domingo, 31 de enero de 2016
CADENA PERPETUA
CADENA PERPETUA
Luis Marín
Las cadenas son una violación masiva de Derechos
Humanos, si se considera que la libertad de expresión y comunicación son
derechos humanos fundamentales. Importa poco que éstos sean despreciados por un
acuerdo tácito de élites porque siguen siendo irrenunciables, no taxativos y su
catálogo es tan elástico como la osadía de los tiranos.
Por un lado, cuando uno solo acapara el espectro
radioeléctrico excluye a los demás del acceso a un medio al que todos tienen
idéntico derecho; por otro lado, les está privando de la posibilidad de elegir
lo que quieren ver u oír y, en la mayoría de los casos, obligándolos a ver y
oír lo que no quieren.
De manera que la violación es doble: una, impidiendo
hacer lo que se quiere; la otra, obligando a hacer lo que no se quiere. Ambas
son atropellos intolerables, pero lo primero que llama la atención es la escasa
resistencia que despiertan, sea en los afectados directos, esto es, la
población usuaria; luego en la élite dirigente, el liderazgo político y los
hacedores de opinión que también son afectados directos; por último, de los
medios mismos que, en principio, son negocios privados.
Para poder explicar una situación tan incomprensible
habría que apelar a un poco de historia, que en nuestro caso resulta muy
sencillo porque desde su fundación Venezuela siempre ha estado regida por
caudillos militares que nunca han tenido el menor respeto por las opiniones de
los demás.
Pero luego ha estado dirigida por caudillos civiles de
ideología socialista, sea marxista o cristiana, que tampoco han mostrado
ninguna atención por las opiniones ajenas, al contrario, el afán de
homogeneidad y nivelación de la opinión han sido siempre objetivos íntimamente
acariciados y explícitamente declarados.
Las cadenas, hay que reconocerlo, son un legado del
período democrático, lo mismo que las confiscaciones, expropiaciones y el
llamado “fin social de la propiedad”; pero claro, como en todos estos casos,
antes se ejercían con moderación y dentro de parámetros de cierta legalidad y
racionalidad, única diferencia tangible entre socialismo y comunismo.
Esta es otra demostración, si hiciera falta alguna, de
que el chavismo no es otra cosa que la etapa superior del adequismo, es decir,
una suerte de exacerbación de los vicios pasados, dentro de los que hay que
incluir la corrupción, el nepotismo, el sectarismo y el más olímpico desprecio
por las demás personas, incluso, por supuesto, sus derechos a tener una opinión
libre y responsable, basada en una información independiente.
Así puede explicarse, de paso, el por qué la oposición
oficial no protesta por las cadenas sino muy por el contrario, muestra una
suerte de satisfacción al participar en ellas, como si prefiguraran lo que
sería su propio gobierno, teniendo en sus manos las posibilidades de
arbitrariedad y abuso consolidadas en estos años de tiranía militar comunista.
Todos demonizan al unísono la palabra “privatización”
como un anatema mortal; ninguno dice que haya que eliminar el control de
cambios, ni de precios, el monopolio estatal sobre la industria petrolera o
cualquier otra, dar libertad económica o cualquier libertad, porque eso sería “liberalismo” que,
como se sabe, está proscrito del leguaje oficial, tanto del gobierno como de su
alternativa democrática.
Debe observarse que la oposición se define democrática
pero aclara que no es liberal, lo que es significativo considerando, por
ejemplo, que la República Democrática Alemana, de Vietnam o del Congo, entre
otras, ponen de relieve que comunistas y demócratas han encontrado un
denominador común: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo como
coartada para la tiranía perfecta.
De manera que no debe abrigarse la menor esperanza de
que el “¡abajo cadenas!” tenga algo más que el significado simbólico de himno
para ser canturreado cuando convenga.
Habrá cadenas para todos y para rato.
Luis
Marín
31-01-16
Etiquetas:
Libertad de expresión,
Luis Marín - Cadena perpetua
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