miércoles, 13 de abril de 2016
ESPERANDO EL APAGÓN
El Guri
ESPERANDO EL APAGÓN
Luis Marín
Se está apagando Venezuela y la revolución socialista
es el tema que pone en discusión la Cátedra Pío Tamayo de la Universidad
Central de Venezuela en su foro realizado el pasado lunes 11, catorce
aniversario de los llamados sucesos de abril de 2002.
El contexto es el esperado colapso del sistema
hidroeléctrico del Guri que, según todos los pronósticos técnicos, debe
alcanzar su cota mínima en apenas dos semanas, lo que traería como consecuencia
la interrupción del suministro eléctrico en todo el país.
Para el profesor Víctor Poleo la crisis eléctrica es
intencional, un pretexto para capturar renta petrolera mediante el montaje de la
estafa eléctrica, que va desde la sobrefacturación en la adquisición de plantas
de segunda mano, traídas hasta de Tanzania, los bombillos ahorradores, la
entrega del proyecto Tocoma a la empresa Odebrech, concluyendo en la
sobreexplotación del complejo hidroeléctrico del Caroní, hasta llevarlo a la
extenuación.
Para el chavismo esta es otra consecuencia de la
“guerra económica”, que ha devenido en una potencia metafísica que permite
explicar desde la escasez de medicinas hasta el nivel de agua de las
represas, pasando por las colas para adquirir alimentos.
Nos toca exponer el apagón institucional cuya
expresión más visible es la confrontación cotidiana entre el llamado tribunal
supremo de justicia, en su sala constitucional, contra la asamblea nacional,
síntoma de causas más profundas, en particular, lo que hemos bautizado como
“Justicia Partisana”, otro oxímoron.
El desplazamiento de la controversia política a los
tribunales trajo como consecuencia la judicialización de la persecución
política; el hecho de que la fiscalía general de la república se convirtiera en
un ariete político contra la oposición, de manera que su monopolio de la acción
penal no sólo impide que se intenten acciones contra los autores de la estafa
eléctrica sino que terminan siendo procesados quienes los denuncien.
En Venezuela es vox populi que
primero se encarcela a quien quiera el régimen y luego se busca qué imputarles
con resultados a veces francamente estrambóticos.
La máxima según la cual el primer requisito para ser
juez es la imparcialidad ha sido invertida a favor de la figura de jueces
partisanos, con lo que quien ha salido perdiendo es la justicia.
La justicia revolucionaria es la justicia de partido.
EL ESTADO DEL PARTIDO
Tradicionalmente los Presidentes al asumir el cargo se
liberaban de disciplina partidista en beneficio de la idea de que lo eran de
toda la Nación y no de una parte de ella, a despecho de que el partido siguiera
siendo el soporte político del gobierno y su principal proveedor de personal.
Chávez al contrario se mantuvo formalmente como jefe de su movimiento político,
actitud cuyas consecuencias no se han valorado suficientemente.
Como en casi toda cuestión esencial, su
desenvolvimiento es contradictorio: Insurgió contra el Estado de Partidos
siguiendo la letanía bolivariana “si mi muerte contribuye para que cesen los
partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. La unidad
que predicaba Bolívar es bajo su mando, por lo que termina como dictador de
Colombia.
Su reticencia hacia los partidos continúa y prefiere
hablar de “movimientos” como el Bolivariano 200 y el subsiguiente V República,
de hecho, en la Constitución de 1999 al garantizar los derechos políticos de
los ciudadanos se habla de asociaciones y organizaciones con fines políticos,
pero no de partidos.
No es sino diez años después de haber tomado el poder,
cuando ya se ha materializado la ocupación cubana, que se plantea la creación
del partido que no por casualidad tiene un nombre semejante al Partido Unido de
la Revolución Socialista de Cuba, creado por Fidel Castro con la fusión de su
Movimiento 26 de julio, el Directorio Revolucionario y el Partido Socialista
Popular; hasta que el Partido Comunista histórico le cede sus banderas para
transformarse en Partido Comunista de Cuba, en 1965.
Redacta el artículo 5º de la Constitución en estos
términos: “El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista,
vanguardia organizada de la Nación, es la fuerza dirigente superior de la
Sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los
altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad
comunista.”
Chávez también fracasó en este punto: los partidos del
Polo Patriótico no se disolvieron ni se fusionaron en un partido único, ni
siquiera el PCV, que tampoco hubiera tenido sentido que cediera sus banderas y
su nombre porque ya la URSS había desaparecido, como los mayores partidos de
occidente, el PCI y el PCF.
Tampoco logró proscribir a los demás partidos, como
hizo Castro, para establecer un sistema unipartidista, por lo que muy a su
pesar el sistema pluralista conservó cierta vigencia, aunque la intención
hegemónica ha permanecido en el ambiente.
El núcleo militar originario del movimiento
bolivariano y del V república se trasladó íntegramente al nuevo partido,
designándose como ideólogo al general de división activo Alberto Müller Rojas,
entonces Jefe del Estado Mayor Conjunto de las FFAA. Para variar, también
contradictorio, porque a la vez se quejaba de la politización de las FFAA y
decía que eso de militares apolíticos y no deliberantes era la mayor mentira de
la democracia representativa.
No debe subestimarse que el vicepresidente del PSUV,
segundo después de Maduro, el capitán Diosdado Cabello, califique de
“infiltrados” en los organismos públicos a quienes no se identifiquen con su
revolución, a manera de rechazo a los valores clásicos de objetividad e
imparcialidad en la función pública.
La poca institucionalidad que se había construido en
casi un siglo, se destruyó en menos de veinte años.
La mezcolanza de militares, partido, gobierno y Estado
es explosiva y venenosa, lo que ocurra primero.
CRIMEN Y REVOLUCIÓN
La revolución, como transgresión radical del orden
legal establecido, tiene una relación originaria con las actividades criminales
y así como los revolucionarios son calificados frecuentemente de bandidos, se
tiene a los delincuentes como revolucionarios naturales.
Esta relación puede ilustrarse con Lenin antes de la
URSS y Putin después de la URSS. El primero nunca ocultó sus simpatías por los
bajos fondos, de hecho, se mofaba de los jefes del partido socialdemócrata ruso
que manifestaban escrúpulos por sus tratos con el hampa. Veía más potencial
revolucionario en la desfachatez de estos marginales que en la hipócrita beatitud
de los miembros del comité central imbuidos, según él, de prejuicios pequeño
burgueses.
De modo semejante Vladimir Putin le ha concedido
patente de corso a las mafias post soviéticas, que aprecia como el potencial
creativo de la nueva Rusia. Es licito a estas alturas preguntarse, ¿cuál es la
ideología de Vladimir Putin? Más allá de esa suerte de realismo cínico que lo
caracteriza.
Sin duda es la mentalidad del crimen organizado
transnacional, esa mezcla de escepticismo moral, sentido práctico y absoluta
falta de escrúpulos que hace tan eficaces y eficientes a las mafias a nivel
global.
Así se pasa del Estado del Partido al Estado de la
Mafia, sin solución de continuidad.
La simpatía por el crimen en Venezuela alcanzó nivel
académico con Elio Gómez Grillo y sus seguidores, tuvo su administrador en
Manuel Quijada, reformador del sistema judicial y su mejor ejecutor en Iris
Varela, la ministro de prisiones.
La teoría de la sociedad criminógena es de una
sencillez rampante. No hay delincuentes en cuanto tales. Es la sociedad quien
se crea sus propios delincuentes, estigmatizando ciertas conductas como
criminales, mientras santifica otras quizás peores como, por ejemplo, el comercio
y la banca.
En consecuencia, la relación víctima-victimario se
invierte; gracias a la revolución, ahora los delincuentes resultan ser las
víctimas de la sociedad y más que ser pasibles de sanción son más bien
acreedores de protección.
Así como Rafael Caldera en sus tratados de Derecho del
Trabajo acuño el concepto del trabajador como débil jurídico digno de
protección especial del Estado, Elio Gómez Grillo convirtió al delincuente en
débil jurídico igualmente demandante de apoyo.
El resultado es un sistema penal no punitivo (otro
contrasentido), se pretende superar la cárcel en una institución protectora del
delincuente, se repudia la idea de castigo a favor de la “reinserción”. De aquí
al empoderamiento de los Pranes no hay ni un paso.
Si la revolución en sí misma es una larga sucesión de
crímenes, asesinatos, robos, secuestros, es comprensible que sus beneficiarios
sean ellos mismos criminales.
Un problema, no el único ni el más grave, es que quien
pierde es la gente decente.
Luis Marín
13-04-16
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