domingo, 1 de marzo de 2015
DESCOMPOSICIÓN
DESCOMPOSICIÓN
Humberto García Larralde
Con el violento secuestro del Alcalde
Metropolitano el jueves 19 por parte del SEBIN y su posterior imputación
arbitraria por haber ejercido su derecho de proponer un gobierno de transición,
creíamos advertir el nivel de barbarie a que había llegado el régimen. Pero el
martes 24 un liceísta de apenas catorce años fue asesinado con un disparo en la
cabeza por un joven policía “bolivariano”, molesto porque le había instado a no
reprimir una protesta universitaria. El niño ni siquiera formaba parte de la
protesta cuyo ejercicio, por demás, es un derecho legítimo en toda democracia.
La ministra del Interior y Justicia quiso restarle significado a tan abominable
crimen señalando que era “un acto individual”.
Pero en la última semana han sido
ajusticiados otros cinco muchachos en circunstancias sospechosas. En la
represión de las protestas estudiantiles del año pasado, hubo más de 40
muertos, centenares de detenidos y heridos, y numerosas denuncias de tortura.
Durante el último año hemos sido testigos del maltrato a presos políticos y de
las amenazas contra sus vidas. Y en los dos primeros meses de este año, la
confiscación de bienes de empresas privadas, la detención de sus gerentes, la
aprobación de la resolución 8610 que autoriza el uso de armas letales por la fuerza
armada contra manifestantes, el Decreto 1605 de contrainteligencia que
considera “enemigos” a la disidencia, la promoción del sapeo -“patriotas
cooperantes”- para intimidar a comerciantes, tuiteros y a quienes tomen foto de
las colas (quienes muchas veces terminan presos), el acoso y cierre de medios
de comunicación, y el atropello a periodistas, han puesto de manifiesto que,
lejos de ser un incidente aislado, forma parte de una estrategia represiva,
propia de un estado policial.
“La Historia me absolverá”
Los regímenes totalitarios suelen
invocar una “moral revolucionaria” para legitimar su atropello a los derechos
humanos. El fin de un futuro glorioso que habría de liberar a
los pueblos, justifica los medios empleados para su
consecución. La salsa que es buena para el pavo no es buena para la pava, y la
“justicia revolucionaria” se aplica de manera sesgada contra los que tilda de
“enemigos”. El bien superior, trascendente, que representa la “revolución” –según
sea interpretada por el Líder-, debe prevalecer por sobre los formalismos de
una legalidad “burguesa” que pretende maniatarla. Y así lo avalará la Historia
(con mayúscula), como lo argumentó un notorio líder revolucionario del siglo
pasado en el juicio que se le seguía por comandar un asalto armado contra el
orden establecido:
“Porque no son
ustedes, caballeros, los que nos juzgan. Ese enjuiciamiento lo dictamina la
eterna corte de la Historia. (...) Podrán pronunciarnos culpables mil y una
veces, pero la diosa de la eterna corte de la Historia sonreirá y hará trizas
el alegato del fiscal y la sentencia de esta corte. Ella nos absolverá”.
No, no se trata de Fidel Castro en el
juicio por el asalto al Cuartel Moncada, sino de Adolfo Hitler, procesado en 1923
por el putsch de la cervecería en Munich[1]. Y esa Historia –que excita tanto a
los exaltados por mitos épicos- nos mostró el nivel de barbarie y de crueldad
que desplegó su celo revolucionario destructor y asesino. También para Hitler
había una conspiración internacional de la plutocracia financiera en su contra
que había que derrotar. Igualmente, quiso liquidar la legalidad burguesa que,
con sus blandenguerías, interfería el bien supremo pregonado.
Por su parte, el “padrecito” Stalin, en
su paranoia, veía conspiraciones de todo tipo que lo llevaron a desatar el
terror del estado contra la población soviética –superando incluso a Hitler-, y
a convertirse, de paso, en el gobernante que, en las purgas masivas del partido
bolchevique, mató a más comunistas. Luego Fidel Castro, en un sincretismo
diabólicamente genial, fundió ambos experiencias con sus dotes de líder
arrojado para escenificar la épica romántica de un David latinoamericano contra
un Goliat imperialista, forjando lo que he llamado fasciocomunismo.
En tal escenario, alegó centenares de
intentos de magnicidio en su contra para justificar el acaparamiento del poder,
la lealtad absoluta hacia su persona y la cruel represión de toda disidencia.
De esta forma, la pretendida supremacía moral de la Revolución limpió de culpa
a quienes cometieron los atropellos más abominables contra la humanidad, porque
ocurrieron en prosecución de intereses supremos consagrados por la Historia.
El carismático Chávez aportó un discurso
patriotero y maniqueo que movilizó a amplios sectores desclasados a favor de su
gesta populista demoledora. Se benefició en este proceder, con la captación de
enormes rentas por la venta de crudo en el mercado internacional, que
distribuyó entre los suyos a diestra y siniestra como prueba de autenticidad
salvadora. Y, en nombre del socialismo y de la izquierda revolucionaria, desató
una cruzada contra los derechos laborales, los sindicatos y gremios
independientes, las universidades autónomas, la libertad de prensa, los
derechos civiles y procesales, y el desarrollo productivo: en fin,
contra todo aquello que había sido bandera de la izquierda.
La Historia –de nuevo con mayúscula-,
valida de un discurso discriminatorio alimentado de odios, habría de justificar
tan reaccionario proceder -y, con ello, el poder absoluto de Chávez- porque su
carácter “revolucionario” lo invistió, por antonomasia, de una cualidad
moralmente superior.
La limpieza de
conciencias
Maduro, desangelado heredero del
comandante eterno, depende de la conexión con ese discurso para su legitimidad.
Ante las tempestades sembradas por los vientos redentores de su padre putativo,
se muestra incapaz de forjar un liderazgo a base de méritos propios que le
permita librarse de esa impostura llamada “socialismo del siglo XXI” e, impotente,
observa como el barco se le hunde. En su desespero, apela a lo único en que han
demostrado ser insuperables sus tutores cubanos: la aplicación del
terror de Estado para someter a la población. Y es que la factura cubana se
percibe a leguas en la represión sin miramientos de la protesta, en el trato
cruel a los presos, en el ocultamiento de información y la mentira sostenida.
Pero estos desmanes se amparan en
postura de superioridad moral porque son cometidos contra aquellos calificados
de “derecha”. El discurso comunistoide provee así las muletillas para avalar
barbaridades que, si fuesen cometidas sin cobijarse en sus categorías maniqueas
-explotados vs. burgueses, izquierda contra derecha-, serían condenadas
airadamente como prácticas dictatoriales de la derecha. La veneración a Chávez
tiene así una motivación oculta entre muchos militares gorilas: su
retórica bolivariana-redentora de “izquierda” limpió las conciencias de quienes
añoraban ejercer lo que, lamentablemente, ha sido práctica reiterada en
latinoamericana: una dictadura militar, pero ahora “legitimada”.
El discurso “revolucionario” ha mostrado
ser muy eficaz, sobre todo, para tapar los “negocios” hechos posible por la
destrucción de las instituciones del Estado de Derecho, la ausencia de
transparencia, la especulación que promueve el sistema de controles de precio y
el usufructo discrecional de los dineros públicos. Desde que Chávez asumió la
presidencia, las exportaciones petroleras han sumado más de USA $850 millardos;
el incremento de la deuda pública externa superó los USA $83 millardos; la
interna, más de Bs. 487 millardos, unos $73 millardos según el tipo de cambio
oficial vigente en cada año. Jamás gobierno alguno contó con tantos recursos.
El gasto público, incluido el aporte de
PdVSA a las misiones y al Fonden, se ha aproximado al 50% del PIB en los
últimos años. Esta enorme cantidad de dinero ha beneficiado a una oligarquía de
mafias militares y civiles que no están dispuestas a desprenderse de semejante
botín haciéndoles caso a voceros internacionales –de izquierda, centro y
derecha- que recomiendan rectificar la política económica y concertar acuerdos
con la oposición democrática. ¡”No puede permitirse tal agresión a la soberanía
y a la autodeterminación de los pueblos”! Y así como los ancianos hermanos
Castro han disfrutado de Cuba por más de cincuenta años como si fuera su
patrimonio personal –una extensión de los cañaverales del viejo Ángel en Birán-
con su discurso antiimperialista, esta oligarquía desata una guerra retórica
“revolucionaria” para blindarse contra todo cuestionamiento de sus fortunas mal
habidas.
La neolengua redime
En este afán del fascismo bolivariano
por imponerse, sin restricciones institucionales ni controles democráticos, la
poca credibilidad de su discurso en absoluto estorba. Las arengas no son para
convencer a mayorías sino para activar el odio y la disposición a todo de parte
de colectivos y fanáticos exaltados, empoderados por la ausencia de límites a
su accionar. La “revolución” absuelve y p’al carajo los derechos humanos y las
garantías constitucionales.
Quince años sembrando odios explican la
muerte del liceísta en Táchira, así como de tantos jóvenes a manos de Guardias
y colectivos. No hay rubor alguno en seguir insistiendo en la idiotez de una
“guerra económica” y acusar de ella a una burguesía parasitaria, proyectando en
otros lo que ha sido su propio trajín como oligarquía expoliadora. Tampoco hay
sentido del ridículo al repetir las historias más inverosímiles de atentados y
conspiraciones -muchas ideadas en la mente senil de José Vicente Rangel o entre
las toxinas viscerales de Diosdado Cabello- y se inculpa a Antonio Ledezma,
María Corina Machado, Leopoldo López y Julio Borges por confabularse para un
supuesto golpe de estado. Cada ladrón juzga por su condición.
Detrás de estos representantes de la
“extrema derecha” se asomaría, claro está, el imperio. Este malvado enemigo
ahora atenta contra “la patria de Bolívar” (¡!), quitándole las visas y
congelándole los bienes a varias decenas de mafiosos y esbirros. En su
autocomplacencia creen situarse más allá del bien y del mal al declararse
“revolucionarios” y repetir consignas que, si no hubiesen sido banalizadas,
serían la mayor inculpación de su propio proceder. En sus mentes enfermizas
todo desafuero que cometen es, por antonomasia, en el interés del pueblo.
Y así, estos fascistas buscan
tranquilizar sus conciencias denunciando a una “ultraderecha fascista” (¡!) en
la persona de los estudiantes y todo aquel con que tenga pensamiento
libertario, de avanzada. Conforme a esta neolengua Orwelliana, su ejercicio
despótico del poder representa la “democracia revolucionaria” superior, la
subordinación a Cuba y Ia entrega a ese país de cuantiosos recursos es para
“defender la patria”, y el despliegue de la fuerza militar para intimidar y
reprimir salvajemente toda protesta, así como los insultos y acusaciones falsas
a la oposición, es para “promover la paz” –la paz de los sepulcros, como
denunciaron valientemente los estudiantes del ‘28.
Estamos frente a la más execrable y
vergonzosa descomposición moral que ha conocido el país a lo largo de su
existencia. Porque no hay freno ético, político ni moral alguno que inhiba la
acción de estos forajidos. Lo veníamos diciendo desde hace ya algún tiempo: Maduro
y los suyos, lejos de asumir responsablemente las reformas que permitirían a
Venezuela salir del desastre en que se encuentra y buscar los acuerdos
necesarios con otras fuerzas para asegurar su éxito, se han concentrado en
prepararse para la guerra. Porque el fascismo solo puede entender a la política
como una guerra.
Según ellos, nos encontramos en un
estado de excepción en el que la vida humana no pesa, sea la de un estudiante
asesinado, un enfermo que no pudo operarse porque los hospitales se quedaron sin
equipos o porque no consigue los medicamentos que podrían salvarlo, o la de
cualquier joven acribillado por el hampa desatada. No hay exponente más
ilustrativo de esta descomposición que el propio Presidente. Al transmitirles
sus condolencias a los padres del liceísta asesinado en San Cristóbal,
inmediatamente insinuó que los policías actuaban en defensa propia ya que,
según declararon, se toparon con “un grupo de muchachos con capuchas” y “fueron
rodeados y golpeados y atacados con piedras”. Y para añadirle más “razones” al
ajusticiamiento, no aguantó las ganas de mencionar que el muchacho pertenecía a
“una secta de derecha”.
Esa secta de derecha, Sr. Maduro, son
los boy scouts. Agrupación más “zanahoria” e inofensiva no puede haber. Pero, a
sus ojos, pareciera que la asociación con una supuesta “derecha” reduce la
magnitud del delito cometido. Y una vez cumplido con el “trámite” del pésame,
reemprendió, en el mismo programa televiso transmitido en cadena, los aires
festivos con que intentaba animar a sus partidarios. Asimismo, como buen
discípulo de Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi, el día siguiente
denunció a un piloto de la aviación estadounidense que planeaba
realizar “atentados” nada más y nada menos que en el estado Táchira, donde ha
arreciado la represión. Remató repitiendo lo que aprendió de Chávez, poniendo
de manifiesto una vez más su falta total de originalidad y criterio propio: “Tengo
video, audios y documentos con pruebas de que EE UU atenta contra la
Constitución en Venezuela” (¡!).
En su desespero, viendo cada vez más
disminuido su nivel de apoyo y sin el valor ni la capacidad –ni el interés-
para sacudirse de la camisa de fuerza “socialista”, la oligarquía chavista no
ve otro camino que radicalizarse aún más. Aumenta sus insultos, mete preso a
dirigentes opositores, aplasta con sangre a la protesta, todo bajo la ficción
de una “amenaza imperialista”, velo usado para encubrir el fracaso indubitable
de su gestión y la derrota electoral que ello significaría. Este estado de
descomposición explica la detención de médicos que atendieron a estudiantes
heridos por la Guardia, así como la presencia, cual jefe de un campo de
concentración nazi, del coronel Homero Miranda al frente de la prisión militar
de Ramo Verde –el verdadero “monstruo de Ramo Verde”, no Leopoldo- para
humillar y atropellar a los presos políticos y sus familiares con las acciones
más viles.
La “Tumba” que usa el SEBIN en las
inmediaciones de la Plaza Venezuela para quebrar la voluntad de muchachos ahí
detenidos es una muestra más de que este cuerpo no tiene nada que envidiarle a
la Seguridad Nacional perezjimenista. La banalidad del mal, como acuñó Hannah
Arendt con relación a Adolf Eichmann, retrata la total ausencia de criterios
morales básicos referidos a los conceptos de “bien” y “mal” que deben regir la
convivencia entre humanos, “No hagas a otro lo que no quisieras que hagan a
ti”.
En esta huida hacia adelante, a mayores
atropellos y rupturas con las normas de convivencia democrática, más es la
necesidad de encontrar refugio en las seguridades de la fe. De ahí que se
acentúe la veneración por el difunto y se le evoca como suerte de profeta
neofascista, cuya legado obliga a cerrar filas, sin pensar, en torno a las
locuras del régimen. Y así, lo que queda del chavismo se va hundiendo en un
espíritu de secta, fanática y dispuesta a todo, que asume conductas violentas,
irracionales, cual “yihad bolivariana”.
La oligarquía en el poder, no obstante
su retórica “revolucionaria”, no sólo ha mostrado ser incompetente para conducir
al país, ha abdicado de toda condición moral para legitimarse como gobierno.
Mientras más desnudos se ven en su podredumbre, más agresivos y violentos se
exhiben, buscando cualquier excusa para darle un palo a la lámpara y evitar la
derrota de “la historia”.
¿Y la oposición qué dice? ¿No es tiempo
de llamar las cosas por su nombre y denunciar la esencia fascista del régimen?
¿Cómo no desnudar la absoluta inopia moral que inhabilita a la actual
oligarquía para permanecer en el poder? Su tiempo ha concluido.
Economista
profesor de la UCV
[1] Ver, Schirer, William L., The Rise and Fall of the
Third Reich, Simon and Schuster, 1966, Vol. I., Pág. 78 (traducción e
itálicas mías). Norberto Fuentes, quien fuera asesor
personal de Fidel, cuenta que, durante el presidio de éste en Isla de Pinos por
lo del Cuartel Moncada, leyó Meinkampf de Hitler, de manera
que no sorprende el uso del mismo lema en su defensa. Ver, Fuentes, Norberto (2004), La
autobiografía de Fidel Castro, Tomo I, Ediciones Destino, Barcelona.
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