que nadie puede
afirmar que los crímenes abominables que hoy conmocionan a la opinión pública
nacional e internacional son “hechos aislados”, en el sentido de que pueden
desvincularse de su contexto de conflictividad política, económica y social,
que el mismo régimen ha calificado como “guerra”, menos si quienes lo afirman
son militares responsables de seguridad y orden público.
Hacer una lista de los asesinados por la
revolución sería ya no extremadamente arduo sino completamente imposible si
consideramos los más de doscientos cincuenta mil homicidios violentos, la
mayoría por armas de fuego, perpetrados desde el inicio de la tiranía en 1998,
lo que le da carácter de verdadero genocidio.
Uno de los rasgos del genocidio es
precisamente la falta de identidad individual de las víctimas, que quedan
reducidas a cifras gruesas en una estadística, como también la falta de
identificación de los perpetradores, que son organizaciones sin personalidad y,
por tanto, sin posible responsabilidad penal directa.
En este punto es inevitable reconocer la
forma como gobierno y oposición actúan de consuno, imputando estos crímenes en
masa a la “violencia” o al “hampa”, dos entes abstractos, detrás de los
cuales se oculta la identidad de criminales concretos y mal intencionados, a
quienes nadie señala, persigue ni condena.
Este tipo de diversionismo ideológico es
tanto más repugnante cuando el mismo régimen admite a través de sus voceros más
autorizados en la materia, incluyendo su ministro del interior y ahora defensor
del pueblo, que en Venezuela más de la mitad de los crímenes violentos son
cometidos por funcionarios.
En ellos se incluyen no sólo las
ejecuciones extrajudiciales y homicidios en general, sino también
secuestro, extorsión, atraco, robo de vehículos, lavado de dinero, sicariato, tráfico
de narcóticos, armas, personas y todo el resto del código penal.
Los perpetradores pueden encontrarse en
la Guardia y Policía Nacional, en los llamados “colectivos”, en los escuadrones
de motorizados organizados, armados, entrenados y puestos a discreción
precisamente de los reformadores de todas las policías nacionales,
estadales y municipales, también encargados del desarme de la población
civil, esto es, aseguradores de la indefensión de la población que es otro
factor, junto al manejo del poder judicial, para conceder riesgo cero a
los criminales.
El delito se concibe como una forma de
revancha social. El asesinato es un mecanismo, entre otros, de control y
sometimiento de la sociedad civil mediante el terror.
La espada enhiesta de la revolución,
garante de la pax socialista.
SE LLAMABA SEGURIDAD
NACIONAL
Pretender explicar la actual situación
como una aplicación de la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional puede ser
indicativo de flojera mental (que no es rara en la socialdemocracia) u
oportunismo político (que tampoco es raro en esa tolda).
Una, porque es trillar en terreno
archiconocido y una manera de poner a su militancia a discreción, con solo
escuchar las siglas SN; el otro, porque es echarle la culpa de todo a los EEUU,
a la guerra fría, al anticomunismo, lo que coincide con el lenguaje
oficial, aparentando ser de “oposición”.
La verdad es que la doctrina de la
seguridad nacional no es totalitaria, es anticomunista, favorece la libre
empresa y el pluralismo, se vincula indisolublemente con planes de
reconstrucción económica (como el Plan Marshall o la Alianza para el Progreso)
y en todos los casos en que se ha aplicado, quiéralo o no, ha desembocado en
regímenes democrático-representativos.
Lo que tenemos en Venezuela es todo lo
contrario. Una doctrina soviética tropicalizada en Cuba, que podríamos resumir
en los siguientes rasgos, a propósito contrastados con los de la doctrina de la
seguridad nacional.
Es totalitaria, pretende no sólo el control
del Estado sino de todas las organizaciones políticas, económicas y sociales,
sin dejar el menor resquicio para la disensión.
Es antiamericana. Este es un mal de
origen, porque los soviéticos asumieron desde el principio que si querían
alcanzar la supremacía mundial tendrían que rivalizar con los EEUU, a los que
identificaron como “el imperialismo”, en contra de la realidad histórica que
vincula esta expresión más bien con el imperio británico.
Es anticapitalista por antonomasia,
puesto que asumen un conflicto inevitable de modelos entre capitalismo y
socialismo y ellos están del lado del socialismo.
Es antiliberal, no sólo por proponer una
economía cerrada, asfixiada por controles, sino un sistema de partido único y
hegemonía del Estado en todos los ámbitos de la vida, lo que la vuelve también
esencialmente contraria a todo pluralismo.
Es antiparlamentaria, puesto que le
ofende el debate abierto de las ideas, a favor de las decisiones de comités que
“bajan” una línea política para asambleas subordinadas que la aprueban por
aclamación.
En conclusión, es enemiga de la
democracia representativa a favor de algún tipo de democracia directa, que aquí
se ha dado en llamar “participativa y protagónica”, lo que relega a la
representatividad como un vicio “burgués”, contrario al asambleísmo
tumultuario, tipo comuna.
Podríamos destacar algunos rasgos más, a
riesgo de cansar al lector, pero estos parecen suficientes para partir aguas
con la doctrina, más bien opuesta, de la seguridad nacional.
No hay que olvidar que la política
soviética hacia el exterior tuvo su expresión en el Komintern, la III
internacional comunista, que pretendió llevar la lucha de clases al plano
internacional con supuestos estados proletarios enfrentados a estados
burgueses.
Esta política naufragó aparatosamente
ante la realidad abrumadora de la II Guerra Mundial, de donde surgieron los
frentes antifascistas y posteriormente los movimientos de liberación nacional
anticolonialistas, que marcaron casi todo el siglo XX.
La nueva doctrina militar soviética
responde así a las preguntas clásicas, como ¿quién es el enemigo? El
imperialismo. ¿Cómo combatirlo? Mediante frentes populares de liberación
nacional, que incluyen necesariamente a la burguesía nacional, con lo que
renuncia al clasismo, uno de los pilares del socialismo clásico.
La raíz filosófica soviética es el
materialismo histórico y dialéctico, como ellos creen haberlo tomado a su
manera de Marx, por lo que la doctrina tiene una pretensión científica y así se
lee, explícitamente, en los manuales cubanos de “ciencia militar”.
Su eje doctrinario es “la guerra de todo
el pueblo”, que pretende convertir a cada ciudadano en un “combatiente”. Cada
hombre, mujer, niño o anciano, tiene un puesto de combate para la defensa
nacional ante una inminente agresión de “el imperialismo”.
La consecuencia práctica más inmediata
de este estado de guerra total es identificar a un enemigo interno en
cualquiera que disienta del régimen, toda oposición se toma como traición, el
disidente es un desertor cuando no, objetivamente, un agente del enemigo,
pasible de ser fusilado, como corresponde a cualquier ejército que se respete.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias
están en primera línea de combate, pero tras ellas están la Defensa Civil, la
Defensa Territorial, en provincias, municipios, parroquias, cada barrio, cada
calle, cada casa, nada ni nadie queda fuera del sistema de defensa totalitario,
la última casamata es un hombre aislado, solitario.
La psicología apropiada para un
sistema de seguridad inexpugnable es la paranoia.
Y ésta sólo termina con la muerte.
MIRANDO AL CARIBE
Cuando se habla de dictaduras
militaristas los representantes oficiales del gobierno y la oposición
infaliblemente voltean hacia el Cono Sur, donde se encuentra algo así
como el arquetipo de las dictaduras militares latinoamericanas par
excellence.
Este mirar para otro lado tiene motivos
políticos e ideológicos importantes, porque es evidente que los militares
cubanos que ocupan Venezuela no se adiestraron en la Escuela de las Américas,
en Panamá, bajo la égida de instructores americanos.
Todos evitan mirar aquí más cerca, al
vecino mar Caribe, donde se han visto las tiranías más extravagantes y crueles
que hasta la fecha no han sido superadas en despotismo y excentricidad ni
siquiera por las más primitivas tiranías africanas. Baste recordar la dinastía Duvalier en
Haití, quizás la primera que incorporó a sus instrumentos de dominación el
elemento mágico religioso, el vudú, de manera que su poder se extendió también
al mundo de los muertos.
La tiranía de Rafael Leónidas Trujillo,
en República Dominicana, que rompió todos los records de humillación al prójimo
y exaltación del caudillo, que llegó incluso a bautizar la capital del país con
su nombre, Ciudad Trujillo.
La dinastía de los hermanos Castro en
Cuba, la más longeva del mundo, que va para sesenta años sin visos de
extinguirse, con el agravante de tener carácter comunista, totalitario, por lo
que su poder se extiende a todos los ámbitos de la vida política, económica,
social, familiar e individual, aboliendo no sólo la vida privada, sino también
la otra vida, por ser materialista y atea. Su ariete mágico contra la Iglesia es la santería.
La dinastía Somoza sucedida por los
hermanos Ortega en Nicaragua, distinguidos por su pederastia y proxenetismo
manifiestos; y así podríamos reseñar a todos los países centroamericanos, con
la probable excepción de Costa Rica.
Colombia tuvo algunos generales en el
poder, desde Francisco de Paula Santander a Gustavo Rojas Pinilla y la junta
militar, hasta 1958, cuando coincidencialmente cayeron las dictaduras de Marcos
Pérez Jiménez en Venezuela y al año siguiente la de Fulgencio Batista en Cuba.
Venezuela desde la guerra de
independencia, la más larga y cruenta del continente y quizás de la historia
universal, pasando por las montoneras del siglo XIX que devastaron al país y
diezmaron su población, durante doscientos años de vida republicana ha sido
siempre dominada por caudillos militares, con el brevísimo ínterin de apenas
cuarenta años de dominio de caudillos civiles bajo tutela militar del pacto
partidista de Punto Fijo.
A la tiranía de Juan Vicente Gómez, la
más larga, de 27 años (menos de la mitad de lo que lleva la de Fidel Castro),
se le atribuye la fundación del Estado nacional unitario, haber acabado las
guerras civiles, la creación del ejército y la hacienda pública nacional,
pagado la deuda externa y abierto la era del petróleo, que todavía perdura.
Su sucesor, el general Eleazar López
Contreras fue el fundador de la Guardia Nacional, en el mejor espíritu
gomecista, por lo que su carácter represivo está escrito en su acta de
nacimiento, la mera institucionalización de lo que antes era una guardia
pretoriana.
No en balde desde diversos ángulos, por
separado y sin ponerse de acuerdo, cada vez más numerosos sencillos ciudadanos
opinan que cualquier gobierno medianamente decente que se establezca en el
futuro debe comenzar eliminando a la Guardia Nacional, que es un símbolo de
maldad, represión y corrupción de una Venezuela del pasado que debe superarse
para siempre.
Así, quienes miran hacia el Cono Sur
desvían la atención maliciosamente, sólo porque aquellas eran dictaduras “de
derecha”, que combatieron al comunismo y a las guerrillas castristas, incluso
la dictadura de Brasil, otra realidad geopolítica, era desarrollista y abrió el
cauce para la expansión capitalista del país.
A la Escuela de Las Américas se opone
otra escuela cubana que no se sabe cuál es, porque actúa en las tinieblas, pero
salta a la vista que adoctrina, entrena, arma, financia y envía a sus
respectivos países contingentes guerrilleros que hoy tienen el control en
Nicaragua, El Salvador, Brasil, Uruguay, Bolivia, Ecuador, fracasaron en Honduras
y están dando la batalla en México y Colombia, para que sigan el trágico camino
de Venezuela, un expaís con su institucionalidad carcomida por el cáncer
castrocomunista.
El problema es que para desentrañar esta
trama conspirativa internacional, revelar su nueva doctrina, sus nuevos
escenarios de guerra y cuál es el enemigo estratégico que ellos identifican,
hace falta investigación, imaginación, audacia y honestidad intelectual.
Estas virtudes no se observan en la
socialdemocracia ni en el socialcristianismo. Por eso han sido y seguirán
siendo vencidos por el neocomunismo.
Pero como diría Luis Manuel Aguana:
nadie puede equivocarse tanto por casualidad. Luego de tantas derrotas cantadas,
se pasa del fraude a la complicidad y de allí a la coautoría.
Cuando la deuda es inmanejable, el
deudor moroso se convierte en socio del negocio.
Luis Marín
04 de marzo del 2015
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